–A la distancia, ¿cómo recuerdan su vinculación con el mundo tanguero?

Malena Muyala (MM): -Empecé a presentarme en público a los 18 años, si bien en San José desde niña cantaba en algunas peñas familiares o del colegio. En el entorno de los 20 años decidí estar en el camino de la música -del tango y la milonga-, y eso tuvo que ver con un primer certamen nacional de tango en el que participé. Haber ganado ese concurso me colocó en un lugar, y tuve que pensar qué hacía con eso: si continuaba por ese camino y trataba de profesionalizarlo o me dedicaba a la medicina, que era lo que estaba estudiando en ese momento, a la vez que hacía teatro con el Flaco [Jorge] Esmoris. Esos dos polos estaban presentes, y pienso que el concurso fue un punto de inflexión en el que terminé decidiendo transitar el camino de la música, que lentamente te va llevando a tener un repertorio, una banda, a preparar un disco. Es un pasito a pasito, y cuando querés acordarte ya pasaron más de 20 años, pero se trata de un devenir continuo. Y creo que, en mi caso, lo que más se ha ido desarrollando es la faceta compositiva.

–También has sido pionera de una forma de interpretación femenina del tango.

MM: -Y es que, de alguna forma, yo aparezco en el panorama del tango cuando estaba un poco desierto. Me acuerdo de que estaba Gustavo Nocetti, que era una figura descollante, pero en el ambiente femenino no había prácticamente exponentes, más allá de los íconos conocidos, como [Olga] Delgrossi. Eso en algún punto me facilitó el camino, porque apareció una figura joven relacionada con el tango, y era algo que el ambiente estaba necesitando. Me perdonaron un montón de cosas, como no ser la gran tanguera tradicional.

Maia Castro (MC): -Yo empecé en la música cuando era muy chica: a los 15 empecé a salir en la Antimurga BCG, y estuve en bandas de rock, de blues, cantaba en proyectos que siempre eran de otras personas que me convocaban. A los 25 o 26 años decidí armar un proyecto propio, elegir los músicos con los que quería tocar, seleccionar un repertorio, y a la hora de elegirlo me di cuenta de que había muchísimos tangos. De todas maneras, nunca me gustó mucho que me encasillaran como cantante de tango, porque realmente no lo soy. Pero desde siempre mi repertorio incluyó milongas, zambas y composiciones propias.

–Desde hace unos años, en el tango predominan las cantantes mujeres. ¿Cómo se posicionan con respecto a la tradición de un género que se ha caracterizado por ubicar a la mujer como madre santa, puta o insufrible (“¡Cantemos victoria! / Yo estoy en la gloria / ¡Se fue mi mujer!”).

MC: -Cada uno aporta desde su lugar. Creo que es muy fácil simplemente criticar pero no hacer cosas. Malena compone canciones, yo también, y hay muchas más. Ahora grabé una milonga que estamos por lanzar, que habla del acoso callejero. O sea que desde nuestro lugar podemos hacer cosas para cambiar. Creo que el camino va por ahí.

MM: -Creo que existen varios caminos. Uno, como decía Maia, es por medio de la composición y de expresarte con un lenguaje contemporáneo. Pero hay cosas esenciales, como el amor, el desamor y el existencialismo, que, si mirás miles de años para atrás o si lo hacés para adelante, siempre serán intrínsecas al ser humano. Y no sólo del tango, aunque el tango haya sido el que las tomó de un modo muy fuerte. Lo que está bueno es que, de la misma manera en que todo se va modificando, las composiciones también tengan ese lenguaje actual, aunque estén hablando de cosas que existen desde siempre. Esa es una de las opciones. También está el camino de elegir desde qué lugar vos interpretás el “estoy en la gloria”. Lo interpretás desde el hombre dolorido porque lo dejaron, y te burlás un poco de eso, o lo cantás desde el lugar “qué bien la mina, que lo dejó y se fue”. Tampoco hay que ser injustos, porque a veces se crea el estereotipo de que el tango sólo es machista, pero si tenés una canción como “María” -“la más mía, la lejana”- y tenés “Ninguna” -“no habrá ninguna igual, no habrá ninguna”-, es otra historia. También la mujer ha sido la gran musa inspiradora del tango. Y es verdad que han surgido muchísimas intérpretes femeninas, porque creo que la mujer está mucho más presente en todas las áreas; el tango no es la excepción. Y si quieren aparecer más cantantes de tangos, que se preocupen ellos.

–¿El jueves variarán el repertorio para no ir a contramano de las demandas?

