Inmóviles de angustia, mudos por la impotencia, este miércoles en la mañana las tres hermanas y el hijo mayor de Carmen miraron fijo el café recién servido en un bar de Pando, Canelones. Después, contaron: “La llevaron pasada al Maciel, eso nos dijo el cirujano que la operó. ‘Hice todo lo que pude, la operé dos veces, pero la trajeron tres días después del primer accidente cerebrovascular’”, advirtió Anthony, el hijo que lleva el mismo apellido que Carmen. El jueves 23 de marzo, Carmen Vázquez Muñoz, de 55 años de edad, con la cabeza recién cosida, moría sola y asegurada por grilletes a la camilla del CTI del Maciel, porque no la dejaron estar acompañada. Carmen supo que iba a morir, pero estaba presa y no pudo ejercer su derecho a la atención médica; no pudo evitarlo. La familia denunció públicamente que su muerte fue un caso de negligencia; una vez que logren acceder a la historia clínica, harán una denuncia penal. Juan Miguel Petit, comisionado parlamentario penitenciario, aseguró que “hay elementos fuertes que señalan que hubo demora en la asistencia. Es un hecho que hay que investigar, la familia tiene el derecho a una explicación detallada de qué pasó”. Las autoridades del Instituto Nacional de Rehabilitación (INR) fueron consultadas, pero prefirieron no realizar declaraciones.

La dirección del Servicio de Atención Integral a las Personas Privadas de Libertad (SAI-PPL) comunicó a la diaria que, según los informes elaborados por los médicos que la atendieron en la cárcel de mujeres, no hubo omisión de asistencia. Respecto a la negligencia, advierte que “surgirá o no después, cuando la familia acceda a la historia clínica”, algo sólo posible por vía judicial, porque el protocolo de la Administración de los Servicios de Salud del Estado no prevé la posibilidad de dar explicaciones a los familiares. Nada que les diga qué pasó, ni en la cárcel ni en el Maciel. “Si es que hacen una denuncia, ahí sí habrá que hacer un estudio de todo y ver”, agrega. Según la dirección, los informes de SAI-PPL indican que Carmen fue atendida tres veces: el 3, el 4 y el 6 de marzo; ese lunes pidieron el traslado al Maciel, y supuestamente ingresó el martes 7. Sin embargo, en el informe del INR dice que la fecha de ingreso fue el 10 de marzo.

Los informes de SAI-PPL, a su vez, sugieren que “la persona fue atendida, y cuando se detectaron los síntomas se [la] derivó. El día 3 y 4 no hubo elementos suficientes para hacer el diagnóstico, el día 6 sí”. El domingo 5 no hubo intervención. Después explicarían que en realidad “cuando ella fue a atenderse no presentaba los síntomas que las compañeras y ella decían que tenía, que se le caían objetos de las manos y eso. Lo único que se detectó fue la presión arterial alta, por lo tanto se la atiende, se le pasa un calmante intravenoso, y se le solicita a la brevedad una tomografía. Ya el 6, sí, el médico detecta algunas cuestiones que pueden ser interpretadas como un ACV”. Después de la última intervención quirúrgica, que supuestamente se hizo alrededor del 19, “no hubo una evolución satisfactoria” y falleció.

Ese es el final de esta historia. El principio del periplo de ruegos por una buena atención médica se da en las últimas semanas de febrero. Carmen y sus compañeras de celda habían hecho el pedido en reiteradas ocasiones, porque no era normal ese dolor de cabeza “tan, tan descomunal”, según contó una de sus compañeras de celda. Por otro lado, en la primera semana de marzo, su hijo Anthony había notado algo “raro” en su mamá. “Hablaba como una borracha por teléfono. Le pregunté si la habían drogado o qué, y ella no sabía qué responder. Le pregunté si había visto al médico, y me dijo que pedía pero no tenía acceso. Se le hacía imposible soportar esos dolores de cabeza”. Elizabeth, una de las hermanas de Carmen, agregó que ella le contaba que para que no jodiera con el dolor de cabeza la medicaban para que durmiera, y Elizabeth, sin saber bien qué pasaba, le decía: “Bueno, acostate, no sea cosa que te vayas a caer”. Después empeoró: pasó de hablar como borracha a no poder sostener el celular con la mano. “Terminé hablando más con la compañera de celda que con ella, porque no le salían las palabras y se le caían las cosas. En una, de repente, se cortó el teléfono... Era que se había caído”.

