Es poco probable que cuando su amable médico de cabecera le recomiende hacer deporte, usted piense en agarrar un rile y salir a matar animales. Pero para algunos esa actividad es un deporte más, como el fútbol, el tenis y el nado sincronizado. Para otros está muy lejos de ser una actividad recreativa. Lo cierto es que la caza deportiva existe y en Semana de Turismo se incrementa su práctica.

La Ley de Fauna (9.481) data de 1935 y su primer artículo decreta: “Queda bajo el contralor y reglamentación del Estado la conservación y explotación de todas las especies zoológicas silvestres (mamíferos, aves, etc.) que se encuentran en cualquier época en el territorio de la República”. El tercer artículo prohíbe la caza de especies zoológicas indígenas o libres, salvo las excepciones establecidas en el quinto apartado, que señala que el Poder Ejecutivo, con el asesoramiento de la comisión encargada de proteger la fauna, establecerá qué especies serán motivo de caza, reglamentándola e indicando la duración de los períodos de caza y los límites de explotación de las especies. El siguiente artículo expresa que las infracciones a la ley serán penadas con multas de hasta 500 pesos, una suma que hace 82 años debería ser algo parecido a una fortuna.

En la actualidad, la cacería está regulada por el Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y Medio Ambiente (MVOTMA). Para meterse en la movida hay que tramitar un permiso de caza, que es un documento “personal e intransferible y de validez nacional”; además, “los productos obtenidos no pueden ser objeto de comercio”.

Las reglas se van adecuando a la realidad de decreto en decreto. Uno de 1996 dice que se entiende por caza deportiva a la acción lícita de capturar o abatir “mediante formas autorizadas” ejemplares de especies de la fauna silvestre “con fines de recreación”, respetando cuotas permitidas y temporadas habilitadas. Perdiz, torcaza, pato maicero y ciervo axis son algunas de las especies permitidas.

Entre las variedades de animales de caza libre -es decir, que se permite todo el año y sin límite de ejemplares- se encuentran el jabalí y la cotorra -porque están declaradas plagas-. Sin embargo, la ley no permite andar a los balazos a la ligera, ya que cualquier tipo de caza está prohibida en Montevideo y Canelones, y fuera de esos dos departamentos no se puede cazar de noche, desde vehículos y “dentro de un radio de tres kilómetros de centros poblados o escuelas rurales y en caminos públicos”. El problema es que las reglas no siempre se acatan.

Todo bicho que camina

El Parque Natural Regional Valle del Lunarejo queda en Rivera; es un recinto privado de 29.000 hectáreas que integra el Sistema Nacional de Áreas Protegidas. Ramiro Pereira, licenciado en biología y director del Área Protegida del Valle del Lunarejo, cuenta que muchos de los cazadores entran con permiso o sin él a los campos, y dicen que van a cazar jabalí, pero en realidad le disparan a “lo que encuentran”, como carpinchos y mulitas. Ambas especies están protegidas y su caza está prohibida.

Además, Pereira señala que la mayoría de la gente caza con perros que corren a cualquier animal que se les cruce por delante, y muchas veces el perro mata al animal antes de que llegue el cazador. “Sólo algunos tienen perros bien educados que únicamente corren a los jabalíes”.

Como es un predio privado, la administración del Valle del Lunarejo no tiene potestades para detener a los cazadores, pero se genera algún programa de monitoreo o de vigilancia entre vecinos. En general, si hay una denuncia, se llama a la Policía, que puede detener a la persona y sacarle el arma.

Ana Laura Mello, del Departamento de Control de Especies y Bioseguridad del MVOTMA, dice que efectivamente los carpinchos y las mulitas son lo que más se caza ilegalmente. Menciona que se hacen algunos controles de rutina, pero que por un tema de recursos humanos del ministerio “son bastante escasos”. Las jefaturas del interior son las que controlan, más que nada, que no se cace de noche o en los caminos. En el MVOTMA también recurren a las denuncias que llegan a la página web del organismo. Por lo general, señala Mello, siempre hay más denuncias sobre venta ilegal de aves. En lo que va de la semana no ha llegado ninguna relacionada con la caza.

La especialista explica que hay cotos de caza autorizados (está El Rincón de los Matreros, en Treinta y Tres, en el que hay hasta búfalos de agua, de esos grandotes que se ven en Nat Geo) y también operadores de lo que se denomina turismo cinegético (“arte de la caza”, según la Real Academia Española). Suelen venir extranjeros -de Estados Unidos y Brasil, principalmente- y la cartera da permisos específicos para esos cazadores, para un determinado lugar y por un determinado período. El ministerio tiene registros y hace controles puntuales -“sorpresa”- para verificar que se cace las especies permitidas y en la cantidad adecuada.