MM: -En mi caso, siempre ocurre. Pienso antes de cada presentación, y más en este caso, que tiene una connotación muy particular y muy concreta; me gusta elegir el repertorio y buscar canciones emblemáticas por uno u otro motivo: por lo que están tratando o por quién es el autor. Y también tratando de resumir, en una presentación -que a veces es acotada-, el espectro de la música que hago, que no sólo se remite al tango, sino también a la milonga, al candombe, al milongón. Músicas de raíces nuestras, que son como un árbol con raíces muy profundas, con frutos que son alimentados por esas raíces, pero que son frutos del hoy. También me interesa mostrar ese abanico.

–En cuanto a la lucha, uno de los reclamos centrales ha sido la tipificación del femicidio. ¿Cómo lo visualizan?

MM: -Me parece totalmente necesario. Lo he pensado mucho, porque casi no tenemos una contrapartida. ¿Qué sucede hacia el otro lado? ¿Cuántos hombres mueren a manos de sus parejas femeninas? Me parece una cifra despreciable. He leído artículos en los que se señala que hubo más de 100 casos de asesinato en Uruguay, y que en equis cantidad las víctimas fueron mujeres. Eso me parece una necedad absoluta, es comparar papas con boniatos. No tiene nada que ver. Acá hay un componente que es mucho más grave, y es que esa persona muere a manos de su pareja, que es con quien se construye, con quien muchas veces tiene una familia. No es lo mismo que cuando estás sentada en un bar, pasa alguien, te roba y te pega un tiro porque te resististe. Hay un componente mucho peor, que además, desde mi punto de vista, tiene un impacto mucho mayor en toda la familia, y ni que hablar del que tiene en los hijos. Me parece fantástico poner el término “femicidio”, porque es algo que tiene que impactarte. Esto es así: lo leas por donde lo leas, es el compañero que mató a su compañera. Y la ley no siempre surge primero. En el caso del matrimonio igualitario, por ejemplo, la sociedad no cambió primero en cuanto a aceptar que se formalizaran esas parejas. Primero existió la ley, y ahora está empezando a cambiar. A veces es necesario que la ley muestre el camino.

MC: -Con respecto a esto, no sólo ocurre en los casos de violencia doméstica, sino también cuando la violencia es dirigida hacia la mujer por ser mujer. A un hombre no lo matan por ser hombre, no lo violan en la calle por ser hombre, y a una mujer sí le sucede. Creo que esa figura es importante.

MM: -Me metí en un rollo que me resulta muy difícil explicar y que se me entienda, y es sobre el caso [de Mercedes] en el que un hombre quería impedir que su ex pareja abortara. Me puse a pensar cómo a veces también legislamos en función de una realidad. La realidad nos dice que la mayoría de las veces las mujeres quedan solas con sus hijos y los padres no se hacen cargo. Ahora, de fondo, si genuinamente hay un hombre que dice “es mi hijo, lo quiero tener”, ahí también se podría ver un desequilibrio; tuvimos que legislar, incluso hasta dándole a la mujer un poder, porque vimos que en la realidad la desamparada es la mujer. Pero no sé si es lo ideal. Algunas personas no me han entendido lo que quiero decir: ¿en el fondo no estamos buscando a ese modelo de hombre, que un hombre diga, genuinamente, quiero tener a mi hijo y hacerme cargo? ¿No es el hombre que buscamos? ¿El no violento, el no abandónico?

MC: -Ahí hay una realidad nefasta, porque estarías obligando a una mujer que no quiere tener a su hijo.

MM: -No, no. No me refiero a obligarla, sino que de fondo, la verdadera solución no termina de ser del todo acorde. Porque si el padre no lo quiere tener pero la madre sí, y después le exige una pensión aunque él no lo quería tener, en ese caso él tiene que usar su cuerpo para trabajar y alimentar a un hijo que no quiso. ¿Me entendés lo que te digo? No es exactamente equitativo.

MC: -Antes había una desigualdad tan grande...

MM: -Exacto, y sigue habiendo aspectos sobre los que hay que seguir hurgando.

–¿Cómo ven este primer paro de convocatoria internacional?

MM: -Lo veo espectacular. Que se haya mandado una encuesta a todas las escuelas públicas y que no se haya aprobado apoyar el paro es algo que realmente no comparto. Si bien hay gente que cree que se trata de una lucha día a día desde el aula, eso se puede hacer los 365 días del año. El 8 de marzo es el día para visibilizar, para salir a la calle, para que los hijos pregunten: “Mamá, ¿qué pasa que hoy no tengo clase?”. Pasa que hay una desigualdad y una violencia terrible hacia la mujer. Seguimos en esa cosa cómoda del “no me la juego del todo”. Porque esto, en realidad, se está llevando adelante con hombres y mujeres. En el gremio docente, 92% son mujeres y la mayoría no lo apoyó.

–Y una de las pocas centrales sindicales a nivel internacional que sí lo apoyó fue el PIT-CNT.

