Después de las celebraciones y los homenajes por el centenario de “La cumparsita”, el Auditorio del SODRE retomó el formato de encuentro-entrevista con artistas, escritores y compositores, y lanzó el ciclo Café Tango, dedicado al dos por cuatro, a cargo del presidente de la Academia del Tango del Uruguay, Ramiro Carámbula. El próximo encuentro –que se canceló por el paro general de mañana y se pospuso para la primera quincena de agosto– tendrá como invitado al crítico y escritor Álvaro Ojeda, para hablar sobre el vínculo entre la poesía y el tango.

Según adelantó Ojeda a la diaria, su planteo se centra en el canon poético-temático que estableció Pascual Contursi en 1917, cuando le puso letra a “Mi noche triste” (que antes era una composición instrumental llamada “Lita”); en el viraje poético de mediados o finales de los años 30, y en lo ocurrido en los 40 y 50. Para el poeta, el tango-canción es esencialmente elegíaco, y su particularidad esencial fue haber surgido de las clases más bajas, en forma notablemente natural y espontánea: se trata de “un proceso revolucionario que no ha sido debidamente estudiado –dice–. Sublima y transmite cuestiones que, al día de hoy, son complejas de entender, porque quienes transitan la literatura, la poesía, y están acostumbrados a esa gimnasia, van descubriendo en las letras de tango –casi de manera permanente– situaciones poéticas que son de un altísimo vuelo literario. Es algo que no ocurre casi en ninguna música popular, porque si bien el jazz tiene algunas características similares a las del tango en época y en formación, no tiene una lírica esencialmente elegíaca como el tango”. ¿Y el folclore? Según Ojeda, desde el punto de vista literario, la gauchesca (“me refiero a aquella que producían los doctores imitando al gaucho”, aclara) ingresa al tango, y por eso se da en él “una empatía con el folclore, que se produce por el hecho del abandono: el inmigrante abandona su patria y el paisano abandona su paraje, para venir a vivir al norte de las ciudades a morirse de hambre o a hacer lo que sabe: trabajar en el Frigorífico Nacional matando ganado, o ponerse al servicio de algún caudillo como matarife de gente –si es miembro del Partido Colorado–. Todo este tipo de cosas genera una poética que permite que a la letra de un tango como ‘Sur’ –que es una permanente enumeración, por momentos casi caótica–, la gente la cante, la viva, la entienda y goce con ella, que produzca un efecto estético. El arte popular de hoy en día no produce esos efectos en la gente; ni una cumbia villera, ni una letra de rock más o menos pulida, ni una de canto popular llegan a producir ese efecto, mientras que con el tango, durante un largo período de decantación y de sublimación, eso se produjo de manera casi natural”, asevera. Y recita el recordado texto de Cátulo Castillo para “La última curda”, con música de Aníbal Troilo: “‘Cerrame el ventanal / que arrastra el sol / su lento caracol de sueños’... [así dice el original, no “que quema el sol”] son unos versos maravillosos, que podrían pertenecer al Siglo de Oro, y la gente los cantaba y los entendía, en los niveles en que podía entenderlos, y asumía eso como algo natural. No lo veía como un amaneramiento ni como una pedantería. Esto se inscribe en una larga tradición poética. Una de las grandes vertientes de la elegía, en la tradición grecolatina, es la amatoria, la de ‘pierdo a mi amada’, en la que aparecen algunos elementos que tomó el tango, como la puerta de la amada, el lugar donde vive la amada. ‘En la cruz de tu candado / Por tu pena yo he rezado... / Y ha rodado en tu portón / Una lágrima hecha flor / De mi pobre corazón’, tópicos clásicos de la elegía erótica romana del siglo I a.C.”. Ojeda señala que esto se repite de manera sistemática, y que la amada incluso puede volver después de muerta (como en “Verdemar” –“Volverás, Verdemar... / Es el alma que presiente tu retorno”– o en “Tu pálida voz” –“Te oí decir... adiós... adiós”–). Hay otras formas de lo elegíaco, sobre la pérdida de una madre, un hijo o un amigo; “el ser humano va perdiendo cosas y las va añorando, y el tango se cruza maravillosamente con eso. Fijate que la primera letra famosa de tango, ‘Mi noche triste’, establece una referencia urbana, con la pieza y la ciudad como elemento poético, algo que antes no estaba dentro de la canción popular: era el canto criollo, con el campo y las guerras civiles, o con los federales y los unitarios; el tango ingresa a la ciudad por medio de ese cotorro que abandonó la mina.

