Verano de 2016. Me invitan a una fiesta. Había una PC y unos parlantes, pero no arrancaban y sonaba música aburrida. “Falta cumbia”, pensé, como casi siempre que la gente quiere bailar, pero la música no los convoca. Propuse que pasáramos música desde el Spotify de mi celular. Arranqué con cumbia romántica clásica. Los invitados comenzaron a bailar, a divertirse y hasta a cantar las canciones. Hice el puente con Néstor en Bloque y llegué sin prisa a los temas más conocidos de cumbia villera. Recuerdo especialmente el entusiasmo desatado con temas como “Duraznito”, de Pibes Chorros, que en su letra dice: “Se borró Duraznito de la villa, se llevó toda la plata del blindado, esa que nos habíamos afanado la otra noche en la General Paz. Nos acostó a nosotros sus amigos, nos dejó a todos sin un centavo, ahora tiene un piso en Belgrano y en un Mercedes se pasea en la ciudad. Miralo a Duraznito viviendo la buena vida, y nosotros que pensábamos que era retardado. Ahora está rodeado por las mejores minas, y nosotros los vivos, en Devoto encerrados”. Luego vinieron “Laura, se te ve la tanga” y “Atrevida”, de Damas Gratis, y “La piba lechera” y “La Colorada”, nuevamente de Pibes Chorros. Las cuatro condensan, sin dudas, algunas de las letras más provocadoras de la cumbia villera de los últimos 15 años en torno a la tematización de la sexualidad y a los modelos de masculinidad y feminidad deseados y/o cuestionados.
Entre los invitados de la fiesta primaban muchos militantes del campo popular, defensores de diversas causas feministas, todos con conciencia de género y pertenecientes a las clases medias ilustradas. Pero con ganas de bailar. Entonces bailaban, claro, porque el ritmo era pegadizo y las letras, divertidas; pero mientras lo hacían no podían evitar los comentarios justificatorios, las risas incómodas y, en algunos casos, las caras de desagrado. Una de las chicas se acercó y me preguntó, entre sorprendida y enojada: “¿En serio tenés esta música en tu celular?”. Le contesté que sí e hice algunos chistes irónicos sobre la necesidad de repensar el lugar de la mujer en esas letras, que, a primera vista, parecían denigrantes, pero no lo eran. El chiste no prendió y la cumbia villera siguió sonando.
Esa anécdota autobiográfica quedó rebotando en mí durante un tiempo. Estaba escribiendo en esa época, junto con mi colega Carolina Spataro, un artículo sobre el lugar de la mujer en la cumbia villera, y preguntas como esas servían como argumento para profundizar el análisis incluyendo en él las propias experiencias en torno a las formas de observar, ponderar y juzgar el lugar del deseo femenino en las representaciones que la cultura de masas ponía a nuestra disposición cotidianamente.
El otro aspecto que resultaba relevante en esa escena era la celebración de letras como “Duraznito”, claramente asociada con un acto delictivo. En ese contexto, entonces, la cumbia villera era reivindicada cuando narraba el ataque a la propiedad privada, pero atacada cuando ponía en escena, de maneras diversas, letras que representaban el deseo sexual femenino en la voz de un varón heterosexual. La más emblemática de ellas era “Atrevida”, que Pablo Lescano, líder de Damas Gratis, canta a dúo con Néstor en Bloque:
Néstor: Pablo, sabés que soy tu amigo, te tengo que contar de lo que fui testigo, el sábado a la noche cuando estaba tocando la vi a tu noviecita que te estaba engañando.
Pablo: Néstor, esa yo no te la creo, te tengo que decir que vos sos un embrollero, dejate de joder y no hagas más quilombo, lo que a mí me parece le querés llenar el bombo.
Voz femenina: Pablo, te pido un favor, Néstor también me gusta, me quedo con los dos, no quiero que peleen, te pido festichola, uno por adelante y otro por mi cola.
Pablo: ¡Pero mirá qué atrevida que resultó ser la nena! ¿Le damos?
Pablo y Néstor a dúo: ¡Hasta que se canse! Dale, menea pa’ bajo, mové ese tajo y te rompo el cu...
En estas letras pueden leerse aspectos disruptivos y provocadores respecto de los roles sexuales, los vínculos erótico-afectivos y la relación con el propio cuerpo y el propio placer: la “sorpresa” de los varones ante la propuesta femenina, si bien no deja de ser narrada desde una voz masculina y hegemónica, pone en escena el desenfado de la mujer y representa formas alternativas del placer, corriendo el horizonte de los posibles y los deseables en el terreno de las fantasías, pero también en el de las prácticas sexuales. ¿Será que podremos atrevernos, como la joven de la canción, a experimentar esos deseos y esas transgresiones antes que juzgarlas por procaces? ¿O será que los debates y las luchas feministas muchas veces nos obturan la pregunta por el placer?
Sintetizando, este sugerente movimiento en torno a la cumbia comienza con la propuesta de una relectura sobre las representaciones de género que la cumbia villera propuso originalmente. Representaciones caracterizadas por letras provocativas y -desde la mirada de cierto sentido común “bienpensante”, pero también desde muchas lecturas académicas- procaces, denigratorias, objetualizantes de la figura de la mujer, etcétera, pero que hoy permiten, a la luz de formas novedosas de analizar no sólo las letras, sino sobre todo las prácticas de las mujeres que las bailan, las gozan y las utilizan para tramitar y resolver experiencias vitales diversas, comprender el valor de estas a la hora de representar nuevos horizontes de placer y liberación en el ejercicio de una sexualidad activa y un deseo de mayor autonomía. Deseo que, si bien choca con modelos hegemónicos de comprender los roles de género asignados socialmente, también tensiona esos límites permanentemente y permite ampliar el margen de los posibles y los deseables en los vínculos erótico-afectivos contemporáneos.
Malvina Silba Socióloga y doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, y docente de la UBA/Universidad Nacional de San Martín.