MM: -Cuando pasan esas cosas, se evidencia que esta lucha por los derechos no es una cuestión de género. No son todas las mujeres las que luchan ni todos los hombres los que no apoyan.

–¿Cómo perciben el lugar del hombre en la lucha de la mujer?

MM: -El otro día, cuando estuve en la marcha por Valeria [Sosa], veía mucha más presencia masculina. Realmente creo que ese límite se está desdibujando; se está perdiendo ese límite tan tribunero de las mujeres contra los hombres y los hombres contra las mujeres. Ahí está la clave. Yo tengo un hijo de 22 años, y cuando habla con sus amigos veo que en esa generación hay un cambio importante. Veo otra cabeza, y tengo muchas esperanzas en eso. Ellos reciben mucha información y empieza a existir lo políticamente correcto. A veces, decir o hacer lo políticamente correcto, aunque no estés del todo de acuerdo, también va formando. Hay determinadas publicidades televisivas que quizá comiencen a desaparecer. Hubo un tiempo en que me dieron pila de palo porque critiqué una publicidad de Canarias en la que hay un hombre mirando un partido de fútbol. La mujer habla y él la ignora, y en la última escena ella le agarra la mano y él le hace así [levanta la mano amenazando con dar un golpe]. Eso es espantoso, es una imagen horrible: sos una tonta, no te escucho, no sabés nada de fútbol y encima te maltrato. Y la mujer es la que limpia, y el que te viene a salvar -para que sepas cómo limpiar- es Mr Músculo, hasta eso viene un hombre a enseñarte cómo hacer. La familia está en el auto y el que maneja siempre es el hombre. ¿Regalos para el Día del Padre?: afeitadoras, motosierras, taladros. Y para el Día de la Madre, licuadoras. Toda esa info es permanente. Y se va perpetuando desde el lenguaje y desde las acciones. El día de esa marcha me emocionó mucho cuando vi a un señor altísimo con una niña. Venían los dos de la mano con una bandera de Uruguay: ella vino con su padre a una marcha por una mujer que habían matado. Hace muchos años que creo que hasta que los propios hombres no empiecen a condenar a sus pares -como hacen en los países escandinavos, donde la propia sociedad excluye al que roba- no habrá muchos logros. Porque acá no se excluye al hombre violento. De hecho, muchas veces ves foros donde discuten y debaten, y hay muchos que preguntan, en defensa del violento, “¿qué habrá pasado?”, “¿por qué lo habrá hecho?”, “pobre tipo, estaba mal de la cabeza”, “pobre tipo, andá a saber cómo se crio”, “andá a saber qué infancia tuvo”. Siempre estamos buscando justificativos, cuando en realidad nada justifica esa violencia. Y somos generaciones que atravesamos una dictadura siendo niños y jóvenes, que conocimos lo que era la represión y el no poder expresarte, hasta llegar a “tengo el mundo para cambiar”. Uno salía con esa cabeza idealista en cuanto al cambio. Y creo que eso se empieza a ver en estas nuevas generaciones.

–¿Cómo atraviesa esta discusión la construcción del género en sí misma? Porque como construcción social ha sido puesta en cuestión.

MM: -Hay un sector de la sociedad que lo tiene mucho más presente, latente, y que le está prestando atención. Porque lo está viviendo en carne propia o porque tiene un entorno próximo que lo vive, o porque forma parte de un grupo de gente interesado en ese tema. Y cuando esa vocecita comienza a escucharse, empieza a teñir a toda la sociedad. Hay temas que ahora se tocan. Mi madre, por ejemplo, pregunta qué es eso de la igualdad de género, y a qué se refieren con género. Por lo menos empiezan a preguntar y se empiezan a informar. Y vos sentís que, de a poquito, se va picando piedra. El cambio real lo vas a ver más adelante, pero empezó a impactar en toda la sociedad, en su conjunto. Y empezás a escuchar conversaciones de nietos y abuelos, que ven la vida desde lugares absolutamente diferentes. Mi madre preguntándole a mi hijo, “¿pero qué es al final? ¿hombre, mujer?”. Y él respondiéndole, “ay, abuela, ¿qué importa?”. Cosas así. “¿Qué te importa?, ¿qué te cambia?”. Las nuevas generaciones ya lo ven como debe ser, como algo mucho más natural.

–Volviendo a lo musical, en el ambiente, tradicionalmente, se ha aceptado a las mujeres como intérpretes, y en general han tenido más dificultades que los hombres para ganarse un lugar y un respeto como compositoras; incluso es más usual que un hombre sea arreglador y director musical del grupo que acompaña a una mujer, que a la inversa. ¿Cómo ves esto?

