Eligieron picar paredes, revocar y pintar, colocar ventanas y un extractor de aire, hacer una mesada e instalar una pileta, conseguir heladeras, cocina y garrafa, asaderas y sartén, aprender a tratar con proveedores, y hasta a cocinar para vender. Aprendieron, en cuestión de un mes, a hacer todo eso, y lo hicieron bien. Laburaron de sol a sol y abrieron una rotisería. Cuatro mujeres que están presas hicieron algo que jamás se había hecho: lograron una habilitación que nunca antes había sido otorgada en la Unidad de Internación de Personas Privadas de Libertad Nº 5 (cárcel de mujeres) para instalar y gestionar su propio negocio. Roticrazy funciona desde diciembre; allí estas cuatro muchachas elaboran los canelones más ricos del condado, ganan experiencia laboral y bajan la ansiedad generada por tanta tranca.

Hacer algo que nunca se hizo antes no es fácil, menos aun si la idea viene desde abajo y se sabe que hacerlo influirá en -o directamente cambiará- los hábitos y prácticas de las personas que habitan un lugar cuyas normas, justamente, son casi inamovibles. Sortear nervios, incertidumbres y trabas burocráticas, y manejarse con cautela para no sucumbir a la ansiedad que genera lo desconocido pero deseado: ese fue el mayor desafío que, desde cada lugar, enfrentaron tanto las reclusas que decidieron (y pudieron) trabajar para descontar pena, como las autoridades de la cárcel que lo permitieron y pretenden que sea un “buen ejemplo” a seguir.

En octubre-noviembre del año pasado, Laura, Tania, Gloria y Lorena (nombres ficticios), mujeres de 25 años a 28 años, fueron a una charla que dieron en la cárcel representantes del Ministerio de Educación y Cultura. En esa ocasión se les informó que si lograban asociarse entre ellas, podrían poner un negocio ahí dentro. “Estuvo re bueno [el planteo], porque acá estás todo el día yéndote mentalmente a tu casa, y con esto no estás pensando en la cárcel, en la reja, en la Policía... Todo el tiempo estás siendo productivo, y es lo que tiene que hacer el preso, ser productivo para que cuando mañana salga a la calle, tenga otros hábitos y no esté encerrado en cuatro paredes pensando maldades, que es lo que te viene a la mente cuando no tenés posibilidades de estudio o de trabajo”, explicó Laura.

Quedaron entusiasmadas; primero pensaron en una bloquera, pero se dieron cuenta de que era “mucho trabajo y muy pesado”, contó. Después, considerando las posibilidades que tenían y las cosas que “más o menos” podrían llegar a conseguir, se les ocurrió cocinar, “porque la comida no tiene pérdida”: si no la venden, la comen. Sumaron a una compañera que, aunque no es socia, trabajó y sigue trabajando a la par para sacar adelante la rotisería. Ficharon el calabozo que está en la entrada de la cárcel, que no se usaba, y pensaron que ese sería un buen lugar para convertir en rotisería. Plantearon por escrito la idea a la dirección, hablaron con sus familias y con cada persona que se cruzaron dentro de la cárcel, y así fue como, “de a poquito” y “de todos lados”, empezaron a aparecer las cosas necesarias para, primero, transformar el calabozo en un lugar de trabajo, y después, cocinar y vender. Un operador penitenciario les donó un rollo de papel film, otro funcionario les dio una máquina de cortar fiambre, los parientes les proporcionaron las recetas, una cocina, una garrafa, extractor, asaderas, tuppers y bandejitas. Incluso -y por suerte- recibieron donaciones de proveedores: la heladera a préstamo, y los primeros helados, gratis.

Eso fue en noviembre del año pasado; las primeras dos semanas de diciembre estuvieron practicando hacer masas y salsas, y a mediados de diciembre abrieron las puertas; el miércoles 8 al mediodía, las muchachas de Roticrazy despacharon decenas de pedidos de milanesas al pan, pizzas, tortillas, canelones, tartas, empanadas y postres. A menos de tres meses, ya se puede decir que les está “yendo bien”; en marzo evaluarán el desempeño para ver si pueden formalizar el emprendimiento. Ellas confían en que sí, en que todo saldrá bien, y que después de los seis meses podrán poner una sucursal de la rotisería en la cárcel que está en otra ala del edificio, la Unidad Nº 9 (El Molino, que recluye a madres con hijos), tener empleadas, después dejárselas a otras mujeres presas que “valoren” el esfuerzo que ellas hicieron, y luego, ya en libertad, instalar una Roticrazy en cada barrio.

