Hoy empieza la octava edición del Ciclo Montevideo Danza (CMD), que bajo la producción general de Leonardo Durán ha ido reuniendo apoyos -de Itaú, el Ministerio de Educación y Cultura, la Intendencia de Montevideo y el teatro Solís, entre otros- y desempeñado un rol relevante en la escena montevideana (por no decir nacional) de la danza contemporánea. El ciclo media entre la comunidad de artistas y el Solís, ya que decide mediante su convocatoria cuáles son los espectáculos que se programan en la sala Zavala Muniz. Sin duda, ha contribuido a aumentar el público para este lenguaje y también le ha asegurado un espacio de programación que no es fácil de conseguir, dado que se trata de una estética riesgosa, que no siempre gusta, que no siempre lleva público en centenas, que a veces ensucia el espacio y a menudo escandaliza o desconcierta a la gente.
Por esos motivos, y porque brinda apoyos a los artistas -además de la difusión, 20.000 pesos, 65% de la recaudación por venta de entradas, registro fotográfico y en video, una semana de ensayos en el Instituto Nacional de Artes Escénicas y un texto de acercamiento a los procesos que sirve como presentación de la obra-, los criterios de selección para el ciclo han influido sobre los modos de producción y lo producido en el terreno de la danza contemporánea. A tal punto, que un número considerable de creadores imagina o crea sus obras teniendo en mente que se puedan programar en el CMD y realizarse en la Zavala Muniz, lo cual homogeneiza, predetermina y limita un poco las singularidades de cada proyecto. El arte también tiene sus condicionamientos materiales -y espaciales- de producción.
Por otra parte, y dado que Durán no es especialista en danza, la curadoría ha estado en manos de coreógrafas como Andrea Arobba, Tamara Cubas y, este año, Florencia Martinelli. La programación 2017 del CMD presenta obras de creadores mayoritariamente legitimados y reconocidos, con la única excepción de la inaugural, In media res, creada por el Proyecto Incorporar, un colectivo de artistas jóvenes que tienen por primera vez la Zavala en sus cuerpos/manos. En julio se presentará Entre, de Vera Garat, Santiago Turenne y Leticia Skrycky; en agosto, Rever, de Natalia Burgueño; en setiembre, Fortuito, de Carolina Silveira; en octubre, AM, de Tamara Cubas; en noviembre, Al limón, de Paula Giuria y Lucía Yáñez; y en diciembre, Flicker, de Magdalena Leite y Aníbal Conde. Es algo para pensar e indagar si el criterio de selección fue una decisión curatorial o el relejo de la dinámica microcomunitaria de la danza contemporánea (ya que, obviamente, se elige entre quienes se postulan), pues sería interesante poder ver sobre ese escenario a más artistas jóvenes, aún desconocidos, híbridos en sus lenguajes o emergentes, aunque no garanticen una taquilla que, de todos modos, no es la finalidad del ciclo ni el sustento de su existencia.
Hablamos con las artistas que integran el Proyecto Incorporar -Clara Barone, María Clara Fernández, Martina Gramoso, Stella Peña y María Noel Rosas- sobre In media res, que presentan hoy, mañana y pasado a las 20.30.
–¿De dónde surge esta obra y cómo se relaciona con sus trabajos anteriores?
-Surge desde el deseo y el desafío como colectivo de realizar nuevamente un proceso de creación, esta vez en una sala como la Zavala y en el marco del CMD, que nos ofrece la posibilidad de crecer en condiciones de producción e infraestructura. El año pasado trabajamos en espacios al aire libre, donde se afianzó la investigación que venimos realizando sobre cómo desarrollar modos de estar ocupando un espacio, cómo el espacio afecta esos modos de ocuparlo, y cómo el cuerpo, el sonido y la instalación plástica puede afectar la percepción de ese espacio. La convocatoria al ciclo nos proponía volver a la intimidad de una sala, con esas preguntas entre otras. Claro que dos años de trabajo colectivo van generando un archivo de lenguaje, e In media res tiene recuerdos de otras obras. A nivel coreográfico y de diseño de espacio aparece 100 octillones, algo tiende al infinito, una obra que es nuestro antecedente de trabajo en espacios cerrados (Centro Cultural de España y sala Vaz Ferreira). También Alteraciones, que fue la última acción del grupo, en el Centro Cultural Terminal Goes, en el marco del ciclo Jóvenes Creadores de Taller Casarrodante. Aquel trabajo nos propuso la idea de la instalación plástica como proceso dinámico de espacio, que ocupa un volumen y se relaciona directa o indirectamente con lo que sucede en escena.