Desde adentro, la compañera de celda que acompañó a Carmen al médico la primera vez contó que en la policlínica le dijeron “que se quedara tranquila y pusiera los pies para arriba, que no debía ser nada... y ella que no podía ni levantarse, porque se había desmayado; después vomitó mucho. Le dieron intravenosa, le querían dar diazepam y ella no quería. Volvió y siguió trabajando, sintiéndose mal. Al otro día le vino una parálisis en las manos, no las sentía, y llegó un momento en que no podía mover la mano derecha. Mi otra compañera le tenía que dar la comida en la boca y alcanzarle todo. Después amaneció con la boca doblada, la llevaron a ver y la doctora le decía que no, que son síntomas de cansancio, que no era nada malo, no creía lo que ella contaba que le pasaba”.

A todo eso llegó el día de visita; el sábado 4 Anthony fue a la cárcel y la vio llegar agarrada a una de sus compañeras de celda, porque sola no podía desplazarse. “Hasta yo, que no soy médico, me di cuenta de que mi madre no estaba bien, imaginate cómo estaba. Tuve que ir yo a la visita y pedir para hablar con la doctora para que la atendieran. Por teléfono me decía que no la querían atender, que no le daban bolilla, y tal cual”, aseguró.

El lunes 6 una reclusa llamó a una periodista para denunciar públicamente la situación y pedir ayuda; ella llamó a Petit. “Empezamos a movernos por afuera porque no nos daban bola; la mujer estaba muy mal y seguía sin ser atendida, en la celda. Algo iba a pasar”, contó una reclusa con la que habló la diaria. Leticia Salazar, directora de la cárcel en ese entonces, se había comprometido a atender la situación personalmente, “pero no hizo nada”. Petit la llamó. Después, sí, salió el pedido de traslado para el Maciel.

Pero la negligencia que denuncian los familiares no empezó en marzo con el dolor de cabeza. Elba, una de las hermanas de Carmen, advirtió que a mediados de febrero le habían descubierto dos pequeños tumores en la cabeza: uno benigno, otro maligno. La habían mandado a ver a la endocrinóloga, pero la consulta nunca se concretó: “La tenían a cuento, y encima trabajando. Yo le decía que no fuera, pero ella me decía que ahí se lo exigían”.

Tanto Anthony como Petit y diferentes organizaciones sociales que trabajan en el sistema penitenciario, como el Servicio Paz y Justicia, saben que la falta de asistencia médica no es algo particular que le haya pasado a Carmen: es una realidad que afecta a todas las mujeres que están presas en Colón (y a los hombres que están recluidos, principalmente, en la zona metropolitana). En ese sentido, una de las reclusas compañeras de celda de Carmen contó que, incluso, este mes varias mujeres perdieron su embarazo porque no fueron llevadas a control a tiempo. “Se les murió el hijo adentro”.

No obstante, la subdirectora técnica del INR, Ana Juanche, aseguró que no, que el acceso a la salud estaba garantizado, particularmente en ese centro. Es más, agregó, “el director de SAI-PPL dijo que en lo que va del año ya han tenido más de 1.800 solicitudes de consulta” para las alrededor de 350 mujeres presas en Colón. Paradójicamente, la entrevista a Juanche fue el mismo día en que murió Carmen.

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Castaña y llena de canas, nariz ancha, boca fina, cejas arqueadas y levantadas, con las arrugas de la risa bien marcadas pero sin sonreír, Carmen mira a la cámara. Está parada delante de un pizarrón del taller de costura, que tiene escritos los pasos que hay que seguir para hacer el almohadón que ella sostiene en la mano izquierda. Es blanco, tiene forma ovalada y un gato negro que la propia Carmen estampó en xilografía. Ricardo Moreira, del Sindicato Único de la Aguja (SUA), uno de los profesores del taller, la describió como “una de las personas más particulares” que conoció en la cárcel de mujeres. “Ya tenía sus años, 53, cuando empezó la capacitación; no había hecho ningún curso antes, ¡y tenía un tesón! Era una de las dos cortadoras que existían actualmente en el taller, una de las tareas más sensibles de la confección”. El SUA la recuerda como una mujer “muy afable, muy callada, muy modesta en sus planteos y en su forma de ser, nunca se metía en problema ninguno. Fue muy sentida la pérdida”. Javier Deana, el abogado penalista que llevó su causa, la recuerda igual, como “una mujer muy distinta al común de las personas privadas de libertad. Era una mujer sencilla, muy trabajadora”.

Una de sus compañeras de celda se pregunta por qué no la trataron a tiempo, si además sabían que tenía el tumor maligno en la cabeza. Enseguida se responde sola: “Claro, lo que pasa es que no es el único caso, les falta [asistencia médica] a muchas personas acá”. Igual, no lo puede creer.

Sus hermanas, Gloria, Elba y Elizabeth, y su hijo Anthony, tampoco. Saben que no la van a poder “traer de vuelta”, pero quieren justicia.