Los poemas que se recogen en este volumen (“Pleamargen”, “Fata Morgana”, “Oda a Charles Fourier”, “Los estados generales”, “Por la senda de San Romano”, “Arcano 17” y “Calados”) quizá no sean nuevos para el lector. De hecho, hace unos años la editorial Visor había recopilado la obra poética del autor en otra edición bilingüe, de dos tomos. Sin embargo, esta es especial, y necesaria sobre todo, aun para aquellos que ya tienen la anterior. En primer lugar, porque se incluyen dos obras en prosa (sólo en español) que no figuraban en la de Visor: “Arcano 17” y “Calados”, y en segundo lugar por el prólogo-estudio del traductor Xoán Abeleira. Es muy útil para darnos su tono la cita de Octavio Paz colocada al inicio de libro: “Escribir sobre André Breton con un lenguaje que no sea el de la pasión es imposible y, además, sería indigno”.

Abeleira es poeta, narrador, traductor, músico, periodista, crítico literario y miembro del Grupo Surrealista Galego. Es un admirador de Breton, y el entusiasmo le juega a favor porque lo lleva a investigar seriamente los temas y logra transmitir el fervor que el surrealismo despierta en él. Se trata de un libro hecho por un verdadero erudito provisto de gran sensibilidad, que se despacha nada menos que con 122 páginas de introducción y 90 de comentarios y notas; apuntes siempre atinados y relevantes. Gracias a su trabajo, es posible acercarse mejor a la obra del creador francés y disfrutar de una bella traducción.

El amor, la libertad, la poesía

Se ha dicho muchas veces que Breton es más conocido como teórico y figura rectora del surrealismo, pero para el lector de poesía está claro que es una figura insoslayable en la lírica del siglo XX. Aunque es un lugar común, no está de más recordar que es el autor de “Unión libre”, uno de los poemas más bellos jamás escritos, y de varias exquisiteces, como “Los escritos vuelan” o “Primero la vida”, difundidos hace muchos años por ese otro fervoroso investigador, traductor y poeta que fue Aldo Pellegrini. El libro que hoy nos ocupa tiene trabajos igualmente importantes.

“Pleamargen” (“Pleine marge”), como todas las obras incluidas en este volumen, es un poema “dirigido”, vale decir que el autor no se basó en la escritura automática, sino que se preocupó de la exactitud de cada término. Lo importante en estos casos, como reconocería el propio Breton, no era respetar el método o las “recetas” del surrealismo, sino su espíritu libertario. El título se refiere a poner de relieve lo marginal y darle espacio a lo que está por fuera del orden social establecido, todo aquello que se relaciona con la disconformidad y la rebelión. Así, menciona a herejes, místicos medievales y disidentes de todo tipo como Pelagio, Joaquín de Fiore, el maestro Eckhardt, Jansenio, Novalis y Hegel. Sin embargo, ya desde el primer verso Breton aclara: “Yo no estoy a favor de los adeptos”; lo que le importa es la fuerza subversiva de las ideas, y no la sustitución de un dogma por otro. Esto no significa que piense que todas las teorías son intercambiables, ya que, como sabemos,se trataba de un hombre de principios, y de algún modo nos permite asomarnos a su visión ética y moral cuando escribe más adelante: “Jamás me sentí inclinado a nada salvo a aquello que no se pone a salvo / Un árbol elegido por la tormenta”. Además, halla su bien “incluso con los seres empeñados en una vía que no es la mía”.

“Fata Morgana” (1940) es un poema de amor dedicado a Jacqueline Lamba, con quien estaba casado entonces. La expresión del título se refiere a un efecto óptico que se forma sobre la línea del horizonte y que, según la mitología artúrica, era producido por el hada Morgana. En tiempos bélicos, de incertidumbre, es necesario buscar nuevos colores y ver más allá; el amor aparece así como una esperanza. Según señala en unos versos, “no es imposible que el hombre / deje de devorar al hombre aunque no hayamos avanzado mucho al respecto”. La tríada amor, libertad y poesía alcanza una maravillosa síntesis cuando, ante los obstáculos de la vida, el poeta subraya la necesidad de “emplear palabras-palancas”.

La “Oda a Charles Fourier” (1945) reivindica el espíritu de ese socialista utópico francés. Aunque Breton no esté de acuerdo con todo su ideario, lo invoca como si buscara encender una lámpara en tiempos de oscuridad: “Tú que sólo hablabas de unir / ya ves ahora todo está desunido / Y patas arriba hemos vuelto a caer por la pendiente”. El poeta, que leyó y estudió durante años las obras completas de Fourier, sabe que aunque la guerra finalice, el hombre seguirá muy lejos del destino que merece, precisamente porque la política del momento carece de visionarios como aquel.

