Entre 1985 y 1986, varios de quienes integramos el Instituto de Matemática y Estadística antes de la intervención de la dictadura nos unimos a los jóvenes docentes que allí se desempeñaban por esos años. Todavía estaban frescas en nuestra memoria las palabras de Rafael Laguardia, cuando se enteró, poco antes de su deceso, que muchos de los matemáticos formados en el ambiente que él había creado seguían produciendo fuera de Uruguay: “¡Entonces el Instituto no ha muerto!”. Esas pocas palabras refieren a dos transiciones experimentadas por el Instituto: - El pasaje de un estilo de funcionamiento plural y democrático en el que Rafael Laguardia, José Luis Massera y sus colaboradores más cercanos habían marcado un camino de estudio riguroso e investigación que se reflejaba en publicaciones en revistas de circulación internacional, a una organización vertical que no favorecía la investigación y llevó al Instituto a un estado de letargo que podría haberse confundido con la muerte.

  • El pasaje inverso, cuando la Udelar reemprendió la senda democrática, como lo hacía todo el país, para volver al rumbo trazado durante la época previa a la intervención, que Laguardia no llegó a ver, pero que sus palabras anticipaban con esperanza.

Esas dos transiciones separan tres etapas en la vida del Instituto: una previa y otra posterior a la dictadura, ambas de poco más de 30 años de duración, y el intervalo que las separa, de casi 12 años. En esta breve nota he elegido referirme sólo a los últimos años de la primera etapa, de los que vamos quedando pocos testigos.

Cuando conocí al Instituto, ya había transcurrido la formidable gesta de unos pocos interesados en la matemática, que luego de formar un grupo de estudio liderado por Laguardia se habían constituido en la base de recursos humanos que justificó y logró la creación del Instituto. Ya estaba consolidado su vínculo con la enseñanza de la matemática en Facultad de Ingeniería y con la asistencia a profesionales e investigadores, no sólo de la ingeniería, en la aplicación de la matemática para contribuir al análisis de sus problemas. Ya había recibido la visita de prestigiosos matemáticos, como Laurent Schwarz y Paul Halmos, y establecido vínculos con investigadores de la región, de los cuales el más influyente haya sido quizá Beppo Levi.

Massera y Laguardia estaban encargados del dictado de los cursos de Análisis Matemático del primer y segundo año de los cursos de Ingeniería, respectivamente. Tenían estilos diferentes: las clases de Massera eran sólidas y estructuradas, mientras que las de Laguardia fluían y a veces se diversificaban en modulaciones inesperadas. Tenían en común la riqueza conceptual y la calidad y belleza insuperables.

Ambos docentes lograban impartir una base de conocimientos y habilidades que permitían afrontar la diversidad de temas que serían presentados a lo largo de las carreras de la Facultad, y despertaban en algunos estudiantes la inquietud y el deseo de continuar disfrutando del diálogo con ellos u otros maestros para profundizar en temas que pudieron vislumbrarse en los cursos, u otros aún imprevisibles. Para quienes se interesaban, las puertas del Instituto estaban abiertas, la biblioteca accesible, y aun más accesible la consulta a sus profesores. Pero el Instituto no esperaba pasivamente a los interesados: ofrecía cursillos y seminarios que podían ayudarlos a decidir si deseaban seguir estudiando matemática y evaluar si estaban dispuestos a dedicar el tiempo y el esfuerzo necesarios para el estudio.

Cuando el Instituto detectaba el interés de los aspirantes a seguir sus estudios en matemática, y apreciaba su eventual capacidad y disposición para hacerlo, gestionaba los recursos para ofrecerles concursar para ocupar cargos docentes de ayudante o asistente, o de colaborador técnico. El número de profesores titulares y asociados no pasó de cinco o seis. Sin embargo, además del cultivo de la investigación en matemática y de la formación de investigadores, la influencia del Instituto en esos años fue enorme: - Contribuyó a la formación en matemática de los profesionales formados por la Facultad, como lo sigue haciendo, dándoles bases sólidas para su ulterior desarrollo. Influyó también, por su vinculación con varios de los docentes de la enseñanza secundaria, en la calidad de la enseñanza de la matemática a ese nivel.

  • Mostró de manera práctica la importancia de la interacción entre las ciencias básicas y las aplicaciones tecnológicas, como medio de mutuo enriquecimiento.

  • Mostró también que el desempeño de lo que hoy reconocemos como funciones de los profesores universitarios –a saber, la enseñanza, la investigación y la interacción con el medio– es posible y deseable, y que esas funciones se nutren entre sí y se potencian en la medida en que son realizadas por los mismos equipos docentes.

  • En Facultad de Ingeniería contribuyó, junto con otros institutos de similar desarrollo, a establecer altos niveles de calidad y autoexigencia. Contribuyó fuertemente a que hacia el final del período de referencia desapareciera en la Facultad la separación de las cátedras y los institutos, y que la nueva organización de las actividades cometiera a estos últimos el desempeño equilibrado de todas las funciones docentes.

  • Sus profesores de mayor nivel académico contribuyeron, junto con destacados científicos de otras disciplinas, en particular desde la Asociación Uruguaya para el Progreso de las Ciencias, al reconocimiento en el ámbito nacional de la importancia de la actividad científica y de la formación en ciencias para el desarrollo del país y para la mejor calidad de vida de su gente.

  • En el ámbito universitario, contribuyeron al establecimiento y afianzamiento del régimen de dedicación total.

El Instituto, al ser fundado, tenía dos integrantes: Laguardia y Massera, y 25 docentes al comenzar la década de 1970. Los egresos durante el período permiten estimar en no más de unas cuatro decenas el número de docentes pertenecientes al Instituto a lo largo de sus primeros 31 años, los años en que Laguardia lo dirigió y lo orientó. Estoy seguro de que todos esos privilegiados debemos haber percibido en algún momento cuán excepcionalmente afortunado fue para nosotros haber estado en el lugar y el momento oportunos, y haber disfrutado del ambiente creado por Laguardia y sus colaboradores, el que, sin dudas, influyó decisivamente en nuestra manera de pensar, de actuar y de vivir.

Enrique Cabaña El ingeniero Cabaña es profesor titular del Instituto y se formó en el ambiente fermental del viejo IME junto a Laguardia, Massera, Cesáreo Villegas, Juan Jorge Schäfer y otros matemáticos. Es de los matemáticos más importantes que ha dado Uruguay. Trabaja en el área de Probabilidad y Estadística.

Instituto de Matemática y Estadística Rafael Laguardia de la Facultad de Ingeniería

El IMERL, cuna de las escuela matemática uruguaya, fue concebido y creado a instancias de Rafael Laguardia en 1942, en un momento en el que era inconcebible la existencia de un instituto de investigación en dicha disciplina. Actualmente cuenta con cerca de una centena de docentes y cumple con tareas de docencia e investigación en matemática. En los últimos años, el instituto ha hecho importantes contribuciones a la actividad nacional, mediante convenios con empresas públicas y proyectos conjuntos con empresas públicas y privadas.