Las nuevas herramientas tecnológicas redujeron las barreras para la comunicación; contactar y conectar personas ya no es una tarea que requiera una inversión significativa. Si a esas herramientas de comunicación les agregamos el acceso a big data, el costo de llegar al público deseado de la manera más óptima también se ha reducido de modo dramático. Con muy pocos recursos es posible montar una campaña comunicacional en Facebook y llegar a decenas de miles de personas que estarían potencialmente interesadas en el mensaje que tenemos para transmitir.
Esta revolución tecnológica incide de modo determinante en la vida política. A esta altura abundan los ejemplos (y los mitos) sobre la incidencia de la tecnología en la forma de hacer campaña política, y en la forma de hacer política en general (por ejemplo, ha cambiado la forma en que los gobiernos se relacionan con la ciudadanía). La campaña de Barack Obama en 2008 fue el ícono de esta forma de utilizar la tecnología para hacer política. Los políticos no quieren perder el tren. Y está bien. Además, aprovechar estas herramientas puede suponer una utilización eficiente de los recursos. En Uruguay estas herramientas ya han cambiado la forma de comunicación y de hacer política. Las Redes Frenteamplistas irrumpieron en la vida del Frente Amplio; en Twitter los políticos se enredan en discusiones con otros usuarios, y también se difunden maliciosamente noticias o declaraciones falsas.
Más allá de las discusiones sobre el buen o mal uso de las redes, los políticos están cada vez más convencidos de que estas nuevas herramientas no sólo reducen costos de comunicación, sino que directamente reemplazan las formas tradicionales de organización política. Piensan que detrás de ellas se encuentra la quimera de las nuevas formas de participación. Eso que hará que muchas más personas participen y que sobre todo los jóvenes lo hagan. Sin embargo, reemplazar o soslayar las formas tradicionales de encuentro, anular las instancias permanentes de trabajo militante en las organizaciones partidarias, sólo hace más pronunciados los procesos de oligarquización. ¿Por qué? ¿Cuáles son los factores, los mecanismos que explican esto? Sintéticamente, esto ocurre porque, ante la ausencia de mecanismos institucionalizados de trabajo cotidiano en la organización, los líderes no tienen contrapeso.
Cualquier organización política -y los partidos políticos no son la excepción- necesita activistas para tener cierto grado de vitalidad en los períodos interelectorales. Como demuestra Hahrie Han (2014) en su investigación, las organizaciones políticas necesitan organizadores y movilizadores. Es decir, para ser exitosas, las organizaciones políticas necesitan activistas que sean capaces de movilizar mucha gente (por ejemplo, por medio del trabajo en redes sociales), pero también necesitan de aquellos que están en el trabajo cotidiano para sostener la organización; los que preparan un acto, los que llevan los registros, los que dedican horas a formar nuevos activistas, los que mediante el contacto con nuevos simpatizantes logran transformarlos en nuevos activistas. La evidencia indica que la presencia de activistas que operan en campaña es imprescindible, pero también lo es la de aquellos que sostienen la organización en períodos interelectorales (Scarrow, 2014).
La evidencia más contundente sobre la necesidad del involucramiento de muchos voluntarios para la acción política proviene de la literatura que analiza el rol del tipo de campaña política en la capacidad de aumentar la participación electoral. Green y Gerber (2008) estudian diferentes formas de hacer campaña para estimular la participación electoral. De las distintas alternativas, el tradicional puerta a puerta es lo que más asegura un cambio en la predisposición del votante a salir a votar. Indudablemente, para esto un candidato requiere un ejército de voluntarios, organizadores.
Si las organizaciones partidarias sólo descansan en el contacto virtual, masivo, dirigido por unos pocos, tendrán organizaciones más flexibles, pero también menos resilientes y más dependientes de los líderes de turno. Cuando una organización tiene espacios para el encuentro regular de sus militantes, es más probable que emerjan organizadores, que desarrollen actividades permanentes, que reproduzcan nuevos militantes y que estén en las buenas y en las malas.
Nada de esto parece nuevo. De hecho, Uruguay tiene una ventaja relativa significativa en relación con el resto de los países de América Latina. En nuestro país, los partidos siempre tuvieron estos espacios (con altibajos en su funcionamiento). Lo que deben comprender los políticos es que lo que era cierto hace 150 años sigue siéndolo hoy: el encuentro cara a cara de militantes es la forma más segura de generar involucramiento, de sostener la organización en el tiempo. Las nuevas tecnologías no reemplazan esto. Las nuevas tecnologías facilitan la comunicación, reducen costos, pero no sustituyen la importancia del encuentro entre correligionarios. El riesgo de confundir el alcance de estas herramientas es vaciar la organización política, eliminando cuadros militantes y la posibilidad de futuros dirigentes y reduciendo el espacio democrático que todo partido debe cultivar. Pero el riesgo mayor es que un partido sin organizadores es un partido más sensible al colapso ante el fracaso electoral.
Fernando Rosenblatt - Profesor asistente de la Escuela de Ciencia Política de la Universidad Diego Portales (Chile)
Green, Donald P, y Alan S Gerber (2008). Get Out the Vote: How to Increase Voter Turnout. Washington DC: Brookings Institution Press.
Han, Hahrie (2014). How Organizations Develop Activists: Civic Associations and Leadership in the 21st Century. New York: Oxford University Press.
Scarrow, Susan (2014). Beyond Party Members: Changing Approaches to Partisan Mobilization. Oxford: Oxford University Press.
Una versión previa de esta columna fue publicada en el blog Razones y personas.