–¿Qué significa para el Claeh el reconocimiento como universidad por parte del MEC?
–Es una nueva etapa en un largo trayecto, porque este año el Claeh cumple 60 años y 20 como instituto universitario. Cuando decidió transformarse en instituto universitario hizo valer su trayectoria, porque ya investigaba y enseñaba, pero sin reconocimiento oficial. En 1997 teníamos una serie de formaciones de posgrado en diversas áreas vinculadas con las ciencias sociales. Esto motivó que el Claeh fuera reconocido como instituto universitario, pero en aquel momento no nos planteábamos pasar a ser universidad, para lo que hay ciertos requisitos, que sobre todo tienen que ver con la variedad de lo que se ofrece. Se debe dar un mínimo de tres carreras de grado en áreas diferentes, reconocidas por el MEC. Si bien esencialmente no cambia lo que hacíamos con respecto a lo que hacemos ahora, es un paso que nos coloca en otro nivel en la consideración nacional e internacional. En el mundo todos saben lo que son las universidades, pero no pasa lo mismo con los institutos universitarios, no es una nomenclatura universal. También implicó un cambio de estatutos, que fue lo que llevó más tiempo en este trámite, no sólo por la denominación de la institución sino porque habíamos ido cambiando informalmente la forma de trabajar hacia un sistema más universitario, pero esto nos da la oportunidad de consolidarlo estatutariamente y tener órganos similares a los que tienen universidades de este tipo.
–¿Cuál siente que es el diferencial del Claeh respecto a las otras universidades uruguayas?
–En cuanto a la oferta de grado, tenemos la única Facultad de Cultura que hay en el país y la única carrera de gestión cultural, lo cual es bastante atípico también en la región. Es una apuesta fuerte a una diferenciación, que está relacionada con el tipo de asuntos que nos interesan. Ya veníamos trabajando en temas de historia, de patrimonio, de edición de textos, con una tradición en cuanto a los Cuadernos del Claeh, que es la revista de ciencias sociales más antigua que se edita en Uruguay. Por un lado, la Facultad de la Cultura, y por el otro, la apuesta al interior: la otra gran apuesta nuestra es en Maldonado, con la Facultad de Medicina, y después con la Facultad de Derecho. A la Facultad de Medicina la vimos como una oportunidad de ofrecer un programa centrado en un concepto muy específico nuestro, que es el de humanismo médico. La carrera ya tiene unos 200 egresados, y si bien cuantitativamente no es importante, por la cantidad de médicos que se reciben anualmente en el país, sí lo es cualitativamente, por estar en el interior. Especialmente en la región este, donde nuestros estudiantes hacen práctica en los servicios de salud públicos y privados, no sólo de Maldonado sino de toda la zona. Queremos seguir insistiendo en ofrecer algo que las otras universidades no brindan, y en lo posible en el interior. Si bien la Udelar ha hecho una apuesta grande por el interior, aún es bastante desparejo lo que en Uruguay se puede estudiar en Montevideo o en otro lado.
–El área de gestión cultural cuenta actualmente con bastante demanda laboral. ¿Por qué cuesta encontrarla en la oferta educativa terciaria?
–Porque a las formaciones de profesionales les lleva bastante tiempo instalarse en el imaginario colectivo. Estamos hablando de jóvenes que terminan secundaria para entrar a la universidad y en general están en relación de dependencia con sus familias. En el caso de una institución privada, en la que hay [que abonar] una matrícula, es la familia la que tiene que tomar la decisión. Creo que es un tema de tiempo y de adaptarse a la demanda, por eso también ofrecemos algunas formaciones que no son de grado, sino diplomas: cursos más cortos, de un año, que se pueden combinar mejor con actividades laborales. La dedicación a una carrera de grado limita mucho las posibilidades de trabajar.
–¿Cómo es el desarrollo de investigación académica en el Claeh?
–Tenemos algunas líneas programáticas internas que tienen que ver con la difusión de la economía humana, que es el centro de ideas originales de nuestra institución en el país. Tratamos de darles esa orientación a las actividades tanto de investigación como de enseñanza y extensión. En general, todas las instituciones privadas tienen un problema de recursos para desarrollar la investigación, y básicamente recurrimos a los fondos públicos. Eso hace que haya que competir, y como tenemos algunos docentes que son investigadores, ellos están en ese medio, pero para todas las universidades privadas es muy difícil tener un programa importante de formación de investigadores.
