Hace años que dormita, no duerme, y antes de que suene el despertador a las 5.00, ella ya está en pie. Los días que le toca ayudar en el tambo, se despierta, incluso, antes. Se pone las botas, se ata el pelo, prepara el mate y ve cómo se esclarece el cielo. Hace la leche, despierta a los niños, los ayuda a aprontarse para ir a la escuela y les prepara un pan con dulce. Levanta las gallinas, recoge los huevos. Le da de comer a cuanto bicho hay en la vuelta. Limpia la casa. Arrea las vacas, cuida el cultivo, cosecha las acelgas de la huerta. Dice que es una araña: “El centro de la telaraña es el hogar; después voy y vengo, construyendo, como todas”. Silvia Páez habla de sí misma pero también de las miles de mujeres que viven y trabajan en el campo y que ayer festejaron otro día más de lucha.

Lejos del asfalto y cerquita de los corrales, algunas mujeres rurales se juntaron a tomar mate, colgaron escobas y trapos de piso en las porteras de sus campos, abrazaron árboles con lazos violetas y negros, o fueron hasta el pueblo a repartir pegotines en la manifestación en contra de la violencia de género, o hicieron todo eso y más. “El que pase por el camino de la casa va a saber que allí hay una mujer que reclama su autonomía física, política y económica”, explicó Páez, floridense, integrante de la Red de Grupos de Mujeres Rurales del Uruguay y de la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo-Vía Campesina. Ellas también están luchando para “deconstruir el sistema patriarcal” que heredaron, en el que “el hombre se considera dueño de todo”, incluso de ellas mismas. “Que en los últimos tiempos no haya habido mujeres asesinadas por sus maridos en el campo, gracias a Dios o a quien sea, como sí ocurre en las ciudades, no quiere decir que nosotras no suframos violencia”, afirmó.

Donde hay más vacas que personas, dice, no se ve tanto golpe, pero sí violencia psicológica y sexual, y se hace más notorio cómo a la violencia machista se le suma la alimentaria: “Las mujeres rurales defendemos la soberanía alimentaria porque consideramos que vamos a ser autónomas cuando podamos elegir con qué y cómo alimentar a nuestras familias. Además, hoy consumimos cosas que no sabemos qué tienen. Desde el punto de vista de la salud, sabemos qué provoca la contaminación. Eso también es perder derechos en nuestra propia tierra”, explicó.

En ese sentido, Páez hizo referencia a la muerte de las cosechas de los productores familiares de La Armonía, en la zona rural del departamento de Canelones, a raíz de la contaminación de aguas por la mala utilización de agrotóxicos; contó que una de las integrantes de la Red es vecina de la zona y perdió 3.000 plantines, y que no es la primera vez que suceden ese tipo de cosas en los campos, donde la mujer rural queda casi a la deriva. Por eso y porque están cansadas de que el gobierno “se llene la boca hablando” y cuando queman las papas no resuelva el problema puntual ni la situación en general, el lunes 6 de marzo se manifestaron frente a la sede de Presidencia de la República. Se aparecieron con una pancarta que tenía dibujada una campesina trabajando con miel y cultivos, y una fumigadora, con una leyenda: “Esto también es violencia”. “Sirvió para demostrar que de esa forma también se afecta a las mujeres, a las productoras familiares que no usamos ese tipo de procedimiento [con agrotóxicos], que cuidamos muchísimo lo propio, lo ajeno y el medioambiente, y sin embargo quedamos sujetas a la disposición de alguien más. Un hombre”, manifestó.

Uno por dos

“Las compañeras de Salto quieren que se ejerza la igualdad desde todo punto de vista”, dice del otro lado del teléfono María Flores, presidenta del Sindicato Único de Trabajadores de Tambos y Afines, adherido al PIT-CNT, que ayer paró. “Cosechan de la misma manera que los hombres, pero se les paga menos el cajón. Nos tienen que pagar el mismo salario. Lo mismo sucede con las cocineras, que terminan cocinando para un batallón si hay zafra, y se les paga lo mismo que siempre”, agregó. La violencia machista es más explícita aun: “Se le paga y se pone en caja solamente al esposo, pero en el campo trabajan siempre los dos. Como no llegue ese dinero a vos, vas pidiendo un poco de esa plata, que es de los dos”.

Por otro lado, Páez aseguró que “lamentablemente” las mujeres rurales no reconocen la violencia sexual y psicológica como violencia, sino que las tienen “muy naturalizadas”. Contó que, por ejemplo, “el patrón se hace sentir” cuando llega un técnico o algún encuestador, cuando se tienen que hacer los trámites ante el Banco República o el Banco de Previsión Social. “Deja que yo me arreglo con él, anda a preparar el mate o lo que sea. Eso te mandan a hacer, por la herencia machista. Pero nosotras, las que recorremos las praderas, también sabemos cómo se debe cuidar una pradera o un cultivo. Eso sí, cuando se trata de dar datos de los niños, o de qué se come, ahí sí, somos nosotras las que contestamos”.

Respecto de la violencia sexual, dijo que hay muchas mujeres que la sufren pero consideran que es “porque el hombre tiene otras necesidades, entonces es natural”. “A veces, por la cantidad de trabajo y actividad, por estar en todo, la mujer no tiene o no quiere acceder a una relación, y sin embargo el hombre lo exige. Eso lo manifiestan muchísimas mujeres, y no se dan cuenta de que les están vulnerando sus derechos”, explicó. Páez describió ambas violencias como “la gota que horada la piedra. Van calando de a poco, transformando la personalidad, el carácter y la forma de actuar de las mujeres”. Páez reconoce que ha habido cambios, pero también que “los tiempos sociales son diferentes de los institucionales”, por eso hay que seguir luchando.

Sin excusas

“En el campo se estila mucho el ‘algo habrás hecho’”, aseguró Flores. A eso se le suma que, como el pueblo es chico y el infierno grande, es muy probable que en la comisaría “te encuentres con algún familiar o conocido”, y entonces decidas no hacer la denuncia, “porque la mujer rural es muy del qué dirán, y por vergüenza, porque te dicen que te lo buscaste y que te jodas, te quedas quietita en el molde”. Flores piensa que eso ha de pasar porque el personal policial “no está capacitado” para atender ese tipo de situaciones, pero la directora de la División de Políticas de Género del Ministerio del Interior, July Zabaleta, dejó claro que no, que, muy por el contrario, lo que sucede es que “hay gente que no quiere entender”. No hay excusas: “Pasa que relativizan el problema, no entienden la gravedad de lo que están hablando, en parte también porque esto implica reflexionar sobre las propias prácticas”. Zabaleta explicó que para llegar a comisario se tiene que pasar, además de por la formación básica para recibirse de oficial, por cursos específicos que tratan el tema de la violencia de género. “25.000 policías fueron a capacitaciones sobre violencia de género, con énfasis en violencia doméstica. Cuando imprimimos el decreto de 2010 [sobre la actuación policial ante casos de violencia doméstica], lo hicimos en formato bolsillo y lo repartimos a nivel nacional, seccional por seccional, y se entregó bajo recibo”, agregó. “Las resistencias siguen estando”, enfatizó. No hay excusas.