la diaria tiene la política de recoger y publicar opiniones externas. Me valgo de esa circunstancia para enviar algunos comentarios sobre dos artículos publicados el lunes de Carnaval. Mi propósito es reflexionar sobre cómo pensamos los uruguayos las cosas que nos pasan, según cómo nos afecten.

El primer artículo se titula “Inconcebible” y está escrito por alguien de la casa: Soledad Platero. Se refiere a la sentencia judicial de la jueza Concepción Pura Book, de la localidad de Mercedes, “contra la voluntad de una mujer que no quiere continuar con su embarazo y que inició el proceso impuesto por la ley para interrumpirlo”. Reconozco que el fallo es por lo menos extraño, atendiendo a lo que dice el texto legal, pero no se puede negar que hay un problema real detrás, que no puede ser descartado como prejuicio machista intolerable (que es el rumbo que Platero le imprime a su artículo, concordante con el título que le eligió).

Para quienes no somos abogados, el fallo de la jueza de Mercedes resulta a primera vista extraño y, por eso mismo, estoy primariamente de acuerdo con el vehemente artículo de Platero. Sin embargo, considero que existen componentes de la situación que la vehemencia de la autora no toma en cuenta. Tampoco son tomados debidamente en cuenta por la ley. El hijo por nacer (hijo o hija, disculpen las feministas) es tan hijo del señor que reclama como lo es de la madre que lo porta en su útero. Una situación que bien puede considerarse común y corriente (aunque estadísticamente no sea la mayoritaria) es que un hombre y una mujer (o viceversa) se hayan puesto de acuerdo en engendrar un hijo. Si después, andando el tiempo, una de las dos partes se echa atrás, el otro, en este caso el padre, parece que debería tener derecho a decir o decidir algo. Se trata de su hijo, y la ley no contempla eso. La ley tiene ese agujero.

El argumento más utilizado por los legisladores en la discusión de la ley fue el del derecho de la mujer sobre su propio cuerpo. También ese es el argumento más usado en la discusión pública del tema. A pesar de las apariencias, se trata de un argumento equivocado o desubicado, por cuanto el cuerpo sobre el que se discute y se legisla no es el de la mujer sino el del hijo no nacido, que no es ni un órgano ni un apéndice del cuerpo materno, sino otro cuerpo.

Si el razonamiento de Soledad Platero hubiera sido más ponderado no habría dejado afuera estos aspectos, que, no se puede negar, forman parte del problema humano en consideración y hubieran enriquecido la reflexión. Pero, bien hecha o mal hecha, la ley es la ley, y según su texto se han de ajustar las conductas: o se acata o se apela.

Esto nos lleva al otro artículo que quiero comentar, que se titula “Pitufos, copyright y censura”, firmado por Jorge Gemetto y Rodrigo Barbano. El renombrado libro de la Sra. Silvana Pera no es el tema de mi reflexión: eso es parte de la gran comedia nacional, acometida con fervor yihadista por historiadores y docentes nativos, y que fue anticipado y descrito magistralmente por George Orwell en 1984, donde describe cómo funciona el Ministerio de la Verdad y los ajustes -en este caso locales- que Pera y asociados hacen a la realidad cuando esta no les parece correcta. Mi tema es el artículo publicado en la diaria. Este texto -más light pero no menos directo y comprometido- es lo opuesto al de Platero. Los autores reconocen que el asunto está reglado por la Ley 9.739 pero consideran que, dado que esa ley está mal hecha, es vieja, “extremadamente restrictiva” y otra serie de tachas y baldones, sería un atropello atenerse a ella. En el doble del espacio que utilizó Platero para decir que la ley ha de ser cumplida, estos señores nos explican que la profesora Pera, autora del discutido libro de texto que compara al comunismo con los Pitufos, no tiene que ajustarse a ella y que los reclamos contra esta docente son nada menos que un acto de censura (faltó agregar: propio de tiempos oscuros que creíamos definitivamente superados).

Como dije al principio, sería bueno que los uruguayos reflexionásemos un poco más sobre nuestros juicios respecto de las cosas que nos pasan: este es el único propósito de estas líneas.

Juan Martín Posadas.