–¿Cómo fue el proceso creativo y cómo se adecuan a él el tema o las preguntas de partida?
-El proceso creativo fue un poco caótico y disperso al comienzo, pero con la claridad de que nos interesaba continuar insistiendo como colectivo en algunas prácticas, como intervenir el espacio por medio de un proceso de trabajo que mantenga las decisiones en un plano común, asignando roles específicos para algunas tareas. En esa tarea, comenzamos a preguntarnos qué acciones escénicas podían generar la alteración en la percepción de un espacio; cómo los lenguajes con los que trabajamos podían generar atmósferas y situaciones capaces de remitir a ciertos paisajes emocionales y visuales.
–¿Qué potencias y qué dificultades encuentran en la creación colectiva?
-Sin duda alguna, ha sido toda una experiencia de aprendizaje, por momentos intensa y desgastante, y sin embargo la volvemos a elegir porque hay algo de eso que nos atrapa, y sentimos que aporta y genera cosas que de otro modo no aparecen. Si bien hay una gran afinidad en el grupo (que sobre todo responde a un vínculo afectivo de amistad), también hay diferencias acerca de cuestiones directamente vinculadas con la creación escénica. A nuestro entender, eso vuelve más interesante el intercambio, y aunque genere procesos un tanto caóticos, deviene en creaciones que no serían posibles desde la individualidad. Tuvimos que aceptar ese caos como parte de la modalidad de trabajo, para movernos desde allí hacia otros lugares de mayor claridad. El caos siempre presente ha sido “amigo” y “enemigo” del proyecto desde sus inicios, al punto de que se ha generado una dinámica de trabajo interna en la que la desorientación y la incertidumbre parecen tomarnos por completo, hasta que algo se organiza y cobra sentido. Para los que estamos en el colectivo desde el principio, esto se ha vuelto parte del trabajo, hemos desarrollado paciencia y confianza en que “todo se resuelve al fin”. La clave ha sido la insistencia en seguir trabajando juntos, en sostener los procesos aun cuando parecen difusos. Algo que ha ido decantando con el paso del tiempo es la toma de roles más específicos dentro del funcionamiento general del grupo. Por un lado, esto sucede a partir de los intereses concretos de cada persona, y también hemos ido designando como colectivo en la medida en que hubiera necesidad. La mayor dificultad es la falta de una mirada externa que tenga una visión global de lo que sucede y que, cuando la situación lo requiere, pueda tomar ciertas decisiones sobre el trabajo, sin que alguien tenga que salir de escena para hacerlo. En este sentido, siempre nos hemos apoyado en la mirada de “invitados” que, por un motivo u otro, están cerca del grupo y cuyos aportes tomamos como referencia. Hasta ahora el rol de dirección ha sido colectivo; hacerlo así ha sido y es todo un aprendizaje, que creemos que se reafirma con cada nuevo trabajo en nuestro proceso creativo.
–¿Qué elementos creen que sitúan a esta obra en el campo de la danza contemporánea, o fuera de él, si es el caso?
-Nos consideramos una plataforma escénica que reúne a la danza contemporánea y la performance como base de construcción de acciones escénicas, que integran a la música y al diseño de espacio. Es danza contemporánea, sí, por cierta tendencia a practicar un lenguaje físico, visual y sonoro que parte de identificar ciertos conceptos o ideas que nos interesa trabajar, para desde ahí definir prácticas de las que emergen tareas y relaciones que se ordenan en la construcción de una partitura flexible, que organiza la abstracción.
En el texto de acercamiento al proceso, Carolina Silveira escribe sobre la expresión latina in medias res (“en medio de la cosa”) que da título a la pieza y que alude “simultáneamente al recurso literario clásico descrito por Horacio, que implica que el comienzo de una narración suceda en mitad del acontecimiento narrado, y al hecho de que el grupo se encuentra en medio de un trabajo del que de alguna manera no se puede identificar el comienzo o el final, porque no se trata de una trayectoria lineal, sino de una inmersión plena en un mundo concebido como una red de preguntas que producen acontecimientos y acontecimientos que devuelven preguntas”. A esa red nos invita a incorporarnos In media res, en el inicio de este ciclo que es en realidad su continuación, lo cual no excluye la posibilidad de reorientaciones o desvíos, a veces no sólo posibles sino también deseables.