Una frase que circula por las redes sociales dice: “Tengo en mi poder un dispositivo capaz de acceder a toda la información generada por el hombre; lo uso para mirar fotos de gatitos y discutir con desconocidos”. Empleando ese mismo dispositivo para la primera finalidad, se puede acceder a Snopes.com, un sitio de internet dedicado a verificar leyendas urbanas y rumores virales. De acuerdo a dicho sitio, que en forma igualmente prudente diagnostica el rumor como “no verificado”, efectivamente hubo centenares de suicidios de adolescentes en Rusia, pero no hay evidencia concluyente del vínculo de estos con el juego. Debe destacarse, además, que en 2013 hubo más de 450 suicidios de adolescentes en ese país.
El juego de la ballena azul existe y circula, pero la aceptación acrítica de su carácter fatal es ilustrativa de la disposición del mundo adulto y responsable -cosa que los adolescentes, a todas luces, no son- a creer a pies juntillas cualquier disparate que se les cuente, sobre todo cuando confirma sus prejuicios más arraigados.
En este caso, esos prejuicios serían dos: el primero, que los adolescentes son individuos totalmente despojados de raciocinio, y por lo tanto son influenciables al extremo. Este pensamiento es el mismo que estuvo presente en 1999, cuando el griterío histérico de los pundits estadounidenses atribuyó la masacre en el instituto secundario Columbine (luego superada en magnitud y horror por otras muchas matanzas escolares) a la música de Marilyn Manson. El segundo prejuicio es más preocupante porque resulta en un mecanismo de negación: si un/a adolescente se automutila o autoinmola, es más fácil atribuir el hecho a una influencia externa (al fin y al cabo, estos chiquilines son tan tontos) que a circunstancias de su entorno inmediato.
Algo bueno puede, sin embargo, emerger de esta curiosa -y aunque no tan fatal como dicen, para nada inofensiva- leyenda urbana: en respuesta a los incidentes que se le atribuyen, la ASSE publicó una serie de “Recomendaciones para pacientes y familiares en situación de riesgo suicida”, entre cuyas connotaciones está el hecho de que si alguien se deja seducir por el desafío de la ballena azul, seguramente hay otras causas que lleven al acto. Quizá genere un incremento en la alerta de padres y familiares de chicos y no tan chicos. Por desgracia, de ahí a reconocer el suicidio adolescente no como un producto de su natural estupidez, sino como el signo de problemas subyacentes más cerca de casa, hay un largo trecho.