Recuperando la experiencia de Islandia en 1975, fueron las mujeres polacas quienes realizaron, el 3 octubre de 2016, un paro contra las medidas restrictivas del gobierno ultracatólico, que implementaba un plan para criminalizar el aborto voluntario e involuntario. En esos días, mujeres de Corea del Sur se movilizaban por similares motivos. En el mismo mes, en Argentina, autoconvocadas y enlazadas con la experiencia del colectivo Ni Una Menos, que llamó a las masivas movilizaciones en 2015 y 2016 por los feminicidios, las mujeres fuimos a un paro nacional. Ese llamado encontró ecos en distintas compañeras que salieron a las calles de América Latina y el Caribe. Y es que en nuestra región las estadísticas visibilizan que en 2016 98% de los feminicidios permanecieron impunes y que varios países de América Latina encabezaron ese trágico ranking. Pero los números no alcanzan a reflejar las múltiples dimensiones de la violencia machista que vivimos cotidianamente, ni la violencia institucional que padecen las personas trans, ni los crímenes de odio contra la comunidad LGTBI.
Como lo expresan las compañeras que motorizan el Paro Internacional desde fines de octubre de 2016, se trata de una “respuesta a la actual violencia social, legal, política, moral y verbal experimentada por las mujeres actuales en diversas latitudes”. Esa respuesta se construye desde abajo, por mujeres que viven en diferentes partes de este mundo feroz, que se encuentra signado por una descontrolada globalización neoliberal, una economía política militarizada bajo un proceso de financiarización, una crisis climática, alimentaria, de organización del cuidado y energética, un debilitamiento de los Estados-nación y el fortalecimiento del poder mediático-corporativo y de las elites nacionales.
Hacia el mes de enero, las protestas contra la asunción al gobierno de Donald Trump en Estados Unidos demostraron, una vez más, el protagonismo de las mujeres en la marcha que encabezaron en Washington y en distintas ciudades junto con personas trans, varones y jóvenes. Esa marcha, como bien lo relató la histórica activista Angela Davis, es la expresión de un “feminismo inclusivo e interseccional que nos convoca a todos a unirnos a la resistencia al racismo, a la islamofobia, al antisemitismo, a la misoginia, a la explotación capitalista”. Las palabras de Davis resuenan en un eco que recuerda la potencia del feminismo como perspectiva que permite comprender las coordenadas del mundo en el que vivimos, como práctica política y herramienta para construir alternativas.
“Lo único realmente internacional está siendo la lucha de las mujeres”, fueron las palabras que eligió Violeta -una trabajadora sindicalizada estatal- para referirse a las posibilidades organizativas frente a tantos retrocesos en materia de derechos, en el marco de los talleres que se organizaron en Buenos Aires bajo la consigna “¿Por qué paramos?”. Este paro internacional actual visibiliza, entre sus principales consignas, la centralidad del trabajo remunerado y no remunerado que hacemos nosotras. Los efectos de la brecha salarial, la doble y triple jornada laboral, la precarización, la falta de reconocimiento y redistribución del trabajo doméstico y de cuidados, la ausencia de debates por licencias maternales, parentales, y por violencia machista, la inclusión laboral de personas trans, la falta de autonomía económica frente a las situaciones de violencia que padecen las mujeres son algunos de los reclamos que enumeran las convocatorias en los distintos puntos del planeta.
Desde fines de los 60 y principios de los 70, los feminismos de izquierda han puesto en escena la tensión entre el mundo de la producción y el de la reproducción (social y sexual) y la disposición del trabajo doméstico no remunerado de las mujeres como vital para el sostenimiento del sistema económico. Nociones como la de trabajo invisible y división sexual del trabajo se convirtieron en herramientas que permitieron analizar el valor económico de la tarea que realizan las mujeres todos los días en sus casas, “cuando reponen diariamente gran parte de la fuerza de trabajo”, tal como lo expresaba Isabel Larguía en un artículo de 1969.
Hoy, en pleno siglo XXI, desde la economía feminista se denuncia la injusta organización social del cuidado entre Estado, mercado y hogares; se trazan vinculaciones entre procesos migratorios, cadenas globales de cuidado y explotación del trabajo de las mujeres. Junto con el apoyo de las encuestas sobre el uso del tiempo, también se visibiliza la red de cuidados que, a modo de ingeniería cotidiana, diseña cada mujer los 365 días del año y se demuestra la carga mayor que pesa sobre ellas cuando asumen las tareas domésticas y de cuidado de otros.
Los feminismos tienen su genealogía, y es precisamente en este punto donde considero que las contribuciones del feminismo de izquierda se enlazan con la lucha del movimiento de mujeres en pleno siglo XXI. Vuelvo, entonces, sobre las palabras de Davis, con su discurso en la Marcha de las Mujeres en Washington, en enero, cuando advirtió: “La historia no puede ser borrada como las páginas web”. Esa historia se teje entre las miles de luchas que protagonizamos y en las que permanecimos invisibles. En Argentina, cuando el país se hundía en el desempleo de dos dígitos y la crisis social, económica y política evidenciaba los efectos de las recetas neoliberales aplicadas en la década del 90, las mujeres garantizaron la sostenibilidad de los procesos de lucha, de sus familias y la comunidad por medio de la gestión de ollas populares en los cortes de ruta y los comedores comunitarios durante la ocupación de fábricas o en los barrios. Sin embargo, la memoria de ese momento épico no ha reflejado su protagonismo.
Hablar de genealogía es reconocer que en las luchas de las mujeres del sur y del norte se reeditan formatos de protesta, se viralizan los reclamos y se abren verdaderos espacios de aprendizaje para todas. Como la iniciativa que lanzaron distintos espacios feministas de Barcelona, allá por 2014, con la Vaga de Totes o Huelga de Todas, nuevamente está sonando la consigna “Nosotras movemos el mundo. ¡Ahora lo paramos!”.
En estos últimos meses se construyó el paro internacional, “entre asambleas y redes sociales”, de modo autogestionado y fortaleciendo los encuentros en distintos espacios: barrios, cooperativas, sindicatos. Encontrarse, escucharse, “acuerparse”, como dice la feminista comunitaria guatemalteca Lorena Cabnal, en una “acción personal y colectiva de nuestros cuerpos indignados ante las injusticias que viven otros cuerpos”. Así salimos este 8 de marzo a las calles, acuerpadas, hermanadas, para revolucionarlo todo.
Flora Partenio. Activista feminista argentina, docente e investigadora en universidades nacionales y codirectora de la Cátedra Libre Virginia Bolten: Construyendo Feminismos Populares en Nuestra América de la Universidad Nacional de La Plata.