–Entonces, en un año de discusión presupuestal genera expectativa una mayor inversión estatal en investigación para desarrollar esa área específica.
–Sí. Es necesario que se invierta más en la formación de investigadores. Siempre hay una etapa en la que la persona se forma como investigador; no es que sale de la nada a publicar artículos o a participar en conferencias o congresos. Tiene que hacer su carrera acompañada por investigadores con trayectoria; habría que dar mayores incentivos para eso, y no sólo los que pueda destinar la propia institución. Si los fondos aumentan pero son para los mismos programas, no sé si realmente habrá resultados diferentes.
–¿Cómo es convivir con una institución pública tan grande como la Udelar, que durante muchos años fue la única universidad en el país? En muchas de las convocatorias concursables, la evaluación del currículum de los investigadores tiene un peso importante, y eso puede hacer difícil que nuevos actores investiguen.
–Es exactamente así. Mi preocupación es que esto se vea como una cuestión de competencia, cuando debería tratarse de cooperación. La Udelar, dentro de sus fines, tiene que colaborar con todo aquello que hace al desarrollo de conocimiento en el país, sin importar quién lo haga. Si uno va a la historia, todos los que estamos en esto y tenemos ciertos años fuimos formados en la Udelar y estamos muy reconocidos por eso. Pero no siempre las facultades de la Udelar fueron fuertes en investigación. En particular, participé en el primer consejo de la Facultad de Ciencias, y en ese momento, su antecesor, que era la Facultad de Humanidades y Ciencias, tenía un enfoque muy relacionado con una dedicación amateur a la ciencia. La actual Facultad de Ciencias ha colaborado mucho en la profesionalización de la actividad en las áreas en las que trabaja, sin descuidar los aspectos de la investigación; al contrario. Esa evolución la tienen que hacer todas las universidades, pero considerando que es un trayecto duro. Me gustaría tener la oportunidad de discutirlo con los colegas –tengo una excelente relación con el rector [de la Udelar, Roberto] Markarian–, pero no tenemos ámbitos para hacerlo. Por ejemplo, mediante un consejo consultivo, el MEC se ocupa del sector privado. Ahí participa la Udelar, pero no institucionalmente. En cambio, no hay alguien que esté pensando en la investigación desde todo el ecosistema académico.
–Quizá la nueva institucionalidad que se creó en materia de ciencia y tecnología pueda ser un ámbito propicio.
–No la conozco en detalle, pero creo que sí, que necesitamos reformar un poco el marco institucional. Pero sobre todo necesitamos derribar barreras y muros que separan, necesitamos un sistema muy plural, de mucha libertad, en el que también haya rendición de cuentas. Eso es importante: la sociedad tiene que saber en qué se invierte y qué resultados hay. En algunos aspectos todavía estamos mirando un poco para adentro.
–¿Qué opina del vínculo entre las ciencias sociales y las naturales en cuanto a su desarrollo académico y los incentivos que reciben unas y otras?
–En Uruguay se han ido logrando algunos encuentros: está el Conicyt [Consejo Nacional de Innovación, Ciencia y Tecnología], la ANII [Agencia Nacional de Investigación e Innovación] tiene programas bastante equilibrados hacia un lado y hacia el otro. No hay una rivalidad entre los cientistas sociales y las otras ciencias, pero lo que nos está faltando es que todos estemos más aggiornados con respecto a los cambios que va a traer la tecnología. Eso va a afectar la forma de vivir de todos. Si bien Uruguay está haciendo esfuerzos por prospectar un poco los cambios que lo van a afectar, creo que están más dirigidos a la parte productiva y a la economía, y el porvenir de la ciencia es un tema importante. En muchas áreas tenemos dificultades por ser un país pequeño; por ejemplo, hay muchas intervenciones en salud que no se pueden hacer en Uruguay, o si se hacen es sin una gran base de experiencia, como puede haber en países más grandes, donde se ven muchos más pacientes. Uruguay tiene que prepararse mejor para el futuro, y hay condiciones favorables, porque aunque no es el ideal, facilita el hecho de que la gran masa de recursos esté muy concentrada en el sur del país.
–¿Cómo considera que está planteado el debate educativo hoy? ¿Se discuten los temas que realmente son relevantes?
