A veces, uno sospecha que lo están agarrando de gil. Otras veces, está seguro. Tal cosa sucede, por ejemplo (un caso entre muchos), tras las explicaciones del ministro del Interior, Eduardo Bonomi, acerca de por qué los presos “con recursos” van a cárceles que podrían considerarse lujosas (al menos si se las compara con las otras). En resumen, lo que dijo es que si se los enviara a una cárcel común, parte de esos recursos podría pasar a manos del resto de los presos, a causa de “peajes” y presiones diversas. Otros mencionan la seguridad de los detenidos, pero eso no cambia el fondo de la cosa. Está bien, tal vez no sea conveniente juntar aleatoriamente a cualquier preso con cualquier otro, pero el detalle que no se explica es por qué el que tiene “recursos” tiene que ir a una cárcel de lujo. Si a dos delincuentes normales se los separa para evitar, pongámosle, que se maten, no se manda a uno de ellos a una celda con losa radiante e internet, y al otro a una mazmorra medieval. Sería algo arbitrario, ilógico e injustificado. Entonces, ¿por qué deberíamos tomarlo como algo normal cuando se trata de un presidiario rico y otro pobre? Porque de eso estamos hablando, y no de otra cosa. El eufemismo de los recursos no camufla demasiado al clasismo que subyace.

Redundando: perfectamente -siguiendo esa lógica- podría haber dos cárceles iguales, una para chorros pobres, y otra para esos chorros ricos que serían injustamente esquilmados por los chorros pobres si se los pusiera a todos juntos, como en los bancos de una escuela. Pero parece que hacerlos pasar frío y prohibirles usar el celular no es aplicable en su caso; esta gente no está acostumbrada a tales penurias. Sería una crueldad.

El colmo del absurdo es cuando Bonomi dice que lo de la losa radiante es para evitar situaciones como el trágico incendio de hace unos años en la cárcel de Rocha. Perfecto: se incendia una cárcel para pobres, y la solución es mejorar el sistema de calefacción en las cárceles para ricos.

Insisto: sé que los términos “pobre” y “rico” suenan medio trasnochados -o a canción de protesta sesentista- en estos tiempos meritocráticos. Pero los elegí adrede, porque para algo están las palabras: para usarlas como corresponde. Se me dirá, con razón, que en esas cárceles de lujo también hay pobres. De hecho, se supone que fueron pensadas para presos con buena conducta, que demostraron merecer estar ahí; aunque en el caso de los delincuentes de cuello blanco no queda claro el mecanismo mediante el cual su condición social suma puntos en la hoja de méritos.

La situación carcelaria, con sus inequidades, es el tema de fondo, nadie lo dude, pero aquí también estoy criticando una forma de comunicar, que parece marcada por el cansancio y la desesperanza. Podría haberse probado con un “Es injusto, pero nos tenemos que manejar con las cárceles que hay, y no tenemos una que no sea de lujo y en la que se pueda ubicar a los delincuentes cuya seguridad debemos proteger”. Ahí la pregunta sería: ¿Y por qué no tenemos? Pero al menos la discusión correría por carriles más sensatos. Igual, ni siquiera se intentó esa explicación.

Los hechos indican que cuando se procesa a un ladrón de cuello blanco (expresión que siempre me hace pensar en algún tratado de ornitología), la gente ya sabe que va a ir a una cárcel de las lindas, y no le erra. Y no digan (porque ya lo he escuchado) que un delito de estafa no es comparable a un asesinato. No hay necesidad de compararlos, ya que en las cárceles tipo colección de depósitos abarrotados, como el Comcar, no sólo hay asesinos. Por otro lado, sí los hay en Domingo Arena, y de los grosos.

El mensaje que se le da a la población es terrible. No importa qué gobierno haya, no importa lo que haya costado ponerlo ahí: algunos siguen teniendo ventajas incluso cuando, habiendo cometido delitos groseros y que tomaron estado público, no hay más remedio que mandarlos presos. Si el hijo de mi vecino asalta un par de verdulerías, recibirá un castigo bastante más severo que si el hijo de los Menéndez Iturriberry de Garompa vacía un banco, o pone un lavadero para narcos.

Se nos pide que no metamos a todos en la misma bolsa y que no estimulemos el descreimiento en la política, porque ya sabemos a dónde conduce. En principio estaría de acuerdo, pero ¿vamos a colaborar un poquito? Sobre todo en estos tiempos, en que andamos tan quisquillosos con las irregularidades de algunas democracias ajenas.