Un mundo de gente había en la plaza Libertad a las 18.00, hora de la convocatoria. La marcha no arrancaba y, cada tanto, sonaban ansiosos aplausos. Pedían arrancar, salir de esta situación que movilizó a un Paro Internacional de Mujeres y que miles salieran a decirlo en las calles. Los aplausos eran grandes y sentidos, golpeados por manos de todas las edades y géneros. Había muchos varones, pero las mujeres eran mayoría. Buena parte de los marchantes vestía los colores propuestos por la Coordinadora de Feminismos del Uruguay, la organización que convocó a la movilización. Negro, por el dolor de las miles de mujeres asesinadas, y violeta, por la lucha feminista.

Antes de salir, Lucía, de 15 años, e Ignacio, de 16, esperaban con la tía de ella para comenzar la marcha. Era la primera marcha por un motivo de género a la que iba él: “Ella me dijo que iba a venir y pensé en acompañarla. Me parecía bien venir”, explicó. Para dar cuenta de sus motivos mostró el cartel que llevaba: “Si nos educan iguales, somos iguales”. Contaron que así los educaron sus respectivos padres; ninguno de los dos conocían casos de violencia en sus círculos de amigos. Él opinó que en lo que más se nota la desigualdad de género es en el deporte, porque hay gente a la que le asombra que las mujeres jueguen al fútbol, siendo que pueden jugar mucho mejor que él, que no lo hace. Pero principalmente mencionaron el acoso callejero, y dijeron no entenderlo: “Aparte que no te la ganás [a la chiquilina] ni ahí, porque le da asco que le griten todas esas cosas. Es como tratarla como un objeto”, concluyó Ignacio.

“Vine porque me siento identificado con la lucha de las mujeres”, contó Marco, de 62 años, aunque tenía un matiz con la convocatoria: “Creo que no es muy justo lo que se plantea en esta movilización, porque el feminismo, como el machismo, es una forma de discriminar. El problema de género es defender los derechos, buscar la igualdad, buscar la justicia en toda la raza humana”; a su entender, “ser feminista es una forma de discriminar”. Daba por sentado que el fin de aquella movilización no era la igualdad, pero, de todos modos, acompañaba.

Margarita, de 64 años, y Elena, de 71, habían llegado de sus barrios, Piedras Blancas y La Teja, para movilizarse por motivos que no eran nuevos y que no por primera vez las encontraban en la lucha. “Hay que sumar fuerzas. La mujer se está rebelando, y eso es muy bueno, pero hay que respaldarla”, arremetió Elena. Margarita fue directo al grano: “Creo que esto necesita políticas públicas y recursos. Sin recursos no hay ninguna política pública; con consignas no vamos a llegar”. ¿Qué se necesita? La enumeración la hicieron entre las dos: “Refugios, apoyo real a mujeres, sostener más y fiscalizar que los recursos vayan realmente a las mujeres. Que den sostén a las mujeres y se trabaje con los hombres violentos”, aconsejaron. Dijeron que el discurso político por la igualdad de género “recién se empieza a acomodar; hay una puesta pública en torno al tema de género, pero hay muchas contradicciones a nivel político”, y mencionaron a los parlamentarios para decir que “no se ponen de acuerdo para aprobar leyes que sirvan para eliminar o, por lo menos, acolchonar todo lo que están pasando esas mujeres”. Entre los marchantes también había parlamentarios.

Laura, trabajadora social de la Administración de los Servicios de Salud del Estado, estaba con sus colegas y alzaba un cartel del grupo de profesionales. ¿Cómo es la realidad con la que trabajan? “Herramienta no tenemos ninguna”, disparó. Y amplió: “Las mujeres hacen la denuncia, y es un bajón porque no hay respuestas. Acompañás a las mujeres, les aconsejás que hagan la denuncia, y cuando llegan a hacerla te encontrás que no tienen solución. Pasa una semana para que el juez las vea, tienen que volver a la casa, vivir de no sé quién, esconderse no sé dónde, y no hay solución. Por un lado, estamos promocionando que defiendan sus derechos, que protesten, que se quejen, mientras que, por otro lado, no tenemos respuestas para darles. Si vas a la comisaría, nosotras, como profesionales, les decimos que para que les den bolilla tienen que transmitir que tienen miedo a que las maten. Es una realidad que está muy lejos de lo que debería ser la respuesta. A veces te calentás con las políticas, porque se nota que los que las hacen están atrás de los escritorios y no en los territorios. Ejemplos y casos, miles”. Acusó a los jueces que no leen los informes “porque son muy largos” o que ordenan soluciones que no llegan a implementarse porque la Policía dice que no consigue dar con el paradero de las familias, que están en sus casas.

