la diaria dialogó con Ignacio Apella, economista para Protección Social para América Latina y el Caribe del Banco Mundial, quien expondrá los lineamientos del estudio. Apella es licenciado y magíster en economía por la Universidad de Buenos Aires, y su trabajo se centra en el estudio de la protección social, el mercado de trabajo y las pensiones en diversos países de América Latina.

–Mencionas que el avance tecnológico puede servir para reducir las desigualdades o para profundizarlas. Después de 20 años, ¿cuál de las alternativas es la que prevalece?

–Primero hay que poner el tema en contexto. El estudio que realizamos forma parte de una investigación más amplia. Hace algunos años, la inquietud era conocer los impactos que el envejecimiento de la población podría ocasionar en un país como Uruguay, que tiene características demográficas en relación con el envejecimiento similares a las de los países europeos. Algunos desafíos que se observaban eran que se podría registrar una restricción fuerte del crecimiento económico producto de una menor cantidad de gente en edad de trabajar, es decir, una menor cantidad de gente en edad de trabajar con una menor oferta de empleo y, por ende, menos crecimiento económico. Para revertir eso se necesitan incrementos de productividad laboral. Justo esto ocurre cuando se registra el cambio tecnológico. Entonces, por un lado, el avance tecnológico permite incrementos de la productividad aun cuando hay una oferta laboral más pequeña. Eso es bueno, y ahí hay que tomar ventajas, porque el factor de la tecnología permite mitigar y mejorar desigualdades. Pero eso genera desafíos e impactos en el mercado de trabajo, donde se puede verificar que la automatización y robotización pueden incrementar la productividad de ciertas ocupaciones, pero, por otro lado, pueden reemplazar tareas importantes que desarrollan otros trabajadores. Lo que hoy se necesita es tomar medidas importantes para identificar cuáles son las habilidades que los trabajadores necesitan fortalecer para realizar tareas que se complementen con la tecnología y no compitan con ella. Eso implica dos grandes desafíos: en términos de los trabajadores activos, tratar de fortalecer las instituciones del sistema de formación continua para que los trabajadores puedan readaptarse a la realidad; y por el lado de los niños y adolescentes, tratar de que como fuerza laboral futura adquieran conocimientos y habilidades que les permitan acomodarse al mundo laboral de las nuevas tecnologías. Para eso se necesita una reforma del sistema educativo en su conjunto.

–¿En qué consistiría esa reforma?

–Lo primero que habría que hacer es pensar los tres niveles educativos, desde la primera infancia hasta la secundaria, como un solo bloque, en lugar de como tres bloques separados. También, es necesario pensar la forma en que los niños adquieren conocimientos, dado que en algunos países de la región, como Uruguay, Argentina y Chile, se asocia el aprendizaje con la memorización. Hay que fortalecer el pensamiento crítico, creativo y analítico en los niños.

Cambios

–¿Es suficiente la educación formal para hacer frente a los impactos del avance tecnológico?

–Creo que no. O sí, pero con cambios. En los últimos 20 años en Uruguay el máximo nivel educativo que alcanzaron los trabajadores se incrementó. Mientras que a mediados de la década de 1990 más de 50% de la fuerza laboral tenía hasta primaria completa o secundaria incompleta, dos décadas después ese porcentaje se ubica en trabajadores con secundaria completa o universidad incompleta. Esto permitió en parte la readaptación a los cambios. Reitero que hay que pensar el sistema educativo como un sistema y no como tres módulos, porque entre los niveles hay un puente que puede ser más grande o más chico, pero en el pasaje entre esos niveles la adaptación cuesta, así como en la forma en que se transmite y aprende.

–¿Cómo incide el cambio tecnológico en un país con población envejecida?

–Uruguay necesita tomar medidas hoy para aprovechar el avance de la tecnología en el corto, el mediano y el largo plazo, considerando que la población está envejeciendo. El riesgo de tener una población envejecida conlleva dos partes: por un lado, es una restricción para el crecimiento económico; por otro, es una mayor demanda social en pensiones y en servicios de salud. El objetivo es que haya más producción para que crezca la economía y se distribuya mejor. Hay que tener una fuerza de trabajo que se sepa adaptar y que pueda adoptar estas nuevas tecnologías para que puedan ser aprovechadas. Eso requiere que se haga un esfuerzo hoy.

Rutina y creación

–El estudio menciona que hay sectores con un riesgo alto, medio o bajo de ser automatizados. ¿Dónde se ubica Uruguay en ese contexto?

–En los últimos 20 años Uruguay se adaptó al cambio tecnológico. Como decía anteriormente, el cambio tecnológico permite un incremento de la productividad y, a su vez, sustituir tareas (y no ocupaciones) que desarrollaban los trabajadores. Lo que se observó en Uruguay es que desde mediados de la década de 1990 hasta ahora el perfil del empleo promedio cambió. El trabajador promedio dejó de realizar tareas manuales rutinarias y pasó a desarrollar tareas cognitivas no rutinarias; ese es un claro efecto del cambio tecnológico. La participación en las tareas manuales rutinarias cayó 30% en las dos últimas décadas, y eso es mucho. En cambio, en el mismo lapso creció 20% la participación en las tareas cognitivas; por ejemplo, planificar, pensar, crear, solucionar problemas, y la comunicación. Eso también es bueno.

–¿Hay en el país algún sector que tenga un riesgo alto de automatización en los próximos 15 o 20 años?

–Claramente, el agro es un sector con mayor exposición a la automatización, y eso lo observamos todo el tiempo. Alternativamente, en el sector de servicios también comienzan a observarse procesos de automatización: un cajero es muy fácil de reemplazar, y desde hace 20 años se hacen operaciones bancarias mediante una máquina.

–Por otro lado, ¿hay algún sector que pueda beneficiarse del avance tecnológico?

–Sí. Todos aquellos que son intensivos en la creación de tareas cognitivas no rutinarias y que tienen que ver con el pensamiento crítico, analítico, de relaciones personales, así como la labor de un docente, de un científico, un ingeniero o un arquitecto. El cambio tecnológico no puede avanzar de forma negativa sobre ese tipo de tareas, dado que no son fáciles de sustituir porque no se trata de procesos invariantes y repetitivos en el tiempo, ya que dependen del momento y del contexto.

–El estudio clasifica las tareas en manuales y cognitivas, con las consiguientes categorías de rutinarias y no rutinarias. ¿Cuál es la más vulnerable al cambio tecnológico en el país?

–La manual rutinaria. Eso fue lo que pasó en los últimos 20 años. Lo que se puede decir desde la teoría es que un robot, una máquina o un robot digital (como el traductor de Google) puede sustituir a un ser humano en el desarrollo de cualquier tarea que sea rutinaria. En Uruguay, las tareas que han sido automatizadas fueron las manuales rutinarias, mientras que, como ocurre en algunos países de la región y de Europa del este y central, las labores cognitivas rutinarias aún no han llegado a ese proceso.

–¿El avance de la tecnología y el aumento de la productividad se tradujeron en una redistribución más justa del ingreso?

–En los últimos 12 o 13 años en Uruguay ha habido mejoras importantes en todos los indicadores del mercado de trabajo, tanto en la tasa de actividad como en el índice de desempleo. La respuesta es sí, claramente.