Dentro de la casa de barro su celular no tiene señal, por eso al atender la llamada pide un minuto para salir a la intemperie y poder hablar sin interferencias. Del otro lado de la línea y a cientos de kilómetros uno sabe que ya está afuera, porque el soplido del viento de las sierras de Rocha se empieza a escuchar. El homeópata Maximiliano Costa atendió el teléfono para contar cómo es vivir a 40 minutos del almacén más cercano, rodeado de cuanto bicho extraño hay y de pastos y plantas salvajes, en una comunidad que se propuso conservar lo que es originario de esas tierras: una biodiversidad única en el país.

Hace cinco años que Costa recorre las sierras con machete y tijera de podar, doblando el lomo y arrancando especies de flora invasora, como la zarzamora, para recuperar los montes nativos de la zona y proteger las sierras. Su propósito, y el de las 40 familias que viven en las comunidades Quebrada del Yerbal, Mborayú, Arameni, La Tahona, La Comunal, y de los vecinos y productores que habitan las 1.500 hectáreas que conforman el proyecto Ambá, es conservar y recuperar la biodiversidad de la alta cuenca de la Laguna de Rocha, que desde 1976 es parte de la reserva de biósfera Bañados del Este, incluida en el programa “El hombre y la biósfera”, de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura. En total, los predios vinculados al proyecto representan 10% de la alta cuenca y 1% de toda la cuenca. Son aproximadamente diez predios situados en la estribación sur de la Sierra de Carapé, en el entorno de la ruta 109, cerca del límite entre Maldonado y Rocha.

Los ecosistemas de esa zona se caracterizan por tener humedales, pastizales, bosques de quebradas y montes serranos, que están atravesados por el Arroyo del Cerro Negro y varias cañadas con vegetación nativa de monte ribereño.

El proyecto nació ocho años atrás con la compra de 180 hectáreas; en 2010 esa zona fue declarada “paisaje protegido” por el Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SNAP). En 2013 comenzaron a realizar un relevamiento de la biodiversidad con expertos argentinos y la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República (Udelar), luego instalaron los primeros “monitores”: colgaron en árboles camaritas para registrar grabaciones de animales y flora. La intención era -y es- elaborar planes de acción diferenciales para, por ejemplo, proteger a las aves y generar un banco de genética. Hasta el momento contaron más de 130 tipos de aves diferentes y más de seis tipos de mamíferos, principalmente felinos; entre ellos está la yaguatirica, una especie prioritaria para el SNAP, porque “si no se cuida, corre peligro de extinción”, explicó Costa. El año pasado agregaron más de 1.300 hectáreas al trabajo, y sumaron experiencias y objetivos con otras comunidades y productores agropecuarios que “tienen una misma visión”. Actualmente Ambá ocupa 1.500 hectáreas en las que viven y trabajan biólogos, geógrafos, sociólogos, escritores, terapeutas y naturalistas que una vez en el campo cambiaron el hábito de caminar mirando hacia los costados por el de mirar el suelo, no sea cosa de que vayan a pisar alguna serpiente o insecto; allí no hay calles para cruzar ni autos que esquivar.

Además de la conservación, otra de las ideas que motivó el proyecto es la de “favorecer un proceso de aprendizaje-enseñanza para la convivencia armoniosa de las comunidades” con el medioambiente, “en el profundo reconocimiento de la interdependencia con este, para alcanzar el bienestar común”. Los serranos tienen el “anhelo de heredar a las futuras generaciones un espacio de libertad y belleza, donde crecer en relación íntima y amorosa con su entorno”. Quieren que el “respeto por la biodiversidad no sea solamente producto de un pensamiento ecologista, sino también de valores existenciales, basados en el amor por la Naturaleza”, explican en su página web. Por eso, y porque la escuelita rural instalada en la zona cambia de maestra y de programa año a año, fue que en 2015 inauguraron La Colmena: un centro educativo permacultural que cuenta con el asesoramiento del Centro Educativo Vaz Ferreira, “con el aporte permanente y apoyo de un grupo interdisciplinario”, y que este año tendrá la habilitación del Ministerio de Educación y Cultura. Actualmente van 18 niños a estudiar.

Manutención

Además del trabajo y de la plata que sale de los propios bolsillos de los habitantes de las sierras, Ambá es financiado por varias empresas privadas y por “padrinos”. Ni el SNAP ni la Intendencia de Rocha ni la Udelar ponen plata porque “están muy limitados” en cuanto al dinero, afirmó Costa. Sin embargo, hizo hincapié en el “sano y permanente diálogo” que mantienen con todas las instituciones estatales, y en el hecho de que incluso discuten cómo resolver ciertas cuestiones, por ejemplo, la instalación de cartelería homogénea en la zona o la utilización de un mismo criterio de saneamiento ecológico.

Proyectos

Los de Ambá consideran imprescindible la educación ambiental, ya que creen que es una herramienta fundamental para “fortalecer la conservación de la naturaleza”. Este tipo de educación es concebida como un “proceso que tiene como fin rescatar valores sociales, culturales y ecológicos”, para el que se utilizan “diversas técnicas de enseñanza y aprendizaje, que conducen a desarrollar las habilidades que permitan entender, valorar y respetar la interacción entre el ser humano y su entorno natural”. Para lograr dicho objetivo, Ambá se propuso trabajar en tres ejes: “educación ambiental”, que prevé el trabajo con las escuelas de la zona -donde se realizarán talleres durante todo el año- y la formación de estudiantes, vecinos, naturalistas, entre otros, “a través de talleres e instancias de discusión y reflexión en donde se genera un ida y vuelta de conocimientos”. Otro de los ejes es el “voluntariado ambiental”, una parte “crucial para el proyecto, ya que permite abarcar una mayor área de monitoreo y, al mismo tiempo, hacerlo de manera más efectiva dentro de los ecosistemas”; por último, el “monitoreo ambiental”.

Costa calcula que entre los beneficiarios de las actividades de educación y sensibilización ambiental hay más de 300 personas, contando a docentes, niños, adolescentes y jóvenes de los centros de enseñanza secundaria y universitarios. También cuentan a los “beneficiarios indirectos” de su trabajo, la población de la Alta Cuenca de la Laguna de Rocha, ya que entienden que “el proyecto dará visibilidad y relevancia a esta zona”; y, específicamente -por la calidad de las aguas-, a la población de la ciudad de Rocha, donde viven más de 25.000 personas.

Las palabras y las cosas

Para los guaraníes ambá es “el lugar para donde debemos fijar nuestra dirección, nuestro propósito más alto”. En el extremo oriente de Rusia, para los indígenas Udegei, amba es “el tigre de amur, el felino más grande de Siberia”. Para los Udegei, Amba no es sólo un animal, también “es la personificación del espíritu del bosque”. En su página web, los del grupo Ambá explican que eligieron llamarse así “para honrar a todos los seres que custodian esta riqueza [por la tierra] y habitan dentro de ella”. El desafío, dicen, “somos nosotros mismos: cambiar nuestras costumbres depredadoras para dejar de transformar la tierra en un desierto”.