Beatriz, de 40 años, de Camino Maldonado, iba por primera vez a una marcha de género. Dijo no padecer la violencia machista, pero aclaró: “Me molesta la violencia de los hombres sobre las mujeres, que no acepten cuando se termina una relación y quieran poseer a esa persona y terminen matándola; no son objetos, son personas”. Dijo que no había ido a ninguna otra marcha porque trabajaba y no podía asistir, pero que esta vez fue diferente: “Hoy mi patrona me cambió el horario para que pudiera venir y apoyar a las mujeres que realmente sufren por esa causa”.

Un puesto de flores vendía rosas. “¿Se vende más o menos?”. “Más”, dijo el vendedor. “¿Es para regalar?”, le pregunté a la chica que compraba una rosa y pedía un envoltorio. “Es para regalar y se la voy a regalar a mi mujer”, aseguró.

“Mi cuerpo, mi decisión”, aclaraban otros carteles, que daban cuenta de otros ribetes de la amplia lucha de las mujeres. Combativas, otras chicas iban en tetas, con un pequeño trozo de cinta aisladora en cruz que les tapaba los pezones. “Autodefensa feminista”, gritaban. “Iglesia, basura, vos sos la dictadura”, cantaban a veces, y un cartel complementaba sus ideas: “Los medios cosifican los cuerpos en productos sexuales”.

A la altura de la Intendencia de Montevideo la marcha tomó el ritmo de los tambores de las comparsas La Roma y La Melaza, esta última tocada sólo por manos femeninas. Al son del candombe, la marcha era una fiesta. No faltaron los cánticos, La Melaza entonó con voz y percusión un tema que rezaba: “No, no más, no matar, no matar más”. Los marchantes acompañaban bailando y cantando. Delante de la comparsa sonaban instrumentos de viento y delante, a propuesta de Afrogama y La Melaza, filas de mujeres hacían una coreografía. Una de ellas explicó que el movimiento representaba a la mujer sensual y la mujer guerrera, puesto que en una de las vueltas parecían empuñar una espada, un cuchillo. “Puedo atacar para defenderme o para defender a otra mujer, para sobrevivir”, agregó, dando cuenta de la importancia de hacerlo todas juntas.

Otros carteles enumeraban todos los femicidios ocurridos desde 2016 en adelante. Eran varias, dolorosas pancartas.

El grupo de manifestantes que iba con los tambores iba al paso de la comparsa. Una fracción ya había llegado antes. Se había leído la proclama en voz alta y entre todos. Un grupo de mujeres barría, con escobas de chircas, las cenizas del fuego que habían prendido minutos antes. Contaron que habían barrido “el patriarcado” antes de emprender la caminata; al llegar tenían varios símbolos que ardieron, a los que definieron como “símbolos que nos oprimen y nos someten”: la iglesia, las instituciones del Estado, la misoginia, el poder médico, la libreta de matrimonio, el gorro de los milicos (Policía), enumeraron.

A esa altura, ya había llegado la fracción arrastrada por los candombes. Cuadras y cuadras repletas de gente. Parte de la pancarta que se leyó, otra vez en forma colectiva, decía: “Paramos y no estamos solas. Están con nosotras las diversas mujeres que se hicieron oír a lo largo de la historia, que nos regalaron su lucha florecida y amorosa, que comparten su potencia revolucionaria. Queremos seguir construyendo un movimiento que haga sentir su voz y que sea visible. Un movimiento que cuestiona la sociedad, que sabe que el patriarcado, junto al capitalismo, el racismo y la guerra imperialista de los poderosos, nos mata y empobrece. Porque queremos un mundo donde nuestra existencia y la de las y los que amamos sea digna”. Recordaron la omisión del Estado -al que catalogaron de “patriarcal y capitalista”- a la hora de garantizar los derechos de las mujeres.

“Paramos porque los poderes médico, político, judicial y religioso continúan limitando y condenando nuestra autonomía”, agregaron, y “porque la pobreza, el desempleo y la precarización recaen y se profundizan sobre nosotras, más aun en tiempo de crisis”. Mencionaron también la doble jornada laboral y las inequidades salariales. “¡Feminismos en las plazas, las casas, las camas y en todas partes!” rezaba uno de los últimos gritos.

En varias localidades del interior del país, a otra escala, también se desarrollaron marchas, asambleas en plazas, talleres e intervenciones. Los motivos eran los mismos, tan viejos, tan nuevos, tan sabidos.