Apenas pasaron algunos días de una movilización histórica para la lucha feminista de Uruguay y del mundo. Tan fuerte fue que probablemente el hashtag #8M logrará comunicar de manera masiva que el 8 de marzo es el Día Internacional de la Mujer. 300.000 mujeres y varones copamos 18 de Julio. Una de cada diez personas que vivimos en Uruguay estuvimos en la marcha de Montevideo. En el interior también fueron miles. En todo el país, autoconvocadas y organizadas, todas juntas, todos juntos.

La vuelta a la realidad después de una movida maravillosa es tan estrepitosa como dolorosa. El miércoles nos fuimos a dormir sintiéndonos un poco más libres y bastante más fuertes. Al otro día, en un ámbito político formal, un varón adulto con un alto cargo y con el cual no tengo la más mínima confianza agarró mi cara con sus manos y, mientras me decía “hola, linda”, posó un beso sobre mi cachete. Su desubicación machista. Mi furia feminista. El día después, otro varón adulto decidió seguirme por diez cuadras mientras caminaba por Buenos Aires. Su violencia machista. Mi furia feminista. Y mi miedo, que también es feminista. Pensé explicitar que caminaba sola, pero me niego a contribuir con la idea de que estar sola o acompañada por mujeres es algo que nos vulnera, porque es volver a poner el foco en nosotras y no en el varón violento que elige seguirnos. Iba sola, de vestido corto, y recién estaba cayendo la noche. Iba sola y de vestido corto porque quiero. Iba sola y era de noche porque la calle también es mía a toda hora y yo no soy responsable de la violencia del otro.

En otra caminata, un grupo de varones que se medían el pene entre sí me escupieron un “te chupo todo el arroyo”. Sus risas machistas. Mi furia feminista. En este par de días me crucé en la calle con montones de varones anónimos de todas las edades que escupieron expresiones que no pedí y que no tengo por qué soportar. Me contaron lo que harían con mi cuerpo. Me hablaron de mi boca, mi culo y mis tetas. Me comentaron sobre los hijos que me harían. Incluso a uno le pareció que me tenía que decir que me cagaría a palos.

En estos días también me encontré con muchos varones y pocas mujeres en varios ámbitos políticos. Vi artistas a los que admiro saludando a las mujeres exclusivamente por su rol de madres, como si estuviéramos en mayo en vez de en marzo. Vi varones burlándose de mujeres trans, vi mujeres haciéndose cargo de los cuidados. No varía de lo que estamos acostumbrados a ver, pero en estos días en que el sensor de la desigualdad parece estar más activo, choca todavía más.

Pero de las cosas que más me movieron fue el hecho de cruzarme con un montón de pibas convencidas de ser feministas, tan orgullosas como fuertes, con un discurso capaz de rebatir los sinsaberes de muchos. También mujeres más grandes, que hoy tienen la confianza de llamarse feministas. Y varones, muchos varones que hoy se proclaman feministas. Lamentablemente también me encontré con otras mujeres, más bien exitosas, diciendo que la movilización y la lucha no son necesarias, que ellas llegaron “a pesar de” ser mujeres. Y me dio tanta bronca como gracia el impulso de querer ir contra la necesidad inminente de que tenemos que movernos porque la realidad nos explota en la cara. Si no necesitáramos #8M, ya ganaríamos lo mismo que los varones, tendríamos los mismos espacios de participación política, no nos gritarían estupideces en la calle y no nos reventarían. Estas mujeres me generan el sentimiento opuesto al enorme orgullo que me genera un montón de pibas a las que incluso no conozco, pero ya considero mis compañeras. Porque este sentir feminista también es generacional.

Del otro lado, para variar, está el sistema político, que en este mismo par de días tranca la aprobación de la ley integral de violencia de género. Porque si hay algo que sabe nuestro sistema político es no ser responsable y no hacerse cargo de los problemas en serio. También sabe bastante de cobrar al grito con penas, sabiendo que centrarnos en las consecuencias es tapar el sol con un dedo, si no vamos de lleno por las causas.

El miércoles, el #8M, después de encontrarme con más personas de las que pude registrar, pensé por un ratito que capaz que estábamos un poco más cerca de pensarnos diferente. Pero todavía estamos lejos. Las 300.000 personas que compartimos este #8M en Montevideo, las miles que se juntaron en varios puntos del país, las miles y miles que acompañaron desde sus casas exigimos, no mendigamos, una consideración real de las desigualdades y la violencia a las que somos expuestas las mujeres todos los días. Una desigualdad y una violencia que están en las leyes, en nuestras casas y en las calles. Es hora de abrir los ojos ante tantas señales. Hoy más que nunca, lo personal es político. Y esta revolución ya es feminista.