En estos días salió al aire la publicidad del primer programa del año de Santo y seña -conducido por Ignacio Álvarez-, que tratará lo que presentan como el tema “más doloroso”: el abuso de menores.

Con esta introducción, uno se prepara para enfrentar lo que, sin duda, removerá en lo más profundo su sensibilidad. Cualquiera que piense en sus hijos, sobrinos, vecinos, o simplemente en la figura abstracta de los niños, es consciente de su desprotección, así como de la necesidad de afecto y cuidado. Y de la responsabilidad que tenemos, como adultos, de que no crezcan en las condiciones que merecerían. Sin duda, el abuso de menores constituye la más aberrante de las violencias que se ejercen cotidianamente sobre ellos.

Sin embargo, la propuesta del programa es la que suele caracterizarlo: una temática compleja, honda y sensible, tamizada por la pornografía del espectáculo. En el minuto que dura el spot vemos a una niña lamiendo un control como si fuera un pene, una madre acongojada gritando “¿Cómo hago para que el tipo pague por lo que hizo?” y al ministro de la Suprema Corte de Justicia, Jorge Chediak, expresando: “En mi fuero íntimo, desearía matar a la persona que abusara de mi nieta”, dando a entender que la Justicia no sirve para nada. También, en actos de supuesta justicia, los presuntos violadores son interrogados frente a una cámara sobre lo que hicieron. Todo esto en un minuto.

Esta práctica habitual de Álvarez y su producción, encarnación de la mezquindad y falta de ética de cierto periodismo, se caracteriza por mostrar hechos dolorosos con crudeza, con una seudopretensión de “objetividad”, colocándose, incluso, como estandarte de un periodismo responsable que pone sobre la mesa los temas importantes, lo que la gente quiere o necesita saber, sin importar la forma en que se muestran. En realidad, esta operación, lejos de ser negligente con las formas, lo que hace es, claramente, manipularlas, beneficiándose del rating que se obtiene de la crudeza y la brutalidad en un mundo y una televisión que desbordan de ellas.

Pongamos algunas cosas en su sitio, pero de verdad. Primero, mostrar estas imágenes removedoramente crueles, con testimonios de boca de las pobres familias que las sufrieron, no sólo no colabora con resolver el problema, sino que lo agrava. Estas personas (niñas y niños, entre ellas) son y serán identificables de por vida en la sociedad de la información y la comunicación, incluso aunque se difumine su cara. Y serán estigmatizadas en una sociedad que las clasificará a partir de las categorías que conoce de ellas -la abusada, el abusado-, y no por todo el potencial que, aun en el medio de la tragedia, puede florecer en ellas. Estas personas, valientes, multiplican su vulneración mientras son violentadas por un mecanismo perverso y por personas perversas como Álvarez, que se enriquecen con el enorme rating que obtendrán alimentando el morbo.

Esto se da en un contexto en que las imágenes y las palabras dan a sospechar que varias de estas familias provienen de contextos humildes, que cuentan su historia de buena fe, en el contexto de una cultura acostumbrada a escrutarlas. Son historias ocurridas en familias pobres que se animan a contar lo que la mayoría prefiere mantener en privado. Entonces, multiplicamos la vulneración.

En segundo lugar, la confrontación con los presuntos violadores, que tiene la pretensión heroica de hacer justicia de alguna manera, no solamente falla en evitar lo que ya se produjo, sino que no promueve en lo más mínimo procesos de transformación en esa persona, sino su abroquelamiento, en conjunto con el escarnio público. ¿Qué otra función se puede pretender lograr con ese acto, más que el linchamiento? Conocidos son los casos en que el mal tratamiento televisivo de cuestiones sensibles redundó en actos de odio de parte de la población, incluso, a veces, siguiendo información equivocada.

En tercer lugar, ¿qué aprendizaje ciudadano promueve un tratamiento de la información de estas características? Al mismo tiempo que expresan que la justicia no existe, el representante máximo de la Justicia habla de asesinar al violador. ¿Podemos derivar de aquí algo más que el odio por el odio? ¿Algo más que una justicia por mano propia, o una espiral de violencia?

Es claro que este tema debe ser tratado; si será necesario hacerlo. Pero con la responsabilidad y la sensibilidad que amerita. Y no cayendo en los fenómenos de revictimización, tan arduamente estudiados por las distintas ciencias sociales, a los que exponen a los niños, haciéndoles contar detalles de su abuso, o recreándolo ante la cámara y los extraños detrás de ella. Han vivido situaciones terribles, que Santo y seña les hace revivir sin un mínimo criterio de cuidado o respeto por las víctimas, que son, además, niños muy pequeños. Esto es hacer de la tragedia un circo, sin ningún reparo hacia aquel que queda transformado en objeto de entretenimiento.

No. La televisión no debería consistir en esto, no debería promover esto. Y peor aun: no deberíamos estar acostumbrados a que esta sea la regla. Álvarez es sólo la cara visible y uno de los orquestadores, pero sin duda este es un fenómeno que involucra a muchas personas -y mucho poder-, que se encuentran, por ejemplo, detrás de la compleja producción.

Es necesaria una crítica ética a los contenidos televisivos, y una lectura visual de las formas en que se muestran. Este programa televisivo no estará destinado a empoderarnos, ni a construir ciudadanía, ni a promover el desarrollo feliz de las personas involucradas. Estará basado en lucrar, echando leña al fuego del odio, contribuyendo a vulnerar derechos, festejando, con caras de falsa seriedad, la miseria humana.

Y, nuevamente, la responsabilidad es nuestra. Más allá de las medidas legales e institucionales que esperamos que se tomen, la televisión se guía por el consumo. Santo y seña dejó bien en claro cuál será el contenido de su programa. Este ha sido su resumen y esto nos han invitado a ver, y como espectadores no debemos esperar nada mejor. Es nuestra responsabilidad, entonces, no verlo, y exhortar a no hacerlo, hacer boicot a quienes lo promueven, y expresar con claridad que no apoyaremos programas con estos enfoques antiéticos. La lucha feminista en oposición a Esposa joven, que promovía situaciones de abuso hacia las niñas y adolescentes, ha marcado la cancha y mostrado que es difícil, pero posible, poner frenos al vale todo de la televisión. Cada vez es más indispensable hacerlo, y este es el momento.

Leonel Rivero y Julia Irisity, Colectivo Catalejo.