Sobre la cárcel de mujeres

La Unidad de Internación de Personas Privadas de Libertad Nº 5 está en el barrio Colón, en Montevideo. La cárcel funciona en las instalaciones del ex hospital psiquiátrico Musto; allí están presas 340 mujeres que cometieron delitos en San José, Canelones o Montevideo.

La cárcel tiene diferentes “sectores”, que van desde seguridad máxima hasta mínima, porque el sistema penitenciario uruguayo es “progresivo-regresivo”; a medida que el recluso “avanza” en su “rehabilitación”, se le permite gozar de ciertos “beneficios” (como el derecho al estudio), y pasa menos tiempo en la celda, pero si se porta mal, “retrocede” y se lo tranca más.

Cuando las mujeres recién caen presas, van a parar a las celdas del tercer o cuarto piso: cuanto más lejos del primer piso estás, más macanas te mandaste. Generalmente, a un ala del tercero van las “primarias” (esas mujeres que están presas por primera vez y que las autoridades consideran que no tienen “vínculo sostenido con el delito ni códigos carcelarios”, explicó la directora de la cárcel, Leticia Salazar), y a otra las reincidentes. En el cuarto piso el grado de seguridad es más alto, “porque el delito por el que están es muy complejo, o porque hay conflictos graves entre reclusas y necesitan protección”. Todas quieren “bajar”: en el segundo y primer piso hay “más apertura y posibilidades” de estudiar o trabajar, y menos “agite”, como dicen las reclusas. Pero quién baja o sube lo decide la administración, no ellas; a ellas les toca hacer buena letra. Salazar contó que uno de los objetivos para este año es “protocolizar” el ingreso y la progresividad de las reclusas, para intentar tomar decisiones menos arbitrarias. “La idea es definir los requisitos y libertades, las actividades, beneficios y obligaciones que tendrán”, sostuvo.

En cuanto a cuántas mujeres presas están trabajando, estudiando o realizando alguna actividad, Salazar dijo no recordar con exactitud la cifra, pero aseguró que “siempre se intenta” que aproximadamente 90% de la población carcelaria esté ocupada. Actualmente hay muy pocos emprendimientos productivos dentro de la cárcel; se está construyendo un “polo industrial” femenino, imitando el modelo del ex Comcar, Unidad Nº 4 (donde hay 3.600 personas presas y funciona una bloquera, herrería, carpintería, etcétera, que emplea a unos 600 reclusos). Según contó Salazar, también tienen pensado instalar un lavadero y una panadería.

Las chiquilinas también quieren poner otro emprendimiento: una empresa para cortar el césped de la cárcel. La idea surgió porque de las cinco que trabajan en la rotisería, tres están sancionadas. Tanto ellas como algunos miembros de la sociedad civil y funcionarios legislativos consideran que hay algunas sanciones que están bien, pero otras que no, y que el hecho constituye una especie de “boicot” al emprendimiento. Por otro lado, la directora de la cárcel asegura que no, y manifiesta su deseo de que “haya más emprendimientos como este”. De todas formas, el hecho de que estén sancionadas implicó que se mudaran del segundo al tercer piso; el castigo fue, entre otros, pasarlas a un sector con más tranca y más “agite”. Ellas quieren redimir la sanción y la pena, y se les ocurrió trabajar cortando el pasto para bajar la penitencia; quieren que el Instituto Nacional de Rehabilitación compre las máquinas de cortar pasto, y ellas cortar. “Lo propusimos porque ellas están allá arriba y nos afecta acá abajo, en la roti: tienen que subir de 12.00 a 13.00, la hora pico, y tampoco descansan bien, porque en el tercero están todo el tiempo de agite, y en el piso donde estábamos nosotras era más tranquilo. Llegábamos, tomábamos unos mates, al rato cocinábamos y ya nos acostábamos para laburar al otro día; ahora no descansan bien. Si ellas están ahí mal y no rinden bien en el trabajo, esto se va a pique”, explicó una de ellas, que no fue sancionada.