“Los estados generales” (escrito en 1943 en Nueva York) es un intento de recomponer un mundo devastado. Aquí se aprecia el ideario del autor, que muchas veces buscaba respuestas en la cultura de pueblos ancestrales. Dice que el secreto del poder del hombre radica en “apelar libremente al genio autóctono de las etnias”. También afirma, vanguardista, que el hombre y la mujer deben mirarse a los ojos para que “ella no acepte el yugo” y “él no lea su pérdida”. En esa reconstrucción de la sociedad, sin duda el poeta tiene mucho que decir y por eso “la poesía debe resurgir de las ruinas de una vez por todas”. Naturalmente, desde la óptica del surrealismo. La obra se divide en varias partes: “una pala”, “al viento”, “en el arenal” y “del sueño”. Según explicó el propio Breton, esta estructura le fue sugerida por una frase que se le reveló en sueños: “Siempre habrá una pala al viento en el arenal del sueño”.

“Por la senda de San Romano” es una celebración del arte, con ese verso célebre: “La poesía se hace en la cama como el amor”. Un bello ejemplo del estilo y del pensamiento de su autor, que se publicara por primera vez bajo la forma de un caligrama en mayo de 1948 en la revista surrealista Neón.

Finalmente, “Arcano 17”, en prosa, hace referencia al tarot de Marsella; en este, el arcano 17 es la estrella que representa la esperanza, la regeneración. Fue escrito en 1944, y su continuación, “Calados”, en 1947. Alude a circunstancias muy importantes en la vida del autor, al celebrar su encuentro en Chile con la pianista Elisa Bindhoff, que sería su tercera esposa. Cuando se conocieron, ambos arrastraban historias muy penosas: él se hallaba lejos de su país y había roto su relación sentimental con Lamba; ella venía de una tragedia mayor, ya que su hija de 17 años se había ahogado durante una excursión en barco por la costa de Massachusetts. “Arcano 17” puede interpretarse entonces como el triunfo del amor, incluso en las circunstancias más adversas.

Breton y Uruguay

Voy a aprovechar la oportunidad para recomendarles calurosamente el sitio www.andrebreton.fr, verdadera mina de oro para todos los estudiosos de la obra del autor, algo así como el “archivo Breton”, donde se pueden apreciar los documentos y objetos más importantes que se hallaban en la casa del poeta. Allí encontramos, catalogadas y fotografiadas a página completa, 6.836 obras que se dividen en categorías como artes populares, objetos naturales y hallazgos, artes primitivas, correspondencia, libros, catálogos, revistas y manuscritos, entre otras.

Recorrer ese sitio equivale a realizar un viaje maravilloso por el corazón del artista, repasando mucho de lo material que tuvo un significado especial en su vida. Hay de todo, desde piezas de arqueología hasta escritos muy poco conocidos, pasando por fotografías históricas y máscaras africanas.

En lo que respecta a Uruguay, este catálogo muestra vínculos acaso predecibles, pero también alguna sorpresa. Hay abundantes fotografías de libros y manuscritos que mencionan al conde de Lautréamont como una de las fuentes de inspiración del surrealismo, pero también materiales de Jules Laforgue y Jules Supervielle. Como curiosidad, uno puede encontrarse con “Médiocrité”, un dibujo a lápiz de Marcel Duchamp inspirado en el poema homónimo de Laforgue. También figuran los tres autores francouruguayos en listas de preferencias, en las que las principales figuras del surrealismo les otorgaban puntajes a poetas y escritores. Sin embargo, para mi gusto lo más llamativo en ese “viaje” fue hallar un manuscrito de Breton a propósito de piedras preciosas.

En 1957 el poeta publicó, en el tercer número de la revista Surrealismo, un ensayo titulado “El lenguaje de las piedras”, que después aparecería en la recopilación titulada en español Magia cotidiana. En ese texto, el poeta se refiere al poder simbólico, curativo y místico de las piedras, y luego de un repaso histórico llega a afirmar que, más allá de la insensibilidad del hombre contemporáneo, estas le continúan hablando a quien quiera oírlas. Respecto a las ágatas, afirmaba que sus “cintas internas [...], con sus contracciones seguidas de bruscas desviaciones que sugieren lazos de trecho en trecho, cuando las vemos por primera vez parecen reflejar, en un espacio selectivo, nuestro propio ‘flujo nervioso’. De esto pueden resultar los más perturbadores ‘choques’, y el mejor ejemplo de estos que puedo citar es la existencia de una piedra en la que se abre el sexo de la mujer, supremamente descrito, entre las circunvalaciones del cerebro”.

Pues bien, en el reverso de una invitación de 1956 a la galería Fürstenberg, el poeta escribió unas notas para lo que luego sería “El lenguaje de las piedras”. En ellas, el padre del surrealismo recordaba el retrato imaginario que Salvador Dalí había realizado de Lautréamont utilizando el “método paranoico-crítico” ideado por el propio pintor, y sugería que, para esa faena, más le habría valido recurrir al poder evocador de “las ágatas de Uruguay”.

Pleamargen, poesía 1940-1948

De André Breton, edición bilingüe de Xoán Abeleira. Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2016. 476 páginas.