–Lo veo muy centrado en ciertos aspectos que son críticos y problemáticos, por ejemplo la deserción estudiantil y los problemas de la enseñanza media, pero que no son los únicos. Siempre estamos mirando un pedacito de la película, y es mucho más complejo. Una tradición del Claeh y de la economía humana es que el enfoque sea necesariamente interdisciplinario. Cuando opina un sociólogo, los educadores dicen: “¿Qué saben los sociólogos de educación?”; cuando opina un educador, otro dice: “Esta gente no entiende la ciencia política”, por ejemplo. Realmente nadie puede tener la exclusiva, porque los problemas no son de una disciplina, son de la sociedad, y necesitan tener abordajes con distintas miradas. Una de las cosas tristes que nos pasan con el debate educativo es que está centrado en la educación pública, y tenemos que mirar a la educación como un todo, porque los actores son múltiples, los docentes están en el sistema público y en el privado, y los padres tienen que tomar decisiones que no siempre son económicas, sino sobre lo que se espera para los chicos. Hay ciertos sesgos que nos impiden mirar las cosas holísticamente, en su complejidad. Si no, la discusión sobre el cambio de ADN de la educación es retórica. Lo primero que tenemos que ver es cuáles son los problemas verdaderos y los que podemos abordar. Todos los países que han logrado avances en la educación lo han hecho insistiendo con ciertos programas durante un tiempo prolongado. Nosotros continuamente estamos cambiando de rumbo, hacemos el programa piloto A, después el programa piloto B, después el C, y nunca terminamos de consolidar una dirección de cambio.
–Hace poco estuvo en la agenda la educación privada a partir de las exoneraciones fiscales que hace el Estado a los donantes de esas instituciones. ¿Qué otras cosas deberían discutirse?
–Siempre hacemos la precisión de que la educación es de gestión privada, pero los fines son públicos, tanto los nuestros como los de las instituciones que son del sector público. Lo que hay que ver es quién está financiando y cómo se financian las actividades. El grueso del financiamiento de las instituciones privadas son las matrículas que pagan las familias. A la educación pública la paga todo el mundo, envíe o no a sus hijos a ella, es parte del Presupuesto; todo el mundo contribuye a financiarla por medio de sus impuestos. En el caso de la educación de gestión privada, las familias tienen que hacer un esfuerzo adicional para educar a sus hijos. Plantear el tema de las donaciones, que es una parte muy pequeña de estos presupuestos, a nosotros nos parece una mezquindad. No resuelve ningún problema y lo único que hace es poner trabas a que haya algunos programas de investigación o de becas que las universidades privados otorgamos a nuestros estudiantes. Eso no es para un debate: hay muchas otras cosas más importantes para debatir.
–¿Por ejemplo?
–Uno muy importante es conocer mejor qué tipo de formación requiere hoy Uruguay a nivel terciario. Hay una impresión de que a veces no es tanto en lo universitario sino en lo terciario no universitario, que va más a los oficios o a carreras técnicas más cortas. Por ejemplo, en una reunión desde [el Instituto] Uruguay XXI nos dijeron que la principal queja que tienen las empresas que vienen a Uruguay respecto del personal es el inglés. Uno diría que el inglés se enseña desde hace mucho tiempo, que está dentro de los programas, y sin embargo no tenemos una población que lo maneje. Mientras tanto, en todo el mundo, estudiar inglés es como estudiar la lengua nativa, entra en lo obligatorio. Tenemos que entender cuáles son las necesidades para saber hacia dónde apuntar. Por eso hablo de cooperación: no todos vamos a hacer lo mismo. Como el menú es bastante variado, sería bueno que cada uno, según sus fortalezas, se incline hacia algún lado.
–A partir de la discusión sobre las exoneraciones fiscales a los donantes de las instituciones educativas de gestión privada en la última Rendición de Cuentas, varios plantearon la necesidad de transparentar o publicar el manejo de los recursos de estas instituciones. ¿Está de acuerdo?
–La crítica se refería a lo que se recibe por donaciones. Las donaciones son aprobadas y controladas por el Ministerio de Economía y Finanzas [MEF], que tiene la información. Desgraciadamente, el MEF tenía desactualizada o equivocada la información, y eso fue tomado por algunos medios de prensa como verdadero, pero no hay ningún problema. Las instituciones estamos dispuestas a hacerlo, porque le damos la información al MEF y todos los programas que se ejecutan con esos dineros son previamente aprobados por el ministerio. A lo mejor falta transparencia en lo público, y no tanto en las actividades de las universidades.