Este 8 de marzo, la movilización nacional e internacional es un hito y puede llegar a ser el comienzo de una nueva etapa. El paro internacional de mujeres es una medida de movilización nueva, que recoge una forma de lucha realizada por los trabajadores hace más de 130 años y la resignifica en múltiples formas de participación. Esta expresión de fuerzas recoloca la agenda feminista, y en especial la violencia de género y el trabajo doméstico invisibilizado.
Odios patriarcales y reaccionarios
Por otro lado, asistimos a furibundos ataques de jerarquías evangélicas y católicas a lo que llaman la “ideología de género”. La vieja maquinaria de la reacción vuelve a apelar a los peores valores para resistir los planteos feministas. Las ofensivas de la derecha en América Latina y en el mundo están creando un escenario nuevo. El juicio político a Dilma Rousseff fue un ejemplo de virulencia de los valores reaccionarios, patriarcales y de odio hacia el progresismo y la izquierda. El reciente triunfo de Donald Trump muestra la fuerza del discurso misógino, racista y xenófobo.
Los debates también llegan a los “progresismos”. Todavía se escuchan voces que critican a las organizaciones feministas, étnicas o de la diversidad sexual por priorizar las identidades particulares sobre las luchas generales de la sociedad. Evidencian así un desconocimiento de las corrientes predominantes en estos movimientos, pero también una visión muy limitada de la política.
Hay preguntas y debates pertinentes en este plano. ¿Cuáles han sido las formas de democratización de la política y la sociedad promovidas por los movimientos feministas y de la diversidad sexual en este período en Uruguay? ¿En qué medida han logrado incidir en las políticas públicas, en la agenda de derechos, en el fortalecimiento de las organizaciones sociales, en la calidad de la democracia? ¿Cuáles son los factores que pueden abrir nuevas posibilidades democratizadoras de transformación social y cuáles pueden generar debilidades y retrocesos en el próximo período?
Los movimientos feministas han recorrido caminos heterogéneos, diversos y contradictorios en una realidad compleja de América Latina. Tanto el movimiento feminista como el de la diversidad sexual tuvieron debates importantes sobre la estrategia a seguir. Algunos de ellos acompañaron polémicas internacionales y otros a las luchas de una formación social como la uruguaya.
Identidades y derechos democráticos
Uno de estos debates se refiere a la forma en que las reivindicaciones de género u orientación sexual pasan a ser banderas democráticas generales. La tensión entre la reafirmación de las identidades (y, por lo tanto, de las diferencias) y los derechos democráticos, patrimonio de todos, acompañó muchos momentos de esta larga lucha. Para muchos movimientos feministas, la movilización por los derechos de las mujeres no puede concebirse aislada de las luchas contra las exclusiones y desigualdades de todo tipo y contra las lógicas autoritarias de la sociedad y el Estado.
La inclusión de los feminismos y las identidades LGTB en una agenda más amplia, que incorpora luchas étnicas, culturales y sociales, tuvo consecuencias en el plano de las reivindicaciones, del discurso vertebrador y de la organización. Esta forma de evitar el aislamiento y ampliar la base de movilización social permitió articular las agendas, priorizar temas en conjunto e ir creando un bloque social que está dando una batalla por la hegemonía ideológica.
Si bien los avances no se limitan a normas legales, basta ver el informe acerca de la aplicación en Uruguay de la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer en el período 2009-2016 para valorar la vitalidad de estas luchas:
a) En 2008 se aprobó la ley 18.426 sobre derecho a la salud sexual y reproductiva, que motivó el veto presidencial a la despenalización del aborto y recién fue reglamentada en 2010. La interrupción voluntaria del embarazo finalmente se aprobó mediante la ley 18.987, en 2012.
b) En 2009 se aprobaron las leyes 18.620, sobre derecho a identidad de género, cambio de nombre y sexo en documentos; 18.561, de prevención del acoso sexual, y 18.590, sobre adopción por parte de parejas del mismo sexo.
c) En 2010, la ley 18.651, sobre protección integral a la discapacidad, y en 2011, la ley 18.868, que prohíbe la exigencia de test negativo de embarazo para establecer relaciones laborales.
d) En 2013 se votaron las leyes 19.122, contra la discriminación hacia afrodescendientes y por acciones positivas; 19.161, sobre licencia maternal, paternal y lactancia; 19.075, que autoriza el matrimonio entre personas del mismo sexo (o matrimonio igualitario), y 19.353, de creación del Sistema Nacional de Cuidados.
Casi siempre fueron los movimientos sociales o una conjunción de fuerzas sociales y sectores políticos los que impulsaron estas leyes.
