Si bien atraviesan distintas realidades, los agricultores familiares de América del Sur encontraron varios puntos de coincidencia: la falta de tierras, de políticas públicas diferenciadas, de mejoras en las técnicas de producción; el advenimiento del cambio climático; la desigualdad de género; la “corrida” de los jóvenes del campo y la necesidad de tener espacios de diálogo más fortalecidos a nivel local y regional.
Impulsada por el gobierno de Lula da Silva en Brasil, la región tuvo, a partir de 2002, una mayor inclinación a la activación de políticas de desarrollo rural para la pequeña agricultura, que el contexto político regional permitió continuar durante más de una década. Sin embargo, en los últimos tiempos muchos de los avances se pusieron en riesgo.
Para Alberto Brosch, representante de la Confederação Nacional dos Trabalhadores Rurais Agricultores e Agricultoras Familiares de Brasil, el “gran desafío” va a ser “resistir” a estas “olas de desregulación”; aunque el secretario general de la Comisión Nacional de Fomento Rural (CNFR) de Uruguay, Fernando López, sostiene que “además hay que seguir avanzando: proyectarnos a futuro con temas de tierra, comercio, género y juventud”.
Según los propios productores, entre agricultores familiares, campesinos e indígenas se produce entre 70% y 80% de la canasta básica de alimentos de la región. La Coprofam reúne a 4,3 millones de ellos –casi la mitad de los 8,8 millones que son en total– por medio de nueve organizaciones nacionales afiliadas en siete países.
La alianza es con los estados más que con los gobiernos, pero en este nuevo escenario regional surge la necesidad de juntarse con otros grupos, y los consumidores aparecen con un gran rol a desempeñar en esta nueva reubicación. Para Brosch, hay una necesidad de “hacer consciente a la población” de que “las razones por las que estamos luchando no sólo son importantes para nosotros, sino para toda la sociedad”.
Y más allá de ese consenso, los productores insisten en la necesidad de encontrar un punto de acuerdo a nivel estatal. En Chile, por ejemplo, el Movimiento Unitario Campesino y Etnias ha logrado en los últimos años que el Ministerio de Agricultura otorgue 50% de su presupuesto a la pequeña agricultura. “Fue un gran trabajo. Y es que agricultura familiar, campesina e indígena es un componente importante en la construcción de un país. Un Estado que no incentiva con recursos no tiene efecto, en definitiva, en lo que quiere hacer”, sostuvo el representante de la organización en la Coprofam, Orlando Contreras.
En el plano local, López sostuvo: “Si nos comparamos con otros países, estamos con menos incertidumbre, pero es claro que, más allá de los apoyos que hemos tenido, persisten problemas importantes que hoy se visualizan en sectores como la lechería, la ganadería familiar y los jóvenes que se van del campo porque no tienen oportunidad”. El secretario de la CNFR explicó que, si bien “ha habido avances, aún estamos lejos del impacto que queremos tener”.
Los últimos gobiernos uruguayos tuvieron iniciativas que la Comisión de Fomento calificó de “buenas ideas”, pero en la práctica se entiende que el costo del desfasaje entre la aprobación de las leyes y su aplicación práctica a veces cuesta las bonanzas de la propia normativa en cuestión. Por ejemplo: en 2014 se aprobó una ley que crea un régimen de compras estatales que beneficia a la agricultura familiar. Fue promulgada en 2015, pero “nunca entró en vigencia”. “También pasa que, una vez que se toman las decisiones, las zonas afectadas ya se vieron transgredidas y el impacto es irreversible”, agregó López, por lo que “muchas veces llegar tarde es como no tener [esa] política”.
Argentina está viviendo uno de los procesos de desregulación más críticos de la zona y, por esto, el representante de la Federación Agraria Argentina en la Coprofam, Omar Príncipe, dijo a la diaria que hay una propuesta de realizar una movilización a nivel nacional. “Se está corriendo el rol del Estado, que pasa a ser observador de lo que el mercado equilibra, siempre para el lado en el que se concentra el poder. Esto está provocando un proceso de desaparición de la agricultura familiar en nuestro país, una sangría permanente, mientras que el gobierno sólo aduce que hay que ser competitivo. Por eso nos tenemos que movilizar”, afirmó.
Espacios en el exterior
Una de las aristas del nuevo escenario es la de la búsqueda de una mayor apertura al exterior. Los pequeños agricultores no reniegan de esto, sino que, por el contrario, creen que puede favorecerlos, pero siempre con la condición de participar en los ámbitos de negociación y de que el Estado pueda actuar como regulador.
