El Frente Nacional Británico ha destacado y criticado la “mano blanda” de Inglaterra que habría hecho posible el ingreso de “hordas de inmigrantes” –ajenos, extranjeros, distintos– que terminaron amenazando la nación. Este discurso invocaba a un “nosotros” homogéneo, auténticamente británico, y trazaba una frontera de exclusión con aquellos que no habían hecho otra cosa que poner en riesgo la unidad nacional. Esta es una de las tantas invocaciones emocionales analizadas por Sara Ahmed (2010) para comprender los mecanismos de exclusión-inclusión que se despliegan por medio de un discurso que construye un nosotros excluyente. Esta idea de la “mano blanda”, es decir, de la flexibilidad o la “apertura” relativa, es también la invocada en Uruguay por varios integrantes de la elite política-intelectual para hacer referencia, no a la política migratoria (aunque estamos cada vez más cerca de ese discurso, también), sino a la llamada “nueva agenda de derechos”. Ese discurso dice algo más o menos así:
Uruguay es un país distinto de los del resto de la región. Su espíritu progresista, moderno y de avanzada lo diferencia desde “siempre” de la región latinoamericana, en la que el machismo, enfermedad “endémica” de América Latina, es mucho más pronunciado. Por este motivo ha sido posible impulsar un conjunto de leyes para personas pertenecientes a las minorías sexuales y así la democracia, también la más consolidada de la región, ha demostrado ser plural y hacer lugar a aquellos que reclamaban también por “sus” derechos.
Consagrado este paquete de derechos, ha emergido un riesgo: que las minorías, aquellos distintos, dejen de ser distintos y quieran ser uno más, no ocupándose sólo de “su situación”, sino de la general del país, buscando intervenir en la vida y los valores de la sociedad, es decir, en la vida y los valores de “nosotros”. El riesgo mayor es el de la expansión de una nueva “ideología” (con este nombre ya sabemos que se trata de algo muy malo): la ideología de género.
Uruguay se ha transformado en una República Trola en la que ahora aquellos pueden casarse y tener su propia boda, adoptar hijos y hasta cambiar su identidad, pero deberíamos encontrar un límite, ya que se nos fue la mano; es momento de frenar la “mano blanda”. Los riesgos de la República Trola en la que hoy vivimos son importantes: “¿Hasta dónde seguimos?; ¿Dónde vamos a ir a parar?”; “¿Seguiremos hasta que se borren las diferencias entre el hombre y la mujer?”; “¿Hasta que dejemos de reconocer a ‘la naturaleza’?”; “¿Hasta que consideremos que ‘lo biológico’ no determina la identidad y que todo puede ser variable en un relativismo que nos haga perder pie?”.
La República Trola viene a predicar una ideología que nos impide pensar libremente, nos adoctrina, nos impone un modelo que nosotros no queremos, sobre todo porque antes vivíamos en libertad; éramos libres, y ahora resulta que no. Todo se politiza, no hay resguardo alguno para lo no político. Tenemos que recuperar aquella libertad que hemos perdido a costa de esta nueva ideología de género, autoritaria y esquemática.
Este discurso tiene un solo nombre, y es el de reacción. Sí, reacción a nuevas formas de pensar las identidades de una forma mucho menos fija, porque pone en cuestión la tradicional asociación entre factores biológicos (genitales y cromosomas), la identidad de género (feminidad/masculinidad, por tanto, como algo natural) y el deseo sexual. Antes, nacer con genitales masculinos implicaba ser nominado como varón, implicaba desarrollar cierta masculinidad y, por tanto, una atracción hacia el “sexo opuesto”. Hoy en día, tanto desde la teoría como desde la práctica, esto puede ser contestado. La sigla cada vez más compleja LGTTBI expresa justamente esto: cómo las identidades han estallado y necesitamos cada vez más opciones para etiquetarnos, porque en el clásico binarismo hombre/mujer queda mucha gente afuera.
Es una reacción a pensar la identidad sin las condicionantes de “lo biológico”, a cuestionar la centralidad que esto adquirió en la conceptualización de las identidades. La genitalidad, es decir, la centralidad que tienen los genitales, es cuestionada. Reitero: la genitalidad, no los genitales en sí mismos, que podrían tener tanta importancia como las orejas o los pies, pero no la tienen, y entonces justamente de eso se trata. Sí, los genitales no son lo mismo que las orejas, porque unos te permiten reproducirte y otros no, pero cuidado: que nos permitan reproducirnos no quiere decir que tengamos que reproducirnos o usarlos sólo para eso; ni siquiera que los tengamos que usar. Y menos entonces que orientemos una estética, comportamiento o deseo sexual en función de la genitalidad o valor cromosómico (algo que, además, es muy variable).
Es una reacción a considerar que uno puede desarrollar una estética femenina, masculina, ambas o una que tenga otro nombre, más allá de los genitales que tenga. Y que incluso se puede intervenir quirúrgicamente para alterar esos genitales, o puede conservarlos, a veces usarlos y otras veces no para su disfrute sexual o para la reproducción de la especie. Es una reacción a una forma de pensar que cuestiona la comprensión de la condición humana centrada en la condición sexuada y que denuncia los mecanismos por los que esta orienta nuestro lugar en el mundo.
Esta nueva forma de pensar dice que no hay nada fijo, que todo es variable, que nada nos determina, ni siquiera aquello llamado “lo biológico”. Que podemos alterarlo todo. Y, por tanto, que todo puede haber sido una construcción social: nuestra feminidad/masculinidad y también nuestro deseo sexual. Quienes se acerquen a esta literatura (sin haberse cuestionado en toda su vida sus prácticas corporales y sexuales), a veces caracterizada como tercera ola del feminismo, podrán sentir que caen en un vacío. Pensarán en toda su socialización, visualizando todos los mensajes recibidos a lo largo de toda una vida, que referían a qué pautas estéticas y de relacionamiento debían seguir –y, por tanto, reproducir– de acuerdo a “su naturaleza”. Si lo que somos es todo una construcción social, si no somos femeninas/masculinos naturalmente ni deseamos al sexo opuesto naturalmente, entonces posiblemente el vacío existencial los invada. Esta nueva forma de pensar desestabiliza lo establecido por siglos; eso es cierto. Pero lejos está de ser una doctrina o una ideología, o, al menos, lejos está de ser la única ideología.
La ideología de género es justamente en la que nos hemos socializado por décadas; aquella que dicta las normas sobre cómo debemos comportarnos en tanto seres sexuados. La que dicta comportamientos cotidianos, habilidades emocionales, destinos laborales, espacios de circulación, formas de representación y roles sexuales, de una forma extremadamente constrictiva. Más segura, sin dudas, pero también más constrictiva y, por tanto, más ortodoxa, más ideológica, si se quiere utilizar el término ideología como un dispositivo negativo, que es como lo están haciendo circular quienes le temen tanto a este nuevo cuco del feminismo y la diversidad sexual, y ven amenazada la identidad heterosexual del Uruguay democrático y la suya propia.