Mello subraya que hay especies que son de caza libre pero, al mismo tiempo, prioritarias para la conservación, como la serpiente de coral. Ese es un aspecto que están revisando, porque también sucede que si a una persona se le acerca una coral y la mata para defenderse, “la idea es que no pague multa”. “Hemos recibido críticas de varias ONG por eso. Otras especies de caza libre son las ratas, pero a las ONG estas no les preocupan”.

Pereira cuenta que es común que la caza deportiva se haga “por el trofeo”, y por eso la mayoría se lleva sólo la cabeza del animal. Algunos que cazan jabalíes incluso colocan la cabeza en el capó del auto -sobre todo si es muy grande-, y “salen a pasear por el pueblo” para exhibirlo.

Un puñal en la carne

Tres perros de raza dogo argentino atrapan a un jabalí. Dos lo sostienen de la cabeza, desde los costados, y el otro sostiene el cuerpo. El cazador se apura. Toma al jabalí de las patas. Hunde su cuchillo. Corta hacia abajo y le parte el corazón al medio. Así describe el proceso de cazar a un jabalí -actividad que practica desde hace casi 30 años- el veterinario Aquiles Chaer Ríos, director del Zoológico Municipal de Tacuarembó. Los mata sin disparar un solo tiro, para evitar lastimar a los perros, que son “sus hermanos”, y porque el ruido haría que no quedara un jabalí más a varios kilómetros a la redonda.

El jabalí (Sus scrofa) es una especie no nativa que fue introducida hace un siglo por el aristócrata argentino Aarón de Anchorena, en el parque que lleva su apellido, ubicado en Colonia. La especie logró reproducirse con mucho éxito gracias a que no tiene depredadores naturales. Un decreto de 1982 lo declaró plaga nacional, y así se autorizó su libre caza, su “transporte, comercialización e industrialización en todo el territorio nacional”. Una actualización de 2004 dice que, considerando “los perjuicios que, para la economía del país, resultan de los daños provocados por los jabalíes en los cultivos y majadas”, se decreta, entre otras cosas, que “los propietarios, arrendatarios y tenedores o responsables a cualquier título de los predios que presenten jabalíes, deberán efectuar a su costo, la eliminación de los mismos”.

Chaer asegura que el jabalí es “un flagelo” que cuesta al país anualmente entre dos y tres millones de dólares “sólo en el rubro ovino, sin contar los daños en plantaciones, con la pérdida de más de 100.000 lanares”, y señala que él fue uno “de los tantos productores” que debieron cambiar de rubro, porque las pérdidas ocasionadas “hacían inviable la producción ovina”. Dice que la caza deportiva es la que “más controla” la propagación del jabalí, pero aun así “[el jabalí] está ganando por goleada”.

El veterinario indica que el dogo argentino es excelente para cazar jabalíes, porque es un animal de presa mayor “hecho para pelear”, pero que primero hay que enseñarle a “socializar” con todos los animales de la estancia. “Hasta el año y medio anda atrás de los caballos y con los gatos, las ovejas y las gallinas. El que no queda dominado y socializado así, no sirve. Además, el dogo argentino caza en jauría, entonces tienen que ser varios machos juntos que puedan convivir”.

Chaer dice que sufre el “gran problema” de luchar contra “el qué dirán” de los animalistas y ambientalistas, que no sufrieron en carne propia el problema del jabalí. “Yo soy un gran animalista. Saco a caminar hasta a las fieras. Camino con los jaguares por adentro, con el zoológico cerrado, porque no puedo ver un animal encerrado”.

¿La hora de los deportes?

“Considero que no es un deporte, porque usualmente los cazadores están equipados con armas; por lo tanto, hay una brecha enorme entre las capacidades del animal y las del cazador. Tampoco es una actividad para desarrollar fuerza física, porque en general el cazador está agazapado y la deportividad queda reducida a la cualidad del arma que posee”, indica el científico Eduardo Gudynas.

El ecologista dice que en el norte del país hay especies distintas a las del sur, como aves de monte, que están “muy amenazadas” por la cacería: “Personas de las ciudades que tienen una relación intermitente y débil con la naturaleza confunden una perdiz con una gallineta, y en vez de disfrutar de la visión de la fauna, la matan. Además, muchos cazadores usan perros, por lo tanto también hay una crueldad con el perro, porque muchos terminan heridos. El que realmente caza es el perro”.

Para Gudynas, la verdadera caza deportiva la hace el fotógrafo que toma una instantánea de cerca de un animal, un acto que requiere paciencia, y subraya que la caza del jabalí es “un tema aparte”. “Hay estudios que indican que tiene un nivel de hibridación con el chancho, y habrá que discutir cómo afecta realmente en tanto plaga. Hay controversia sobre cuántas ovejas realmente mata. Si estás acampando, es un bicho peligroso. Y tengo dudas sobre quién vencería en un enfrentamiento mano a mano entre un jabalí grande y un humano con un cuchillo”.