Para Calixto Zárate, de la Unión Agrícola Nacional del Paraguay, es necesario “buscar una alianza con los sectores más fuertes” a nivel internacional, algo que Contreras apoya, ya que dice que ha sido ese el camino de desarrollo en su país para llegar al lugar donde se encuentran hoy. Sin embargo, el chileno también advierte que el camino fue “traumático”: “Nos obligó a ser más proactivos, y eso se fue valorizando. Se construyeron políticas diferenciadas y programas que apuntan a sostener a la agricultura desde el punto de vista económico. Hoy nos interesa que a los medianos y grandes les vaya bien, porque nos dejan el mercado interno”.
López, por su parte, dijo que una de las preocupaciones es “saber sobre los contenidos” de los tratados. “Los gobiernos tienen que dar información y también escuchar”, reclamó.
El costado relegado
El contexto político y económico a veces demanda la mayor atención, pero también hay necesidades a nivel social. Uno de los aspectos más polémicos y debatidos por la organización es el de volver cada vez más intensiva la producción y prestar atención al papel de los transgénicos, los agrotóxicos y los desafíos del cambio climático.
Para Brosch, la visión, sin embargo, es clara: “Necesitamos hacer una transición a una agricultura más ecológica”. En el caso de los pequeños productores, sin embargo, sostiene que esto no puede hacerse sin una investigación previa. Y también en este sentido anotó el papel relevante de los consumidores, que calificaron de “fundamental”, porque quienes ayudan, al tratar de consumir productos más sanos, a la regularización.
Zárate, de Paraguay, observó que, si bien, como en todo, hay excepciones, la agricultura familiar es la que, generalmente, tiene más conciencia de lo limitado de los recursos y de lo importante de la salud de quienes consumen sus productos. “Somos amigables para el medioambiente y la vida misma. Hoy vivimos en un mundo muy materialista y tenemos que tener en cuenta que la composición del hombre es dual: es espíritu, y es dogma y práctica. En ese sentido, solamente se ve lo económico, cuando el desafío, en realidad, va por el lado de construir un medioambiente sano, cuidando la Tierra”, afirmó.
En esto también coincidió Contreras, quien agregó que “la persona más consciente de los efectos del clima es el agricultor” y que la manera de despertar al consumidor es “por medio del Estado”. Para el chileno, “no hay otra fórmula: los niveles de conciencia pasan por la información, por ende, por las campañas informativas, y ahí se necesita de mucha inversión. En una agenda que hoy está llena de otras cosas, hay que hacerle lugar”.
Sobre el caso de Uruguay, López dijo que el modelo agrícola que se venía expandiendo en el corto plazo “tenía buen rédito, pero en el largo aliento no era redituable”, y que la discusión pasa por “la prioridad de los sistemas de producción”. “Si hay una zona predominante de producción familiar –por ejemplo, Canelones–, y eso es un ecosistema predominante, entonces no puede haber otro tipo de explotación que compita con ese modelo de manera de ponerla en peligro de extinción”, aseguró. “Acá no es agrotóxico sí o agrotóxico no: es su uso de manera responsable”, sostuvo. Agregó que programas como el manejo regional de plagas por medio del control biológico “es la línea en la que hay que ir”, aunque advirtió que para esto no puede faltar un “estímulo por parte del Estado, que permita la transición”.
El rostro del futuro
Los cinco entrevistados coinciden en que el presente es de unión; para Zárate, con características “patrióticas”, porque “la agricultura es parte de la sociedad y de la producción, de los alimentos que consumimos”, y, sin embargo, “no hay valorización ni una visualización del trabajo del agricultor familiar”. “La agricultura familiar es un estilo de vida, un modo de vivir, y justamente esto es lo que queremos que se visualice”, sostuvo el paraguayo.
“Siempre fuimos los marginados de las políticas, considerados los más atrasados, aquellos que no tienen importancia política, económica y social. Y es al revés: somos muy importantes; para producir alimentos, pero no sólo eso: también cultura”, dijo Brosch. Perder este tipo de agricultura implicaría perder “los rostros humanos y las comunidades, el futuro de la humanidad”.
“Tenemos que incluirnos en la agenda”, dijo, por su parte, Príncipe. En año de elecciones legislativas en su país, la agricultura familiar ha quedado por fuera de las preocupaciones de quienes se postulan.
Contreras, en tanto, dijo que el “gran error” que pueden cometer es levantarse de la mesa. “Enojarnos con las autoridades e irnos es lo peor. Hay que estar constantemente, porque si algo tenemos claro es que los cambios son constantes y, por ende, la conversación también lo es”, afirmó.