Tomé contacto con la idea de payasos volcados al trabajo comunitario por medio de la risa allá en 1998, cuando hubo una especie de boom de la película Patch Adams (Tom Shadyac), en la que Robin Williams interpretaba la vida real del doctor Hunter Patch Adams, y del libro que escribió junto a Maureen Mylander, Gesundheit: Good Health is a Laughing Matter. Sea para curar a pacientes, sea como antidepresivo o paliativo para personas en situaciones de total desgracia, contextos de marginalidad, crisis o guerra, el poder de la risa es testeado y usado como herramienta por artistas que actúan en el campo social y dentro del género conocido como clown (payaso). La iniciativa existe desde hace décadas y consiste en que artistas profesionales formados en la técnica de payaso o clown pongan su habilidad para hacer reír al servicio de quienes no tienen muchos motivos para hacerlo.

Guste o no la idea y su estética consecuente, y se crea o no en la efectividad de este método de cura o trabajo social, organizaciones como Clowns sin Fronteras ponen en evidencia varias cosas. En primer lugar, que el arte puede complementar el trabajo de la medicina o las ciencias sociales, que no siempre son capaces de integrar en sus metodologías y estrategias las subjetividades de personas en situaciones críticas o el aspecto vivencial que subyace a cualquier “desgracia”, sea esta física, social o psicológica. La hipótesis es que con el recurso del humor y el uso de técnicas ficcionales, humorísticas y actorales se puede evitar que se reproduzca la tan frecuente división entre el cuerpo del enfermo y la psiquis del paciente; entre las condiciones objetivas y las condiciones subjetivas; entre “el problema social” y la persona que vive y sobrevive detrás de las estadísticas, la farmacología, las noticias y los números. Este principio que suena tan básico es pertinente en tiempos en que las recetas -médicas y sociológicas- suelen ser extendidas de modo genérico. Del mismo modo en que se habla de medicina humanizada, el de Clowns sin Fronteras es un arte humanizador: al igual que los planes sociales y los psicofármacos, el apoyo a personas carenciadas o en situaciones dolorosas debe ser acompañado por altas dosis de empatía, de afectividad, de herramientas para la subjetivación o emancipación. También para poder reírse de uno mismo, poder replantear la relación entre la risa y sus motivos, poder activar la alegría como fuente social de energía.

La segunda evidencia que expone el proyecto Clowns sin Fronteras es que la solidaridad es un motor fundamental tanto de la creación artística como de la vida en sociedad. La premisa es llevada a la práctica y promovida por este colectivo mediante su trabajo constante y honorario, en el que por medio de una red internacional, artistas y voluntarios ponen sus cuerpos y sus herramientas creativas a disposición de personas que pueden beneficiarse de ellas. Paradójicamente, el trabajo voluntario devuelve el valor de uso a la práctica artística.

El tercer elemento que caracteriza a Clowns sin Fronteras es su carácter internacional: por un lado, se basa en el trabajo colaborativo; por otro, hace al proyecto parte de una red de ONG y fundaciones que cuentan con financiación extranjera y apuntan a mejorar la calidad de vida de personas y comunidades en países periféricos. Los fines y medios de estas tentativas son un tema que daría para otra nota.

El trabajo desde la técnica de payaso pone de manifiesto cómo la risa y el humor no son opuestos a sino parte de la vida y, por lo tanto, de sus problemáticas y dolores. En este caso, el humor no tiene el propósito de evadir, sino el de acercarse a las situaciones complejas y trabajar sobre ellas. Este tipo de iniciativas surgieron en las décadas de 1970 y 1980 en países como Estados Unidos y Francia, y actualmente existe una multiplicidad de organizaciones enredadas en estos actos de solidaridad clownesca. The Big Apple Circus Clown Care Units, la Fundación Theodora -que financia la presencia de clowns en diversos centros de Asia, Europa y África-, Payasos Medicinales, Clowns sin Fronteras; todas ellas son iniciativas que se esparcen por países como Chile, Brasil, Venezuela, Colombia, Perú, Argentina y México.

Clowns sans Frontières, o Clowns sin Fronteras, es una ONG mundial que nace en Francia en 1994 y tiene como objetivo llevar espectáculos gratuitos, montados por artistas profesionales voluntarios, a poblaciones víctimas de la guerra, de la miseria o de la exclusión. Se han presentado en más de 30 países en los cinco continentes y han contado con la participación de más de 450 artistas de todo el mundo. El objetivo, según sus organizadores, es llevar “momentos de risa y de sueño a lugares donde la cultura ya no respira: cantegriles, campos de refugiados, prisiones, orfelinatos”.

La primera expedición en Uruguay se llevó a cabo en 2005 y llegó a escuelas rurales y diferentes localidades de San José, Paysandú y Artigas, así como a barrios periféricos de Montevideo. Los artistas acamparon en los lugares y convivieron con los pobladores para “crear con las comunidades visitadas un lazo verdadero y duradero”, en busca de que “el pasaje de la compañía no sea sólo una chispa, sino el inicio de una relación fecunda que también sirva para desarrollar el trabajo de artistas locales y educadores, orientando a las comunidades en actividades y juegos”.

Lo cierto es que, nos guste o no el arte del clown, creyendo o no en la potencia de la risa para sanar, proyectos como este develan la potencialidad del arte cuando es sacado del marco teatral o consumido en forma de espectáculo. Para financiar esa salida a contextos críticos, territorios marginales, hospitales o instituciones fuera del circuito comercial, Clowns sin Fronteras organizó este año dos instancias de presentación al público: una expedición por el interior del país, y una serie de galas en el teatro Solís, realizadas por artistas uruguayos e internacionales voluntarios, con el objetivo de recaudar fondos para la ONG homónima. Este espectáculo, llamado Diezdix, se presenta del 12 al 16 de abril en el Solís. Habrá que ir, para ver cómo formas artísticas volcadas a la labor social y voluntaria son capaces de presentar un espectáculo profesional y apreciable desde situaciones críticas, pero también desde las butacas del principal escenario montevideano.