En el Uruguay de la primera mitad del siglo XX, merced a la modernización del Estado promovida por el Batllismo, a la composición cosmopolita de nuestra sociedad influida fuertemente por la inmigración y a una hegemonía cultural europeizada, se sentaron las bases para hacer de nuestra característica geográfica, penillanura levemente ondulada, una seña de identidad construida desde las clases dominantes, tendiente a invisibilizar las diferencias y asimetrías existentes en la sociedad. La segunda mitad del siglo XX, con sus terribles consecuencias económicas y sociales no pudo echar por tierra esa construcción cultural mesocrática en el país, ni la ilusión de la posibilidad universal de ascenso y movilidad social de sus habitantes.

Este artículo no tiene por objetivo hacer gala de una suerte de culto a la diferencia per se sino, por el contrario, reivindicar la honestidad a la hora de hacer política, quitando los velos y reconociendo los distintos modos de ser, pensar, sentir y vivir en este mundo. El conflicto está indisolublemente ligado a la política en tanto espacio privilegiado de construcción de lo público, y no hay que temerle ni rehuirle, sino administrarlo y sintetizarlo.

El entrañable compañero Reinaldo Gargano, meses antes de su desaparición física, nos dejó un artículo en cuyo título resumió este ejercicio de visibilización de las diferencias e intereses que circulan en nuestra sociedad: “No existe un Uruguay, hay por lo menos dos” lo denominó.

En tiempos en los que la indiferenciación parece ser la norma, urge volver a las ideas y a la explicitación de los intereses en pugna en cada debate. Radicalizar el proyecto es ir a la raíz de los problemas y evitar discutir en la frondosidad de las hojas, que más tarde o más temprano caerán. Flaco favor le hacemos a la política si ingresamos en riñas mediáticas que no hacen otra cosa que desplazar el debate hacia cuestiones menores. No hemos venido a la militancia a constituirnos en comentaristas de dichos de otros, ni a agraviar, ni a reducir confrontaciones profundas a reyertas con tal o cual dirigente.

Interpretando a “Polo”, la única forma de construir una sociedad con todos y todas es trabajando para erradicar cualquier forma de dominación y asumiendo la defensa de las mayorías. Existen quienes discursivamente se postulan como defensores de los intereses de un “todos” abstracto al tiempo que en términos concretos defienden intereses minoritarios. Posicionarse en portavoces de supuestos intereses generales desencarnados de un sujeto social concreto es, en cierta forma, negar la política y su potencialidad transformadora. Ese es el ejercicio de quienes al tiempo que reifican la gestión le han sustraído toda lógica de representación política. Para nosotros, las gestiones son buenas o malas en función de su contribución al avance de proyectos políticos y a la emancipación de determinados sujetos sociales.

Defender estos intereses está indisolublemente ligado a una ética de la responsabilidad, y desde los espacios en los que estemos debemos poner un freno a esta deriva suicida de la humanidad que nos propone cotidianamente el mercado totalizante. La lucha no es sencilla y en momentos de restricciones económicas, en dónde la puja redistributiva se agudiza, las presiones son mayores. Aparecen quienes en nombre de una supuesta responsabilidad, vaya a saber con qué, nos advierten de los riesgos de modificar la realidad y alterar determinadas relaciones de poder en favor de los más, los oprimidos y las minorías discriminadas. Es que el poder real, ese que no se somete a elecciones e instrumentaliza la democracia, ha hecho del pragmatismo y el posibilismo su leitmotiv a efectos de congelar un estado de situación absolutamente injusto.

Hoy en día, desde los medios de comunicación que son parte constitutiva de su poder, han instalado un debate valorativo de forma superficial y ayuna de sustancia. Debemos denunciar con firmeza, con propios y extraños, las prácticas reñidas con la ética, y evidenciar que hay proyectos políticos prescindentes de vastos sectores de la sociedad reñidos con la ética de manera estructural por no garantizar el sostenimiento de la vida. La naturalización de estos aspectos es el mejor de los terrenos para que el discurso conservador siga avanzando sobre la conciencia de nuestro pueblo. Nuestro deber histórico es exponer, mediante movilización y política pública, a aquellos actores que se manejan en las penumbras de la política al tiempo que mueven sus hilos a través de los “partidos postales” encargados de su servicio de cadetería.

En los últimos años en la región, desconformes con sus servidores, han ingresado a la arena política diversos empresarios que, postulándose como modelo de vida, vienen operando para conservar sus privilegios pero con una ofensiva más cultural que basada en la explicitación de un programa económico. Una ofensiva inspirada en los libros de autoayuda en la que “querer es poder”, enraizada en el individualismo imperante con una narrativa de la autorrealización que sólo ofrece claves individuales para ser “exitoso” y desarrollarse. Su ética de la eficiencia asume la inevitabilidad de que muchos queden al margen de la sociedad, justificando esta aberración en la falta de méritos personales de los sujetos.

En el caso de un país como el nuestro, con la tradición mesocrática que relatamos más arriba, este discurso puede calar muy hondo por lo que hay que estar especialmente alerta de no abonarlo. La política no es aséptica y las decisiones de gobierno, que inciden sobre la vida cotidiana de las personas, tampoco lo son. No podemos ceder a la idea de una “ideología del gobierno” o a la teoría de los dos lados del mostrador; la izquierda para honrarse a sí misma debe defender los intereses de las grandes mayorías desde donde le toque.

Es tiempo de relanzar el proyecto frenteamplista volviendo al núcleo de intereses a representar y organizando el sujeto social de esa lucha. Autoafirmarnos en nuestra historia, reconocernos a nosotros mismos en el pasado y el presente, y ofrecer un proyecto de futuro, es el primer paso para poder presentarnos de forma convocante ante la sociedad. Sigamos apostando, aquí y ahora, a la construcción esperanzadora del reino del todavía no. No renunciemos a ello ya que la experiencia en el mundo nos enseña que a la pérdida de identidad le siguen derrotas políticas.

Nicolás Lasa Secretario de Interior del Partido Socialista