El cuestionamiento a la inequitativa distribución del trabajo doméstico y de cuidados comienza a ponerse sobre la mesa. El paro de mujeres lo hace. El reclamo de paridad apunta contra el déficit de representación política de las mujeres, que todavía es muy alto en nuestro país. Al mismo tiempo, la campaña contra la violencia de género crece y crea la posibilidad de un punto de inflexión en el que las concepciones patriarcales y violentas pierdan terreno y su hegemonía sea puesta en cuestión.
También los varones deben ser parte de estas luchas. No sólo acompañantes solidarios, sino también participantes. La concepción patriarcal de masculinidad, que pone a los hombres en un rol dominante, que subordina y posterga a las mujeres, que estigmatiza las orientaciones no heterosexuales, también afecta en forma muy negativa la salud y la vida de los varones. Las cifras de muertes por suicidios, accidentes, homicidios y enfermedades crónicas son mucho mayores entre ellos y la asociación con el género es significativa.
Debates ideológicos
A pesar de los avances de la última década, en nuestras sociedades siguen existiendo graves desigualdades por razones de género, generaciones, orientación sexual, territorio, raza y clase. Son los principales problemas del país y la región.
La desideologización de la política ha crecido en el capitalismo tardío. La cooptación de la política por el Estado ha tenido consecuencias importantes. Minimiza el rol de las fuerzas sociales, deja de lado los elementos ideológicos que sustentan cada acción institucional o social y otorga más fuerza a las tendencias inerciales del sistema político y social, al carácter amortiguador de la sociedad, presentado como realismo político.
Los procesos históricos del movimiento feminista han dado como resultado “un amplio, heterogéneo, policéntrico, multifacético, y polifónico campo”, que se extiende más allá de las organizaciones y los grupos propios del movimiento. En ese marco, se han dado debates culturales que problematizan los significados establecidos por las relaciones de poder dominantes. También las banderas del ecologismo han sido tomadas por corrientes ecofeministas. Ambas corrientes proponen una concepción del mundo menos jerarquizada, con profundos cambios en la cotidianidad, sin el sentido de acumulación alienada de más objetos de consumo.
Por otro lado, existen debates dentro del feminismo sobre la convergencia entre el capitalismo neoliberal y algunas formas de feminismo liberal. En relación con los cuatro cuestionamientos principales de la segunda ola feminista, hay una “resignificación”, dice Nancy Fraser. La crítica al economicismo que ocultaba otras formas de opresión derivó en un énfasis en la cultura y la identidad sin referencias anticapitalistas. El cuestionamiento al androcentrismo basado en una injusta división sexual del trabajo fue incorporado por el sistema capitalista, y el trabajo remunerado de las mujeres contribuyó a una estructura de hogares con dos proveedores que no contradecía la flexibilización y el abaratamiento de la mano de obra propios del neoliberalismo. Los argumentos feministas contra el estatismo fueron reinterpretados dentro de los cuestionamientos neoliberales contra el Estado y vinculados con la promoción de las organizaciones no gubernamentales. El internacionalismo propugnado por las feministas pudo ser asociado con las políticas de gobernanza planetaria de esta época del capitalismo.
En América Latina, estos procesos no fueron homogéneos y las corrientes liberales no hegemonizaron. Las movilizaciones de hoy lo demuestran.
Actores para el cambio
Es necesario un análisis crítico y autocrítico del accionar de tres actores en el siglo XXI: los gobiernos, las fuerzas políticas y los movimientos sociales. El triunfo de la derecha en Argentina, Brasil y Venezuela es demasiado fuerte para minimizar los errores de la izquierda y los movimientos populares. Si el modelo de “hacer política” piensa a la gente como espectadora, podrá ser crítica o conformista en relación con el gobierno, pero no construirá relaciones de fuerza sólidas. Si esas batallas culturales empiezan a perderse, vamos camino hacia la derrota política.
Las luchas contra las concepciones patriarcales, la violencia hacia niños y mujeres, la discriminación hacia orientaciones sexuales y etnias diferentes, la destrucción del medioambiente y las políticas autoritarias sobre drogas y seguridad son parte fundamental de las contradicciones actuales. Se articulan con la lucha de clases. Estas luchas se enlazan en una perspectiva de democratización profunda de la sociedad y el Estado, que es un instrumento y un fin en sí mismo. Hace a la concepción de una sociedad diferente, y a la vez es una respuesta a los problemas inmediatos de la población para ejercer sus derechos.
Esa participación es acción social y cultural sobre los problemas existentes y un camino en el que los movimientos feministas son protagonistas.