Carlos García Gual (1943) es uno de los helenistas españoles más importantes. Es escritor, crítico, traductor y profesor de Filología Griega en la Universidad Complutense de Madrid. Ha dirigido con singular éxito la colección de clásicos griegos y latinos de Gredos. Tiene una gran cantidad de publicaciones en revistas especializadas y varios libros importantes en editoriales como Alianza, Fondo de Cultura Económica y Turner. Precisamente gracias a esta última, correctamente distribuida en Uruguay por Océano, tuve la oportunidad de conocer a este agradable señor. Sus libros anteriores en esa editorial, reseñados hace tiempo en las páginas de la diaria, son Historia mínima de la mitología y Sirenas. Con esos ensayos había podido hacerme una idea clara del estilo del autor, que no ha cambiado al leer el que hoy tengo entre manos.

Carlos García Gual es más que nada un gran profesor, capaz de llegar de un modo ameno a todos los públicos, sean estudiantes, docentes o incluso el hombre de la calle, ese que un buen día escucha un programa de radio sobre mitología y comienza a darse cuenta de que los mitos están más cerca de su vida de lo que imaginaba. A García Gual no hay que pedirle ideas innovadoras o destellos de una capacidad asociativa extraordinaria: lo suyo es la divulgación, y en esto nunca defrauda. Logra lo más difícil: es entretenido sin bajar nunca el nivel de erudición. Cuando menciona un mito, se refiere siempre a la fuente, porque, como se sabe, según los autores y las obras, los relatos presentan variaciones en su argumento y detalles. También le gusta emplear extensas citas, tanto de las obras originales como de otros críticos, y ese gesto de humildad redunda en un mayor placer para el lector. Por todo esto, no conozco a nadie que haya hecho y siga haciendo tanto para sacar a los mitos de las polvorientas bibliotecas y ponerlos al alcance de un público masivo, como en los dorados tiempos.

La muerte de los héroes

El título más reciente de García Gual, La muerte de los héroes, se dedica a analizar y comparar la muerte de los míticos personajes griegos. El ensayo consta de una nota introductoria y un prólogo, y se estructura en tres partes: “Los héroes míticos”, “Los héroes homéricos” y “Tres heroínas trágicas”. En la primera el autor se ocupa de Edipo, Heracles, Perseo, Orfeo, Asclepio, Jasón, Anfiarao, Alcmeón, Teseo, Penteo, Sísifo y Belerofonte. En la segunda, de Agamenón, Aquiles, Áyax (Ayante), Áyax (el menor), Odiseo (Ulises), Paris, Héctor, Sarpedón, Neoptólomeo y “los pequeños combatientes de la Ilíada”. En la tercera, las mujeres elegidas son Clitemnestra, Casandra y Antígona.

Cuando uno (a menos que sea un experto) piensa en la muerte de los héroes, lo normal es que imagine una muerte “heroica”. Sin embargo, como advierte García Gual, la “bella muerte” constituye una excepción. “Pocos son los que se extinguen en el fragor de las armas de guerra o en el fracaso de alguna atrevida hazaña”, afirma. Muy a menudo, la muerte los sorprende cuando menos lo esperan, y no existe un prototipo clásico de “muerte heroica”.

Sin embargo, el autor logra trazar algunas estrategias de aproximación. Mientras los arcaicos héroes míticos, caso de Heracles o Jasón, buscaban en sus aventuras la gloria personal, los héroes de la épica defendían los intereses de la comunidad; el ejemplo más notorio es de Héctor, que muere por Troya. Lo que define al héroe es el valor con el que se enfrenta a la muerte. La poesía épica, apunta García Gual, “relata las hazañas de los héroes; la tragedia dramatiza sus ocasos”.

Por otra parte, aunque las mujeres siempre estuvieron relegadas a un segundo plano, algunas de ellas, por la fuerza de su carácter, lograron sobresalir y erigirse en modelos de conducta, muchas veces en franca oposición al orden imperante.

Tres muertes

Los héroes míticos son figuras emblemáticas, por eso nos resultan tan cercanos. Un buen ejemplo es Sísifo, que logró engañar a la muerte, encadenándola, pero no por mucho tiempo, como es lógico. Finalmente, murió de viejo, y cuando fue conducido al Hades recibió un castigo ejemplar. Fue obligado a empujar eternamente una pesada roca hasta la cima de una montaña, pero con tan mala fortuna, que antes de llegar a la cúspide, la roca se precipita abajo y él debe volver a empezar. Es un paradigma de la lucha sin in, y un recordatorio de los castigos a los que se exponen los hombres cuando intentan sobrepasar los límites que les impone su condición.

De todos los héroes que encontramos en La Ilíada, ninguno nos resulta tan cercano y entrañable como Héctor. La grandeza de este personaje, que no es un dios ni un semidiós, sino un simple mortal, radica en que sabe que va a morir y, aun así, decide enfrentar su destino con dignidad. Es un paradigma del amor filial; los versos en los que se despide de su esposa y de su hijo antes del combate final son de los más conmovedores que nos ha legado la poesía épica. En el momento en que se apronta para morir, Héctor dice unas palabras que lo definen como héroe y como hombre: “¡Ojalá que al menos no muera sin esfuerzo y sin gloria, sino tras hacer algo grande para que lo recuerden los hombres futuros!”. Él sabe que la única forma en que un hombre puede alcanzar la inmortalidad es persistiendo en la memoria de sus semejantes.

El libro se cierra con la muerte de Antígona, que intenta dar sepultura a su hermano Polinices, enemigo del gobierno de Tebas. Para ello debe enfrentarse al rey Creonte, que le niega esa posibilidad. Ella es uno de los personajes más modernos, si se me permite la expresión, en la medida en que representa la lucha del individuo contra el Estado. Por esa razón, tal vez, es una de las tragedias que más se siguen representando. Los mitos siguen vivos, y La muerte de los héroes, este entretenido libro de García Gual, nos da el gusto de recordarlo.

La muerte de los héroes

De Carlos García Gual. Turner Noema, Madrid, 2016. 162 páginas.