Lo contraintuitivo como el camino. El uso de sustancias psicoactivas ha sido a través de la historia parte de la humanidad. Las personas han alterado su percepción de la realidad a través de sustancias por motivos medicinales, religiosos, culturales, recreativos en prácticamente todas las culturas. Qué es lo “permitido” o no, en cada momento histórico y en cada lugar concreto varía según las construcciones sociales.

El derecho de cada persona a decidir sobre su propia vida incluye el derecho a tomar decisiones que sean poco saludables para sí mismo. La principal causa de muerte en el Uruguay son las enfermedades cardiovasculares, y sin embargo las personas pueden muchas veces “elegir” exponerse a factores de riesgo para estas enfermedades. Un 60% aproximadamente de los uruguayos y uruguayas tienen sobrepreso u obesidad, un 90% de la población consume menos frutas y verduras que las recomendadas por día, un 26% de la población fuma diariamente (datos de la Segunda Encuesta de Factores de Riesgo para Enfermedades Crónicas No Transmisibles del Ministerio de Salud). Las campañas que fomentan los cambios de estilo de vida pero no prohíben el consumo de la “hamburguesa de carrito”, fomenta la información para tomar decisiones al respecto. Tenemos que seguir trabajando para que las “opciones más saludables sean las más fáciles”

El consumo de sustancias forma parte de este espectro de toma de decisiones que constituye parte de la libertad individual para decidir sobre su vida. Existe una larga lista de sustancias psicoactivas, entre ellas algunas legales como el alcohol, las benzodiacepinas (diazepam, alprazolam, etc), el tabaco. Otras ilegales (la regularización no implica la simple legalización), marihuana, LSD, cocaína, pasta base de cocaína.

Primero que nada tenemos que reconocer que no podemos igualar a todas las sustancias. Por ejemplo el alcohol, con un uso ampliamente difundido y aceptado socialmente, es la droga que genera mayor dependencia, mayor daño biológico a las personas, mayores daños sociales, según estudios internacionales. Sin embargo un 48,8% de la población uruguaya refirió haber consumido dicha droga en los últimos 30 días según la encuesta previamente citada. La marihuana genera menor grado de dependencia, menor daño a la persona y daño social, menos aún que las benzodiacepinas. No por eso dejan de tener riesgo, sobre todo los jóvenes, embarazadas y en personas que vayan a conducir. El acceso a esta droga está fácilmente accesible a través del narcotráfico con los daños añadidos que esto implica: vínculo con la ilegalidad, venta a menores de edad, vínculo con otras sustancias disponibles en este mismo lugar de venta. Para hacer uso de el consumo de esta sustancia (que ya era legal) se debe acceder a los lugares de venta ilegal.

La tan aplicada guerra contra las drogas, impulsada principalmente por Estados Unidos, uno de los países con mayor compra de estas, no ha dado más resultados que violencia, narcotráfico, intervenciones imperialistas, etc.

Otro elemento que tenemos que tener en cuenta es que no todo uso de sustancias es problemático. En la encuesta referida, a pesar del alto porcentaje de personas que consume alcohol, aproximadamente un 8% tenía un uso problemático de alcohol y un 9% había tenido un consumo excesivo. Consumir un vaso de vino “con el asado del domingo” puede no considerarse un uso problemático. El consumo de 1 cigarro de marihuana semanal tampoco, ni produce más daños que el anterior, todo depende de la persona y el contexto. Las políticas basadas en el abstencionismo utilizadas hasta ahora claramente han fracasado por más que intuitivamente podemos pensar que prohibir las sustancias es mejor, pero sin embargo solo ha sido un elemento favorecedor de la violencia y generador del narcotráfico.

Las sustancias no son malas ni buenas en sí mismas, el asunto es cómo nos relacionamos con ellas. Podemos establecer relaciones más saludables o menos saludables. La regulación del cannabis nos permite generar condiciones para fomentar relaciones más saludables.

El sistema de salud tiene que poder acompañar este proceso en el que desde hace tiempo está en deuda. Se han implementado políticas muy importantes en programas especialmente dirigidos al consumo de sustancias psicoactivas que han sido un gran avance. La Junta Nacional de Drogas en distintos programas (Achiques, Aleros, Unidad Movel de Atención, Portal Amarillo, servicio telefónico 24 horas gratuito, el Dispositivo Ciudadela) que han implicado un avance en el cambio de paradigma en el abordaje de la temática. Pero gran parte de los usuarios con consumo de estas sustancias psicoactivad no solicitan, ni están dispuestos a asistir a servicios especializados en drogas, aunque pueden consultar por distintas causas vinculadas o no a esta temática en otros servicios de salud como policlínicas del Primer Nivel de Atención tanto a nivel de los prestadores de salud públicos o privados. Pero son los profesionales médicos y no médicos de la salud los obstáculos frecuentes para abordar este consumo. El manejo médico se basa mayoritariamente en prejuicios o creencias personales más que en la evidencia científica al respecto, estigmatizan al usuario de salud con etiquetas como “adicto” sin realizar una adecuada valoración sobre el tipo de consumo y si es problemático o no, se subestima la problemática del uso de benzodiacepinas y se prescribe por ejemplo diazepam casi como agua, la atención se centra en una mirada reduccionista biologicista y se plantea la abstinencia como única solución. Si bien podemos plantear que la abstinencia sería la ausencia del riesgo que la sustancia supone, se ha evaluado que la amplia mayoría de los usuarios no están dispuestos a aceptar esta meta inicialmente y por lo tanto se quedan “sin opciones” terapéuticas. Aceptar que el usuario, informado puede elegir en su balance riesgo/beneficio personal el consumo, abre el camino para acompañar al usuario en otras intervenciones como la gestión de riesgos y daños que implica que cuando la persona no quiere cambiar su patrón de consumo se realicen intervenciones para disminuir el riesgo y daño que este puede causar. Por ejemplo, no conducir si consume marihuana, ni hacerlo antes de ir a estudiar o trabajar, consumir con personas conocidas y de confianza, no mezclar con alcohol por los riesgos que esto implica, uso de vaporizador en vez de cigarrillo de marihuana, etc. Es por todo esto que necesitamos una mejor formación de los profesionales de la salud para acompañar este proceso y ser parte del proceso para generar vínculos más saludables con las sustancias psicoactivas. Tenemos déficit en la formación de pregrado que se reduce al abordaje toxicológico, falta de formación médica contínua al respecto y un modelo médico hegemónico altamente biologicista y paternalista que limita la autonomía de las personas. Las decisiones políticas no deben dejar afuera el hecho de que las personas que consumen sustancias se vinculan con el sistema de salud en algún momento de sus vidas y si se cuentan con las herramientas formativas adecuadas en la mayoría de los casos esta es una oportunidad para realizar intervenciones en salud sobre el tema. Pero con la formación actual solo generamos mayor violencia institucional y hacemos que las personas nieguen que consumen en la consulta para evitar ser estigmatizados. Y tienen motivos para hacerlo, ya que son numerosos los casos en los que el haber informado de su uso al personal médico culmina en un trato desigual hacia la persona.

Podemos ser parte del proceso de salud de las personas o ser los mismos integrantes de los equipos de salud los que generan más daños al intervenir sobre uso de sustancias psicoactivas.

Virginia Cardozo Médica - Especialista en Medicina Familiar y Comunitaria