En la historia la pobreza se asoció, de manera general, a una situación en la que algunas y algunos (o mejor dicho muchos y muchas, y en verdad muchas muchas) se encuentran. Por lo tanto vinculándola como problema a esa porción de la sociedad y por tanto, en todo caso como un problema a resolverles a esas personas (siempre que ellas quieran, porque en general son vago/as, no mandan a los gurises a la escuela, no quieren nada y otros epítetos muy de moda hoy).

De manera similar la riqueza se asocia a una situación en la que se encuentran unos pocos y pocas pocas. Seguramente producto de su esfuerzo, de su capacidad y tenacidad, lograron llegar donde están.

Al medio de las explicaciones, muchos grises. A veces, pensando que en las recorridas que algunos hicieron por algunos países de Europa no se encontraron con pobres, se pretende empujar el barco de nuestro país en esa dirección, sin mencionar que los pobres de esos países se encuentran en los nuestros. Por tanto gran parte de la batalla contra la pobreza es la batalla contra la concentración de la riqueza en nuestros países, pero también por construcción de soberanías, económicas, sociales, culturales, medioambientales, productivas. Por eso, aunque para algunos arcaico, el proceso de liberación nacional de nuestros países es fundamental en la construcción de una sociedad justa y donde la vida esté en el centro de las preocupaciones, las ocupaciones y proyectos.

Un paso fundamental en esta etapa es convencernos y convencer a la sociedad que la pobreza que nos queda en nuestro país es un problema de todos y todas, es un problema social, más bien una emergencia social. Porque no hay sociedad posible en un país con pobreza, con pobreza vestida de mujeres y niños.

Si observamos los números de los últimos 10 años, vemos como disminuyó tremendamente la pobreza en Uruguay, hoy estamos en cifras de un dígito. Repasando algunos datos bien conocidos, es observable que en 2004 la pobreza alcanzaba el 39,9% de los hogares del país, mientras en 2015 fue de 6,4%.

El crecimiento económico permite distribuir más, eso es evidente, y también políticas como las transferencias, el trabajo, prestaciones universales cinchan fuertemente para mover a una porción importante de nuestra población hacia afuera de la pobreza. Ahora el reto es cómo mantener en mejores condiciones a eso/as uruguayo/as, y cómo generar propuestas que nos permitan empujar a este sector de la población que esta en la pobreza extrema.

Al principio decíamos que se asocia muchas veces y de manera general, la pobreza a una situación en la que se encuentran alguno/as. Sin embargo, lo que no se dice es que esa situación tiene miles de años, miles de años hace que estos sectores están en la pobreza. Lo mismo pasa con los pocos que están en la riqueza.

La derecha, utiliza desde siempre sus armas para matar a los pobres. De hecho, parece ser que el sistema capitalista, patriarcal y colonialista es el mayor genocida de la historia, que además de matar hombres y mujeres, hoy está a punto de liquidar a la tierra como sistema vivo, pues no hay mucha más lugar para el medio ambiente si se mantiene el desenfrenado modo de producción, apropiación y abuso. El mayor genocida, y el más legitimado también.

Por otra parte y observando lo que sucede en los países vecinos, a partir de la llegada de las derechas al gobierno, la macroeconomía parece ser nuestro nuevo dios todopoderoso, a quien adorar y pedir. Mientras la política cada vez más pasa a ser la responsable de levantar los caídos y expulsados del paraíso por ese mismo dios.

Nuestras sociedades fragmentadas, nos permiten observar los distintos mundos a la vez. Tan solo con subirnos a un ómnibus, pongamos por caso el 306, podemos pasar de un barrio residencial de Alemania, a un barrio de Nueva Orleans pos Katrina en un par de paradas nomas.

De ahí que se precisan múltiples luchas, en lo concreto, en lo territorial ni hablar para estar cerca y trabajar juntos, pero también en lo subjetivo para no creernos el verso que hay pobres porque son vagos.

La disyuntiva pasa a ser si podemos ir a más ante este escenario, convencidos de que la pública felicidad implica, al menos, una sociedad sin pobreza. O si solo nos quedamos festejando los logros como sociedad, mientras la derecha afila sus garras para volvernos al 2002.

Camilo Álvarez.