Primero fue el anuncio hecho en Ginebra, ciudad sede de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y de la Cruz Roja, entre otros organismos internacionales. Durante una conferencia pronunciada en el Geneva Graduate Institute en el marco del foro “Coordinación multisectorial sobre enfermedades no transmisibles en acción: el caso del control del tabaco”, Tabaré Vázquez, “en su doble condición de médico y gobernante”, según lo describió la Secretaría de Prensa de Presidencia, llamó a renovar el compromiso de los gobiernos en la lucha contra el tabaquismo y avisó que en Uruguay todavía se van a implementar más medidas de combate a ese flagelo. Entre ellas destacó que muy pronto las cajillas tendrán un “etiquetado plano”, y prometió que tomará medidas contra esa triste costumbre que tienen algunos de sus colegas, trabajadores de la salud, de fumar, enfundados en sus batas blancas, cerca de las puertas de hospitales y sanatorios. Tan vehemente fue la alocución del mandatario que hasta llamó la atención de la OMS, que anunció que Uruguay será sede, en octubre, del foro “Promoviendo la coherencia de las políticas”, un encuentro en el que se seguirá hablando, sin duda, de lo importante que es dificultar que los ciudadanos den rienda suelta a sus prácticas autodestructivas e irrespetuosas.

Y nadie dirá que lo de “coherencia de las políticas” no es exacto. Ayer mismo, y mientras celebraba un nuevo aniversario del natalicio de José Artigas (fecha por la que siente predilección y que en algún momento propuso transformar en la fiesta patria por excelencia), el presidente Vázquez anunció para esta misma semana una ley “holística” sobre el alcohol, otra de las “patologías que se producen en el seno de la sociedad” y que, según parece, conviene combatir con regulaciones, normativas y fiscalización. “Señoras y señores, es cierto que ‘la libertad es libre’”, decía Vázquez ya en 2005, y amonestaba de inmediato esa afirmación con un llamado a la responsabilidad que consagraba el derecho absoluto de los no fumadores “a no respirar aire contaminado por el humo del tabaco”. Se comprometía, además, “con las políticas de prevención y protección de la salud de la población”, y establecía con claridad su orden de prioridades: primero, limpiar el aire para los que no fuman; segundo, desarrollar “estrategias informativas y asistenciales” para los demás.

Así las cosas, los gobiernos de Vázquez se han caracterizado por las metáforas médicas, por las decisiones quirúrgicas y por las medidas profilácticas. En nombre de un supuesto saber científico que atribuye al vicio buena parte de los males sociales (desde la violencia hasta la mala salud, que se vuelve crimen en cuanto se mencionan los costos económicos que recaen sobre la comunidad por la irresponsabilidad del vicioso), el presidente asume su rol de ejemplo y guía, de padre atento aunque severo, de maestro y vigilante. La túnica blanca es símbolo de pureza, y las escuelas y hospitales son lugares sagrados que deben ser protegidos ya no del humo, sino incluso de la imagen degradada de su consumo.

Tampoco hay lugar en el Uruguay que despenalizó la marihuana para comer fideos con cáñamo o tomar mate con cannabis. No hay marihuana medicinal y no se vende todavía, a pesar de lo mucho que se lo anunció, el porro en las farmacias. Un horror supersticioso frena cualquier investigación posible, cualquier apertura hacia el uso clínico o gastronómico de una planta cuyos efectos psicotrópicos pueden obtenerse sin incurrir en delito.

No digo nada nuevo si recuerdo que vivimos en una cultura que estimula el consumo compulsivo de casi cualquier cosa, y que desde las medicinas hasta los líquidos para limpiar el baño se ofrecen como sustancias maravillosas que aumentan el rendimiento o ponen a toda la familia a bailar en un campo de flores. Hay programas en la radio en los que se curan, en vivo y en directo, enfermedades crónicas y hasta mortales. El pensamiento mágico es alentado en las más diversas formas, incluso bajo la forma de un discurso médico de revista de peluquería que nos invita a ser más sanos, más jóvenes y más dinámicos mediante la eliminación de tal o cual alimento o la práctica de tal o cual deporte. Estamos obligados a la salud, a la diversión, a la alegría y a la productividad, y está bien visto que nos desintoxiquemos cada tanto. Lo único que no se nos permite es ser adultos. Un complejo y burocratizado engranaje de cuidados y proscripciones nos coloca en una infancia perpetua, de la que a lo sumo podemos escapar con alguna conducta adolescente que no demora en ser punida. Relajo, pero con orden. La medicina, como decía alguien, es una estrategia biopolítica.