Más de un centenar de personas –en su amplia mayoría, mujeres– asistieron ayer a una mesa de discusión sobre igualdad de género en el mercado de trabajo. La convocatoria fue lanzada por la Casa de la Mujer de la Unión –que está cumpliendo 30 años– y reunió en el Centro de la Cooperación Española a actores del ámbito académico, del sector empresarial y del gobierno.
Si bien es claro que hay más mujeres trabajando que hace algunas décadas, los factores de discriminación en el mercado de trabajo, propios del sistema capitalista, no cambiaron, lo que se perfila hoy como el principal obstáculo.
Durante la discusión, la gerenta general de la Unión de Exportadores del Uruguay (UEU), Teresa Aishemberg, consideró “imprescindible” la instalación de guarderías “en cada una de las empresas”, pero advirtió que una que quiso implementarlo se topó con trabas burocráticas para la habilitación del espacio. El secretario nacional de Cuidados, Julio Bango, respondió que no había tenido noticias de esa propuesta y advirtió que está “a punto de suprimirse” la línea presupuestal que habilita recursos para generar políticas de este tipo en el ámbito empresarial y sindical, porque “no hemos tenido ni proyectos ni planteos”.
También la economista del Centro Interdisciplinario de Estudios sobre el Desarrollo (Ciedur) Soledad Salvador consideró necesario generar este tipo de “corresponsabilidad” en materia de cuidados, pero dijo que no todo debe quedar en manos de las negociaciones colectivas en los Consejos de Salarios. Si bien 30% de los convenios firmados incluyen alguna “cláusula de género” (así se llama a las que habilitan, entre otros, licencias o reducciones horarias para resolver las necesidades de cuidados), opinó que hay que ir a más: “Las soluciones no pueden quedar libradas a la regulación del mercado”, sino que se debe “incidir” en el tema.
Aunque hubo consenso en que en los últimos 30 años se avanzó más que en toda la historia en materia de igualdad de oportunidades en el mercado de trabajo, también se concluyó que las conquistas fueron parciales. Hay factores que siguen reforzando los estereotipos de género en todos los ámbitos productivos de la sociedad.
Salvador sostuvo que el aumento en la participación laboral de las mujeres no ha sido constante: después del boom de la década de 1990, a partir de 2006, se produjo un enlentecimiento de la tendencia al crecimiento de la actividad laboral femenina. Este fenómeno da cuenta de que “aquellas que se insertaron en el mercado de trabajo en los 90 eran mujeres con nivel educativo medio-alto, lo que les permitía enfrentar la discriminación funcional del sistema capitalista”. Las mujeres con nivel educativo bajo, por el contrario, tienden a entrar y salir del mercado. La investigadora explicó que las desigualdades de género se alimentan de las sociales. “Los mercados laborales están segmentados por efectos heterogéneos productivos; la segregación ocupacional se superpone a la segmentación, y eso dificulta aun más la reducción de las desigualdades”, dijo, en referencia al embarazo adolescente y la transición dual a la adultez y la segmentación educativa.
El sistema capitalista profundiza la segmentación, al exigir a las mujeres comportamientos masculinos en términos de disposición del tiempo. Así, el aumento del empleo significa una carga mayor de trabajo para las mujeres, que se acompaña de ingresos menores que los de los hombres.
Aishemberg sostuvo que vivió en carne propia estas dificultades durante su ascenso en la UEU: “Trabajaba muchas más horas para, de alguna manera, equilibrar algo que no sé qué era”, afirmó, y agregó que la brecha salarial por género, según un estudio de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, es de entre 10% y 20%, “lo que equivale a decir que una mujer tiene que trabajar 15 meses para ganar lo que un hombre percibe en un año”. La gerenta de la UEU trabaja para incorporar mujeres al campo laboral del sector exportador y considera que el agrícola se posiciona como un terreno fértil para esta irrupción: “Debería reflejar el aumento de la masa laboral femenina, pero lo que pasa es que por normas tradicionales y estereotipos de las zonas rurales, las mujeres terminan volcadas a trabajos domésticos y actividades agrícolas no remuneradas”.
El trabajo no remunerado es otra arista del problema sobre la que hay consenso: ha quedado “invisibilizado, privatizado y naturalizado”, porque ha recaído en las mujeres y, en particular, en las jóvenes con menor nivel de ingresos, afirmó Bango. Por eso, considera “clave” la instalación del Sistema Nacional de Cuidados, que apunta a revertir esta tendencia.