“Yo no me morí, de asco”, dice Miriam, de apellido Bodeant. Los que sí se murieron fueron sus abejas y sus conejos, después de aquella noche de setiembre de 2013 en que se intoxicó por la fumigación. Ese día terminó en el hospital, casi sin conocimiento, con un respirador artificial. Y empezó un camino “muy largo y triste”, lleno de trabas burocráticas, que la llevó a recorrer escritorios varios, y a perder. Hasta hoy siente la quemazón con cada nueva fumigación, y la situación cambió tan poco que estudios que se hicieron en diciembre -y arrojaron sus resultados la semana pasada- comprueban la existencia de glifosato y atrazina en su jardín. Cuando se tomaron las muestras, el 15 de diciembre de 2016, el decreto que prohíbe la importación de atrazina ya estaba publicado. Pero la comercialización no estaba prohibida explícitamente en el documento, ni su utilización estaba penada. “Lo siento hasta en las sienes; quedé hipersensible. Cuando cruzo por donde están fumigando me vuelve todo de nuevo”, cuenta.
El lugar donde viven se llama Colonia Juncal, una zona de chacras que queda a unos cuatro kilómetros de Guichón, en Paysandú. Ahí están las termas de Almirón, una escuela agraria y la Unidad Potabilizadora de Agua, “todo en ese radio de cuatro kilómetros”, dice Marcelo Fagúndez, integrante del grupo Vecinos de Guichón por los Bienes Naturales, y edil departamental por el Frente Amplio. “El agua es la mayor preocupación que tenemos, y eso va de la mano con la salud de nuestros vecinos. Hoy no se respeta ninguna distancia, y en estos momentos se fumiga a 60 metros de la planta potabilizadora de agua, con viento, como sea. Y las piletas de agua son a cielo abierto. Si la deriva llegó a un jardín a 500 kilómetros, ¿no va a llegar al agua? No hay duda de que la deriva llega al agua que consumimos”, dice Fagúndez, y dice que están haciendo propuestas concretas al gobierno departamental de Paysandú, para que disponga medidas cautelares y se prohíban las fumigaciones en la zona de la Colonia Juncal. “ Con eso estamos defendiendo a la gente que vive ahí, el agua y las propias termas”, dijo.
A la fuerza
A Miriam el Ministerio de Salud le confirmó la afectación. En un informe de noviembre de 2014, la División de Salud Ambiental y Ocupacional afirma: “La afectación de la salud humana constatada en esta paciente es evidente y se vincula a la aplicación de los plaguicidas”. Contaban en ese momento con la fuente contaminante y el modo de aplicación, así como con la confirmación de laboratorio de la presencia del plaguicida. Constataron la “afectación a la salud de la población circundante, con cuadros clínicos que se corresponden con la sintomatología esperada en intoxicaciones agudas por plaguicidas”.
En ese momento se había detectado la presencia del poderoso 2,4-D. Miriam dice que “90% de los problemas tienen que ver con los cultivos de soja y las plantaciones de eucaliptus que hay en la zona, que hace que estén continuamente fumigando”. Paradójicamente, esa zona es conocida como galería turística. Rodeada de eso, Miriam dice que perdió todo. Con su esposo tenían colmenas, criaban abejas reinas y tenían una planta de extracción de miel: “Las fuimos cerrando una a una, y terminamos cerrando la empresa. Con toda esta mortandad de abejas que hay, las cosechas se redujeron 60% y hasta 80%. Nos quedamos en números rojos. Me fueron arrebatando las abejas, los porcentajes de miel, hasta que me arrancaron todo”.
El polen
Miriam lloraba mientra veía a las abejas planear de lomo. Se fue de su casa a cuidar ancianos al departamento de Paysandú y a cuidar colmenas que tienen en otros campos, porque su hijo está estudiando en la facultad. Está tratando, de a poco, de volver a lo suyo. Pero no es fácil: “Tengo 60 años y estoy llena de dolores, fuera de mi ciudad. Ahora no soy libre, y el ser humano tiene todo el derecho de trabajar donde le guste, donde le sea redituable y donde elija. Nadie tiene el derecho de cortarle la vida a nadie”.
Sin embargo, Miriam dice que el problema más grave no es el de ella. “El problema más grande es que se sigue matando a la abeja, que es la gran polinizadora de nuestros alimentos. Si todo está bajo monocultivo, cuando la abeja va a levantar polen, ¿qué levanta? Esto es trágico, es la gran preocupación que tenemos, y es lo que me quita el sueño”, sostiene.
Miriam dice que no es por rebelde, que no es que esté en contra de todo el mundo. Que se ha avanzado en algunas cosas, pero que falta muchísimo: “Estoy a favor de la vida y de un equilibrio. No debemos olvidarnos de que tenemos un solo planeta, y todos pasamos por esta vida, pero vienen otros atrás. ¿Quiénes somos nosotros para dejarles esto en este estado? ¿Vamos a seguir dejando que las grandes empresas sigan invadiendo e imponiendo un sistema que está totalmente equivocado?”.