El 1° de marzo del 2017 volvió a subir el precio del boleto en Montevideo: pasó a ser de 33 pesos para el que paga en efectivo y de 31 pesos para el que carga previamente la tarjeta STM. Es una realidad que un salario mínimo en 2005 podía comprar 141 boletos (2.050pesos/14,5 pesos), mientras que a la fecha un salario mínimo puede comprar 372 si paga en efectivo (12.265 pesos/33 pesos) o 396 si se carga previamente la tarjeta (12.265 pesos/31 pesos); es decir, se reconoce que en términos reales un trabajador con un ingreso mínimo puede comprar más de dos veces y media la cantidad de boletos que compraba. Pero también reconocemos que el precio del boleto es absurdo para el servicio que se presta, más aun si uno de los argumentos esgrimidos es que se debe a que cayó la cantidad de boletos vendidos.

Cualquier individuo, ante un aumento de precio, suele responder con una disminución de consumo. Es irracional pensar que un vecino va a comprar más tomates porque el tomate está más caro; entonces, ante la alta probabilidad de una futura nueva caída en la venta de boletos, ¿se piensa responder volviendo a aumentar su precio?

Por otra parte, con una óptica completamente distinta, UTE ha llevado políticas muy efectivas sobre la demanda. Esta empresa también tiene costos fijos considerables por el hecho de tener disponibilidad de centrales eléctricas prontas para generar energía en el momento en que sea necesario; sin embargo, gracias a precios variables dependiendo de la hora, siendo más caro cuando mucha gente consume energía (picos) y más barato en los momentos en que la demanda es baja, se ha logrado que la cantidad de energía generada crezca sostenidamente, mientras que el pico de demanda prácticamente no ha crecido, es decir, sin aumentar prácticamente los costos de tener centrales disponibles. En criollo, lo que UTE ha hecho es lograr que se consuma más energía y de forma más pareja a lo largo del día, en vez de que se consuma mucho en poco tiempo.

Entonces, ¿por qué no intentamos replicar estas buenas experiencias? Todos vemos los ómnibus desbordados de gente entre las 8.00 y las 10.00 y entre las 17.00 y las 19.00, mientras que van prácticamente vacíos el resto del día. Esto significa que ciertos horarios tienen ganancias extraordinarias si los comparamos con los otros.

Seguimos incorporando buses en los horarios pico, mientras que están ociosos el resto de la jornada. De esta manera se multiplican los costos. Una medida alternativa podría ser ofrecer precios menores en los horarios menos usados, aumentando así la cantidad transada de boletos y rentabilizando esa franja, tratando de evitar así nuevos aumentos en el precio.

También hay que considerar que, además de la molestia de pagar uno de los boletos más caros de la región, se viaja completamente incómodo, apretado, con personal no capacitado para trabajar en contacto con personas, que maneja bruscamente, y donde además no es raro que crucen con luces amarillas o rojas. Estos elementos vuelven cada vez más atractivas alternativas como la del uso de vehículos propios, algo que multiplica los problemas, ya que además de las presiones a la baja de la cantidad de boletos, se sumaría que las calles de Montevideo no están preparadas para que gran parte de la población tenga su vehículo, así como también aumentaría el riesgo ante las variaciones del tipo de cambio de los que se endeuden para adquirir su vehículo.

Otro punto a tener en cuenta, es que se sigue pensando implícitamente el servicio con una lógica cuasi monopólica, mientras que, en mi opinión, es cuestión de tiempo (meses, quizá años) que lleguen empresas privadas, o de economía colaborativa, para competir con este sistema que tiene bastante para mejorar, y que seguramente disparará conflictividades, así como ocurrió (o está ocurriendo) con el taxímetro.

En fin, trato de dar una mirada un poco más amplia de la situación; mirada crítica, sí, pero con fines de construcción y no sólo una queja destructiva por el aumento de tres pesos.

Gonzalo Almada Souza.