Revolución, amenidad y rigor

Desde el otro lado del teléfono, Ojeda no puede evitar el recuerdo de los lúcidos ensayos de Idea Vilariño Las letras de tango (1965) y El tango cantado (1981). Opta por evocar una gran anécdota de Jorge Luis Borges recogida por ella: el argentino, con una fea y aguda vocecita, entonaba las letras picarescas. “Es que todos los tangos, en paralelo a las oficiales, tenían letras picarescas previas; había una pública y una privada”.

Además, destaca, “Idea, en la década del 50, dijo que Contursi era un poeta. En aquel tiempo, en Uruguay y con la generación del 45 al costado, fue un acto revolucionario. Para la mayoría de los poetas de esa época, Contursi era un terraja, y hoy muchos no saben ni quién era. ‘Y la lámpara del cuarto / también tu ausencia ha sentido’ es un verso precioso y muy bien escrito, que se inscribe dentro de esa gran corriente de elegía erótica y de elegía por la pérdida, que tiene una explicación muy obvia: se trataba de gente desclasada de Europa. El que vino hablando sólo italiano sin entender nada, el gallego o el andaluz eran gente pobre, campesinos sin un peso, pero que sabían labrar la tierra o tenían algún oficio”. Su necesidad de integración y de pertenencia, afirma Ojeda, se acercó a la necesidad de integración y de pertenencia del paisano: “Todo esto genera un aluvión en tres ciudades: Rosario, Buenos Aires y Montevideo, en las que, a su vez, se fomenta una gran expresión con mucha fuerza poética. Después vendrán Homero Manzi, Cátulo Castillo, Homero Expósito, Horacio Ferrer y otros. El tango tiene esa tradición consecutiva que sería bueno aplicar al resto de las artes, porque acá en Uruguay parece que se avanza destruyendo avances anteriores, cuando la literatura es integración. En 1917 Contursi escribió ‘Mi noche triste’, y en 1937 Manzi escribió ‘Abandono’: es la misma idea, pero con otra situación demográfica y social. La mujer ya no es la percanta que se toma el olivo [se reconoce que tuvo razones: “ya no sueño que retornarás / al fracaso de mi vida”]. El tipo se da cuenta, lo escribe, y la gente lo adopta: es notable. Los intelectuales uruguayos, y sobre todo la academia, están bastante lejos del resto del mundo; no le aportan a la gente las herramientas básicas que nosotros manejamos ahora, como explicar qué es una comparación y qué es una metáfora. Se han alejado de la gente, sin darse cuenta de que hay una posibilidad revolucionaria de que conviva con el gran arte. Es brutal eso. Y en Uruguay hay que referirse a Enrique Estrázulas, al Cristo [Miguel Ángel] Olivera o al propio Onetti, que tiene un ambiente absolutamente tanguero y nocturno. El arte literario produce cambios en las situaciones de la gente. Después de un buen poema ya no sos el mismo. Después de que leíste el ‘Llanto por Ignacio Sánchez Mejía’ no sos el mismo. Y ahí está lo andaluz, que aporta al tango la hipérbole permanente: voy a arrancarme los ojos, voy a arrancarme las venas, ‘por ti contaría la arena del mar’, ‘por ti sería capaz de matar’. Lo que cantan en Las cosas del querer Manuel Bandera y Ángela Molina. Ahí se ve que la hipérbole tanguera viene de los andaluces: ‘Quisiera abrir lentamente mis venas / Mi sangre toda vertirla a tus pies... / para poderte demostrar / que más no puedo amar’, dice un tango [“Sombras... nada más”]. La hipérbole es una figura literaria muy importante: ‘hasta el cielo’, le dice la madre al hijo. A ese tipo de cosas el tango las internaliza con una calidad, una gracilidad y una naturalidad, y en ese sentido no hay ningún otro arte que lo siga. O juegos de palabras, como los de Enrique Cadícamo en ‘Nieblas del riachuelo’, ‘Nunca más su voz nombró mi nombre junto a mí’. A esos tipos hay que prestarles más atención”, exhorta Ojeda, mientras resuena el lamento del poeta en ese tango: “Sueña, marinero, con tu viejo bergantín, / bebe tus nostalgias en el sordo cafetín... / Llueve sobre el puerto, mientras tanto mi canción; / llueve lentamente sobre tu desolación”.