MM: -Hace poco hablábamos con Gustavo Montemurro [su pianista], porque él va a abrir una escuela, y me decía que quería poner especial énfasis en la mujer como compositora y como instrumentista. No sé por qué no se da eso. Desde niña yo pedí una guitarra y aprendí a tocar; ahora compongo con la guitarra; mi último disco es todo de composiciones propias; hago los arreglos. Pero sé que a veces soy la excepción. Aunque está empezando a cambiar, y se ve en las orquestas, en las que hay, por ejemplo, muchas violinistas. Lo que falta es el instrumento armónico, como el piano y la guitarra. Aunque no quiero ser injusta, porque también hay una Shyra Panzardo que toca el bajo espectacular, o una Cecilia Plottier; Carmen Pi, que toca el piano y compone, Samantha Navarro y Rossana Taddei. Ves los premios de la música uruguaya y es difícil encontrar mujeres. El año pasado estuve nominada como mejor compositora, junto a cinco hombres, y todos marcaban lo peculiar que era eso: antes, sólo había estado Martina Gadea. No puede ser que una mujer como Estela Magnone nunca haya ganado un Graffiti a la trayectoria, cuando ha sido la maestra de muchas compositoras y referente para muchas mujeres que compusimos después. Por eso creo que sí, que dentro de la música se visibiliza mucho más el trabajo del hombre que el de la mujer. Tenés que pasar más pruebas para que lo que estás haciendo se considere valioso.

–Hace unos años, en otra entrevista con la diaria, decías que cantabas desde tu lugar como mujer, y que te interesaba una visión general, pero no de género, aunque apoyaras toda campaña por la igualdad. ¿A qué te referías?

MM: -El mensaje de fondo tiene que ser desde el humano, más allá de qué genitalidad o qué género tengo. Cuando realmente logremos limar esas diferencias, vamos a disolver esa cuestión de enfrentamiento, cosas como “vos sos hombre y yo mujer, vos sos más inteligente que yo, yo soy más sensible que vos, los hijos se van conmigo y no con vos, yo tengo derecho y vos no”. Esto salta frente a cualquier cosa. Volviendo a tu pregunta, me gusta mucho más trabajar desde ese lado que desde el “te estoy diciendo esto porque soy mujer”. De la misma manera en que no quiero que me peguen, me maten y me ninguneen porque soy mujer, no quiero que a mi mensaje lo leas porque “soy mujer”. El ser que soy piensa, siente y vive de esta forma, independientemente de todo.

Símbolos y técnica

“Como hombre de izquierda siento la necesidad de impulsar las actividades culturales y apostar a la calidad y la diversidad de las propuestas”, dice José Carlos Mahía, y recuerda que este año se cumplen los 100 años de “La cumparsita”. “Obviamente, en lo que tiene que ver con los derechos de género, creo que todas estas cuestiones se transversalizan, y que con esta actividad es posible emitir un mensaje hacia la sociedad mediante uno de los mejores vehículos, como es la cultura. Así, todos aportamos a una causa que debería trascender cualquier cuestión política partidaria, porque se trata de algo estructural para la sociedad. Esto es un granito de arena en esa dirección, y ellas harán el espectáculo de la forma que entiendan, porque simplemente generé el espacio, creyendo que la primera actividad de la presidencia de la Cámara de Representantes debía resignificar algunos espacios del Palacio Legislativo. El mensaje es que la gente venga a un espectáculo gratuito y abierto.

–¿Cuál es su postura con respecto a la figura del femicidio?

-Hay que tener en cuenta la armonía legislativa, porque entiendo el impacto de la figura, pero el tema es cómo redactarla. No creo que el aumento de pena tenga efectos reales de cambios de comportamientos sociales. En 1996 votamos la Ley de Seguridad Ciudadana, y de ahí en adelante todo fue aumentos de pena. Y la realidad social es la que tenemos. Entiendo que la ley es una herramienta muy importante, pero no creo que esa sea la línea directa para mejorar la seguridad pública en general, o el caso del femicidio en particular. Estoy de acuerdo con el concepto de Malena, pero hay que tener cuidado con la redacción, con la parte técnica. Desde el punto de vista técnico se tiene que lograr determinar una figura, a partir de una realidad social sobre la cual vos reconocés que tenés que trabajar, sin que esa opción se vuelva disonante con el Código Penal en su conjunto. O sea que, desde el punto de vista penal, se reconoce una realidad social. De hecho, muchas veces la ley reconoce los cambios a nivel social. Una parte del imaginario colectivo cree que la ley le va a solucionar problemas que, en realidad, no resolverá. A veces uno toma cuestiones presentes a nivel social, legisla y construye; otras veces es distinto. Como cuando se hizo el debate del No a la Baja, o sobre los proyectos de despenalización de la marihuana o del aborto, y uno tuvo que interpelar a la sociedad, desempeñar su rol de dirigente y trabajar con sus convicciones para permear a la sociedad.