En cualquiera de sus versiones legales, formales o simbólicas, la convivencia supone pasar por esos pequeños conflictos que a veces pueden volverse insalvables. En estos casos, lo que entra en crisis, o más bien eclosiona, es la pareja. En Amamos y no sabemos nada, del dramaturgo alemán Moritz Rinke, esa incesante aventura cotidiana se tensa: dos parejas deciden intercambiar apartamentos, pero cuando están a punto de lograrlo, todo se convierte en un territorio de disputa, entre choques, vacilaciones, enfrentamientos, tentaciones violentas, tironeos y miradas crueles. El 20 de abril, los que redoblarán la apuesta serán Moré, Carla Grabino, Gustavo Bianchi y Leticia Cacciatori, bajo la primera dirección de Paola Venditto.

A los 19 años, Venditto se decidió por la escuela del teatro Circular, y cuatro años después debutó como actriz en uno de los grandes textos de los 90, Ángeles en América: el estadounidense Tony Kushner llevó a escena el VIH, la enfermedad que desestabilizó el tradicional American way of life durante la década del 80. Así, entre otros personajes, se cruzaban un amante, un abogado mormón (Jorge Bolani) y su esposa (Venditto), quienes se arrojaban a una puesta marcada por el sida y la temática gay. La dirección fue de Antonio Taco Larreta, que como se había exiliado hasta 1985 no conocía a los actores que egresaban de la escuela (del Circular), y por eso propuso algo poco usual para la época: una audición. Así fue como seleccionó a Venditto, Lucio Hernández y Fernando Dianesi -ambos, actores de la Comedia Nacional-, Leonardo Preciozi, Leticia Cacciatori y Adriana Ardoguein. “Creo que en ese momento -cuenta Venditto a la diaria- no fui consciente de lo que me estaba pasando como actriz. Por ser tan tímida no me iba a presentar, sentía que no valía la pena. Hasta que alguien vino y me dijo, ‘te vi en el cartel de los seleccionados para la obra’. Y me emocioné, pero no era consciente de que en mi primera obra trabajaba dirigida por Taco, y al lado de figuras como Bolani o [Walter] Reyno. Y la verdad que fue un obrón”, admite. Sin embargo, 1994 fue un año complejo: era época electoral, la obra estrenó en octubre, en Uruguay “no se hablaba del sida”, y por eso cree que la puesta “no tuvo el éxito que sí hubiera tenido años después”.

De la dirección de Taco recuerda su calidez, sus comentarios cercanos y precisos, y una apuesta por acompañar el proceso. Al momento de reconocer referentes de la dirección, considera que Bolani “es tan buen actor que, cuando te dirige, lo hace desde ese lugar, y por eso logra llegar a lo mejor de los intérpretes”. En los últimos años, la actriz se ha sentido “muy cómoda” con Alberto Zimberg (con quien trabajó en Love, love, love, La colección y La marihuana de mamá es la más rica), y su modo de “dejar hacer, aunque, al final, todo se haya movilizado de acuerdo a su proyecto. Con él, como intérprete, he hecho cosas muy interesantes. Y soy una actriz que se deja guiar, me gusta la presencia de la figura del director y no lucho en su contra. Cuando uno avanza en la carrera tiende a ir hacia espacios de mayor comodidad, y por eso es tan importante esa mirada precisa”, explica.

La incursión en la dirección es algo que meditó por mucho tiempo, y si bien “la docencia es una vocación que perfila hacia ese rol”, no encontraba un texto que la motivara, hasta que leyó Amamos... Cree que “tiene sus momentos, en los que uno puede reconocerlo como teatro alemán, pero por cómo se vinculan esos seres y por cómo dialogan es como si se tratara de una pieza rioplatense”.

Esta puesta sobre la crisis de dos parejas que viven distintas etapas de su relación “plantea diferentes situaciones de conflictos. Y estas historias mínimas son las que más me interesan, aunque la obra también apunte a lo social y a la realidad actual, que evidentemente están presentes en nuestra vida cotidiana y en nuestros vínculos”; por eso, el eje central es lo que les sucede a los personajes en ese ida y vuelta casi absurdo. Después de incorporar algunas variantes, “enseguida empezamos a trabajar”, porque “esta obra implica eso, empezar a trabajar ya, pensarla parados, moviéndonos, con el vaso, la tele, la sala. Lo que sucede tiene que darse ahí, a partir del encuentro con el otro”.

Otros retos

Entre los innumerables personajes que ha interpetado, no duda en recordar una obra provista de recursos líricos, La grulla del crepúsculo (1997), a cargo de Luis Vidal Giorgi. Aquí el desafío fue por partida doble: “Yo venía de trabajar en Ángeles y La tregua (1996), textos realistas con personajes muy fuertes, y La grulla del crepúsculo era la adaptación de un cuento japonés [de Junji Kinoshita]. Mi personaje era una mujer que se transformaba en grulla y tejía una tela, y para mí fue un reto porque pensaba que ese teatro no era para mí, o al menos que yo no era para trabajos tan experimentales. De alguna manera, me había convencido de eso, pero Luis vio en mí otras cosas, me convocó e hicimos ese gran trabajo, en el que Pilar González se encargó del vestuario. Y la tengo en un lugar distinto porque fue una obra que me permitió descubrir que, como actriz, podía alcanzar otros lugares”.

Durante esos años, el teatro Circular como institución también debía enfrentar nuevos desafíos. Después de haber sido uno de los principales fenómenos culturales entre 1973 y 1985, y una de las mayores oportunidades para recuperar la participación comunitaria y el encuentro, el teatro, ante la estabilidad democrática, debía reconfigurar su función. “Los 90 fueron años complicados para el Circular, con una baja de público enorme. Que el teatro está en crisis es algo que se repite siempre, pero después de esos años la escena volvió a tener un lugar prepoderante, aunque no sea el de resistencia como en la dictadura. Han surgido muchos directores y grupos, y que habiliten espacios dedicados al teatro generó una corriente de público, que es reducida y que gira por los teatros, y que sigue a determinados directores y actores. Al estar en crisis, decidimos que el Circular y El Galpón se unieran, y lo que encontramos fue la posibilidad de reunir dos instituciones importantes y de mucha historia y crear Socio Espectacular, lo que nos ha permitido seguir funcionando. Dentro del Circular seguimos insistiendo en determinadas cuestiones, porque como institución y teatro independiente que somos, estamos convencidos de ellas. Pero no creo que hayamos perdido nuestro rol social, porque hoy la gente va al teatro a buscar cosas que no encuentra en la televisión. Ese sería nuestro rol actual; tal vez más próximo a la sensibilidad, a establecer otro contacto y compartir con otros” la experiencia del hecho artístico. Como decía hace unos meses el argentino Daniel Veronese: “Es muy difícil que el teatro genere cambios sociales. La gente no se modifica ante el horror, ante cuestiones que son muy difíciles de creer”, pero “este despertar emociones se ha vuelto el lugar revolucionario del arte”.