He leído atentamente las columnas “Es la política, estúpido”, de Fernando Isabella, y “¿Seguro es sólo la política?”, de Hugo Dufrechou, publicadas recientemente en la diaria. Ambos dialogan sobre las luces y sombras de procesos económicos y políticos vinculados al campo de la educación: asignaciones presupuestales, relación entre el gobierno y los sindicatos, reflexiones sobre el futuro del país y posibles senderos de desarrollo, etcétera. Y cada uno hace loables esfuerzos por fundamentar adecuadamente sus dichos, aun reconociendo que algunos de sus planteos puedan ser discutibles.

Sería ingenuo desconocer que la economía y la política constituyen áreas fundamentales de la vida social y que ejercen fuerte influencia en otros campos de esta. Junto a sus aportes, estimo conveniente considerar algunas claves pedagógicas, que permitan visualizar la retroalimentación y, simultáneamente, la autonomía de las distintas esferas de la vida en común. Pues, si se habla de educación, resulta central que también hable la pedagogía, aun cuando distintos actores vinculados con esta disciplina hayamos otorgado con nuestros silencios. De hecho, podría eventualmente haber cambios en las prácticas pedagógicas –tal vez con cierto “techo”–, aun con fuertes restricciones económicas y adversidades en el contexto político; y, simultáneamente, podría haber importantes giros en aspectos económicos y políticos vinculados a lo educativo, sin que necesariamente se traduzcan en cambios educacionales.

Esta cuestión, relacionada con una teoría del cambio educativo, es la que problematizan, entre otros, Guillermo Pérez Gomar en su texto Cambiar la educación. Entre deseos y realidades (2013) y Stephen Ball en su libro Micropolítica de la escuela (1991). En ellos se plantean las distancias, las tensiones y las articulaciones entre políticas educativas y culturas organizacionales, entre los distintos niveles de acción y los alcances en la toma de decisiones, entre proyectos trazados y prácticas a impulsar. Esto es particularmente relevante cuando los debates sobre lo educativo se sitúan en torno a indicadores directamente vinculados con lo económico, como el gasto por estudiante, el gasto en infraestructura, el gasto en salarios docentes, etcétera, como aproximación a una prioridad (o no) otorgada a la educación; y estos indicadores son retomados por distintos actores políticos que asignan distintas lecturas según sus diversos posicionamientos.

Es cierto, parece ser bastante más difícil situar indicadores “pedagógicos” por su carácter “subjetivo”, y escasos actores corren el riesgo de considerarlos referencia, ya que pueden caer en frágiles argumentaciones, fácilmente refutables. Y también, por qué no, la reflexión pedagógica conduce a terrenos áridos y densos, ya que guarda relación con concepciones de los sujetos de la educación, de las relaciones educativas, de los fines en la educación, de su relación con un desarrollo nacional, etcétera. Pero si postergamos las aristas pedagógicas de las cuestiones educativas, podemos perder de vista la razón de ser de esta práctica humana que llamamos educación (y no sólo escolarización).

Veamos, por hoy, un ejemplo, a cuenta de otros posibles que se puedan compartir en futuras columnas. Algunos antecedentes del conocido Programa Maestros Comunitarios (PMC) pueden hallarse en los programas de alfabetización de la también reconocida organización El Abrojo; es decir, durante un tiempo se recorrieron iniciativas educativas en diferentes hogares, principalmente en la cuenca Casavalle (Montevideo), implementadas por dicho espacio de la sociedad civil organizada. Estas prácticas no requirieron definiciones políticas y económicas, al menos a nivel gubernamental, ni de otros actores de la educación, especialmente de la formal. A la vez que hay quienes podrían señalar que algunas de estas acciones se realizaban en el marco de convenios suscritos con distintos organismos y, en este sentido, todo es económico, también toda organización decide cómo priorizar los recursos de los que dispone. Ello guarda relación con convicciones éticas y pedagógicas, por las que vale la pena, en esa iniciativa, establecer determinadas relaciones educativas con el niño y un referente adulto, en su propio hogar, apostando a fortalecer un vínculo que coadyuva al aprendizaje, etcétera. Aunque, visto desde este lugar, todo es político, ya que evidencia un modo de comprender la ciudadanía, la participación, la promoción humana y la transformación social.

Si bien es cierto que a partir de 2005 hubo una preocupación que se instaló en distintos actores políticos acerca de las dificultades en los procesos de aprendizaje de algunos niños en su recorrido por la educación primaria y, con ello, se asignó una prioridad presupuestal para lanzar el PMC, tampoco se partió de cero. Y he aquí la pedagogía y su valor. En un proceso que no fue lineal, El Abrojo transitó una asesoría técnica junto al recientemente creado Ministerio de Desarrollo Social de aquel entonces, en la que fundamentalmente se compartió la experiencia de la práctica educativa: sus logros, sus avatares, sus dificultades, una reflexión acumulada en torno a ella, materiales de sistematización. El premio que El Abrojo obtuvo de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), por intermedio de UNESCO, por su Programa de Alfabetización en 1998 no fue, en principio, por sus aristas económicas y políticas. Se les reconoció, entre otras cosas, como dice su página web, porque algunos adultos daban, junto a los niños, sus primeros pasos en la lectoescritura; y, digo yo, algunos escribieron su nombre por primera vez y ello, estimo, fortalecía su propia identidad. Esto es pedagogía, y no una idealización mal entendida.

Y aclaro, por las dudas, que nunca tuve relación directa con El Abrojo. Sólo tuve la oportunidad de acceder a lecturas de documentos y materiales, de valiosas y diversas fuentes, que me permiten hacerme esta composición de lugar, y a personas más o menos cercanas a dichas experiencias con las que intercambiar pareceres sobre estos desafíos. Sólo un ejemplo para intentar afirmar que en educación, aunque no lo parezca, no todo es economía y política, en los sentidos restrictivos en que en ocasiones se plantean. Pero hay varios otros casos posibles para evidenciar cómo la pedagogía se pone en juego.