Los turistas de Montevideo tienen ese... qué se yo, ¿viste? Salís del 60, por la de atrás, lo de siempre en el guarda y en vos. Y de repente, a la altura del Radisson, te cruza un chino y en chinglés te pregunta cuál es la Puerta de la Ciudadela. Y vos mirás para el lado de la Ciudad Vieja, y entre el edificio símil Panamericano, los bondis y un cuidacoches haciendo deportes extremos en la calle... tampoco la ves. Y le decís: “Pah, perdoname”. “Excuse me, men”. “And excuse the fucker who told you the Ciudadel Door was fantastic”.

¿Cómo hace un turista para ver una foto en el edificio del Victoria Plaza? ¿Qué info le envía el universo que le hace sentir “oh, ahí veo una foto”? Y se toma ese tiempo de agarrar a su novia, pararla ahí, armar el cuadro y hacer clic. Porque el Salvo te lo llevo, pero ¿qué tienen esos ladrillos que le hacen decir “ponete ahí, mi amor, así salís con ese edificio atrás”? ¿Y cómo logra ese otro tipo que toda su familia salga del Mausoleo sonriendo? ¿Hace tanto que no voy al Mausoleo que ahora a los blandengues los visten los Clowns sin fronteras? ¿Y en vez de decir “la cuestión es sólo entre la libertad y el despotismo” dice “en que los dos pasan los huevos por agua”? Ya sé, ta, no me estoy portando bien con los esfuerzos que hace la Intendencia por atraer turistas. ¡A pensar a la plaza!

Me siento en un banco frente al prócer, dispuesto a hacer una meditación sobre las primeras familias que llegaron a Montevideo en 1724- 1726: los bajaron acá, y de arriba del barco les gritaron “¡Que disfruten del Nuevo Mundo!” y “¡jua jua jua!”. Y capitán y marineros pegaban la vuelta con la tarea cumplida y el regocijo de saber que ellos no se quedaban y la reina, chocha. Y estas pocas familias se comieron varios inviernos solitas, sin McDonalds ni MAM ni Netflix, ni ensayos de murga, ni partidos de local, ni actividades gratuitas en el CCE. Pensate Montevideo sin nada. Mirá a estas familias a la cara y deciles que no hay garrafas por varias décadas. Ni quiosquitos para comprar yesqueros. Ni raspaditas. Y ni siquiera un Pare de Sufrir. Y vos con tu banda ancha. Ponete en el lugar de esas familias. Animate, garracharrúa. Sólo vos y algunos parientes más. Sin nada de nada de nada. ¿Duele, no? Ta, no lo pienses mucho que tampoco la idea es que te salga algo. ¿Decime si no vale la pena una meditación por esas familias? Así que busco la sombrita de alguna de esas palmeras masonas, cierro los ojos, me concentro en la punta de mi nariz y en el aire en mi abdomen... ommm... y escucho que se me sienta gente al lado. Son dos señores orientales. “De Indonishia”. Me preguntan “where are the girls?”. Conecto nuevamente con el mundo físico y les digo, mirando la plaza: “Yeah, are prettys, no?” (Pah, cualquier cosa, armé la frase como el culo) (Y peor: estoy hablando de muchachas bonitas en la Semana de la Igualdad de Género. Se enteran en Twitter y estoy muerto). “Where are the girls?”, me increpan nuevamente, ya algo ansiosos. Y ahí entendí lo que se me pedía. “Mmm, I think this way”, les digo, señalando para el lado del puerto. Sin saber por qué estoy señalando para ahí. Ni por qué estoy señalando. Ni por qué sigo practicando la misoginia con estos turistas, si estaba yo por ir al Himalaya con las primeras familias canarias. Alguna vez habré escuchado que por el puerto había girls y quise contribuir con los esfuerzos de la Intendencia por atraer turistas. Culpa de esa maldita culpa que me vino por pensar que la Puerta de la Ciudadela es demasiado chica para las expectativas de alguien que tal vez conozca L'Arc de Triomphe o la Muralla China. ¿Por qué no acepto que soy chiquito? Más vale chiquito y juguetón que francés y con Marine Le Pen casi de presidenta. ¿O no? Debería haber un curso para tratar a los turistas acá. Somos nuevos en esto. Y muy volados. Antes, la gente que hablaba extrañol se venía a vivir acá porque los sacaban pelando de sus países. Ahora vienen a comprar souvenirs de Mujica y subir fotos a Instagram. El Estado uruguayo debería dictarnos un curso obligatorio de trato al turista.

Los amigos indoneshios se fueron de mi lado, no les pude dar lo que precisaban. Me quedé con ganas de seguir practicando mi inglés y de decirles: “¿Les puedo ofrecer otra cosa, como uruguayo?”. Pero se iba a notar que no somos un país con tradición turística, y me iba a deschavar que los precisamos. Es que los turistas de Montevideo tienen ese... qué sé yo. Y tenemos que hacer que lo gasten acá. Más los que tienen mucho qué sé yo. ¿No les estará pasando que se embolan y como no saben en qué gastarlo buscan la Puerta de la Ciudadela para sacarse fotos? A ver, propuesta, Daniel: hagámosle un bien al turista... agrandemos esa puerta. Si tiene más liftings que reunión en salón de té. Unas piedritas más. De las Bóvedas, por ejemplo. ¡Las Bóvedas! Son tres cuadritas, ¡las llevo yo en una chata! ¿Quién va a saber de historia?