El movimiento sindical uruguayo llega a un nuevo Día de los Trabajadores con fortalezas y debilidades, mientras permanecen en su agenda varios problemas no resueltos. En los últimos 12 años le ha costado ubicarse en la relación con el gobierno nacional del Frente Amplio (FA), que es su pariente cercano.

El frenteamplismo nació con bases programáticas y criterios de organización provenientes, en gran medida, de la experiencia previa de unificación sindical. A su vez, los sectores del FA le han aportado al sindicalismo, durante más de medio siglo, la mayor parte de sus insumos en materia de pensamiento estratégico, así como la mayoría de sus dirigentes. Pero la fuerza política y el movimiento de trabajadores supieron mantener, por lo general (y no sin debates), saludables autonomías.

Esto resultó relativamente más sencillo mientras el FA era una fuerza opositora, pero a partir de 2005 el movimiento sindical -como muchos otros actores sociales politizados, desde la Universidad de la República hasta las murgas- la ha tenido difícil para encontrar una distancia óptima con los compañeros gobernantes. El cambio ha sido obviamente favorable a sus intereses, pero es grande la tentación de convertirse en un administrador de beneficios estatales, y también la de limitarse a jugar para la tribuna propia.

Cuando se habla de esto, lo que se discute más a menudo es la actitud de los sindicalistas en la defensa de los intereses más inmediatos de los trabajadores (que algunos consideran demasiado complaciente con el gobierno, y otros demasiado demandante). Pero el movimiento sindical uruguayo no sólo fue, históricamente, defensor de plataformas reivindicativas clasistas, sino también de proyectos de alcance nacional y estratégico. Proyectos formulados en la perspectiva de que lo bueno para los trabajadores debía ser deseable para toda la sociedad, y viceversa.

En los últimos tiempos, esa última dimensión se ha debilitado, entre otras cosas porque también son débiles el pensamiento y el debate sobre estrategia en los sectores de izquierda. A menudo el movimiento sindical se relaciona con el FA más como si quisiera ser la voz de su conciencia, o el custodio de sus definiciones históricas, que como un proponente de rumbos largos para el país. Este problema es distinto del relacionado con ser más dialoguista o combativo, aunque con una estrategia clara tendrían más calidad las discusiones tácticas.

Por otra parte, los sindicalistas afrontan el desafío de estar a la altura de sus propias tradiciones en la capacidad de articular demandas sociales diversas. Por un lado, en el flanco interno de sectores como los de los trabajadores de supermercados o los rurales, muy postergados y en creciente proceso de organización. Por otro, en la relación con actores sociales que impulsan la “nueva agenda de derechos”, o incluso con los movilizados por plataformas de ya larga tradición, como la feminista o la ambientalista, con las que el sindicalismo no termina de hallar una relación fluida y eficaz.

El FA llegó al gobierno. Para el sindicalismo, no se trata -nunca se trató- de “llegar”, sino de seguir en movimiento y descubrir nuevos horizontes. Eso es lo que todos necesitamos de él.