Cuando se envuelven en gomitas elásticas y en vez de contarse se pesan, los billetes mutan su valor simbólico: la abundancia se vuelve grotesca. La plata ya no se deposita en un banco, se almacena y se acumula como un papel con respaldo ilusorio que puede deteriorarse o ser devorado en un storage por la plaga de ocasión. Es imperioso comenzar a lavarla para que ingrese al mercado.
Recientemente Netflix estrenó Ozark, una serie creada por Bill Dubuque y Mark Williams, protagonizada por Jason Bateman –reconocido comediante que transmite el drama con solvencia, y que además es en este caso productor ejecutivo y dirige cuatro episodios– y Laura Linney, mundialmente conocida como la esposa del protagonista en The Truman Show.
Se puede decir que Ozark cuenta la historia de Marty Byrde, un financista de Chicago que lava dinero para el cártel de droga más importante de México y que, al encontrarse en un aprieto, decide mudarse con su familia a Ozark, un pueblo en el estado americano de Missouri. O se puede decir que Ozark aborda las configuraciones del accionar humano, el lugar del dinero en las sociedades contemporáneas, la noción filosófica de la ética en tanto ser y parecer, y el amor como construcción y no como “éxtasis del encuentro”, según postulaba el filósofo Alain Badiou.
Ozark muestra la plata en su estado pornográfico, con un argumento que fácilmente puede emparentarse con otros similares en un rubro cada vez más rentable para las cadenas de series: cárteles, droga, una familia de clase media que se mueve entre dos mundos, asesinatos con revólveres pegados a la frente de sujetos arrodillados y lavado de dinero. Lo que en Breaking Bad –referencia inmediata de esta nueva serie, por su proximidad de tema y personajes– sólo aparecía como consecuencia de un raid delictivo, en Ozark pauta el conflicto inicial: qué hacer con la plata que genera el narcotráfico. Plata que, según proclama uno de los personajes, es la que ayudó a mantener la estabilidad de los ciclos económicos estadounidenses ante crisis financieras como la de las hipotecas en 2008.
La serie comienza en Chicago y rápidamente muda el reparto inicial (la familia Byrde) a Ozark, una geografía inédita en las series que se han esforzado por otorgar a determinado espacio cualidades que repercutan o incidan en las acciones de los protagonistas y, por tanto, en el devenir del argumento. No es arbitraria la elección de estos dos sitios como epicentros de la acción. Tanto Chicago como muchas ciudades del estado de Missouri se han convertido, en los últimos años, en focos del narcotráfico a gran escala, generando impactos sociales como una epidemia de adicción a la heroína.
Ozark reversiona el infierno grande de Twin Peaks, al proponer pocos personajes que consolidan su desangelada endogamia. El lugar, que en el pasado de esta ficción fue inundado a propósito por intereses geopolíticos, obligó al desplazamiento de familias en busca de un nuevo sitio. Una de esas familias es un matrimonio atrincherado en el bosque que produce heroína de forma artesanal y que pronto se convierte en un tercer ángulo del conflicto entre Marty y el cártel mexicano.
Con un guion que contextualiza los espacios, para otorgarles una entidad que supera lo estrictamente escenográfico, hay una intención de dotar al pueblo de algo más que una muestra de aquí y ahora: hay una mitología fundante, como las campanadas de la antigua iglesia sumergida que rezuman en el presente.
Ser y no ser
Uno de los aspectos más llamativos de la serie es cómo plasma las nociones de ética y verdad. Algo se constituye como verdadero cuando puede verificarse –siempre de manera ilusoria, aunque empírica– en lo que entendemos como realidad. ¿Y cuál es la realidad de Marty Byrde? La de un hombre que lava dinero para un cártel mexicano, que no sabe mentir, obligado a padecer la paradoja de una vida aparente en la que le es imperioso decir la verdad. El resultado es la ausencia total de referencias de alguien que persigue la verdad dentro de un simulacro.
En esta lógica, se destaca la subversión de estereotipos que vamos codificando en los primeros minutos. Marty no está solo: tanto sus dos hijos –una adolescente y un niño– como su esposa son cómplices de su accionar delictivo.
En ese juego de ceñir a sus personajes a una táctica ética que no encuentra correlato en el negocio del que forman parte, la serie propone su mayor acierto: el permanente desdoblamiento de acciones y resoluciones que esperamos que sean de una manera, pero son de otra.
En los primeros minutos de la serie, Marty Byrde observa un video casero de su esposa teniendo sexo con otro sujeto. Con elementos similares a los del dispositivo del amor instalado en la pantalla por Frank y Claire Underwood en House of Cards, en Ozark el amor también aparece como un pacto de supervivencia, en el que los gestos de cariño o pasión ceden lugar a un intercambio íntimo desde lo utilitario, que obliga a la pareja a reinventar en el presente los estadios de una época anterior.
La infidelidad de Wendy (la esposa de Marty) no es una isla en la trama, sino que se vuelve funcional a los conflictos éticos que propone la serie: un agente del FBI que seduce a su futuro informante; una adolescente que parece extraída de un cuento de Carson McCullers y que lleva al extremo de la parodia su poderío en una aldea de rednecks; un viejo moribundo con sabiduría impune o un predicador que tendrá que lidiar con el contraste entre su fe y los hechos, y que protagoniza una de las escenas más impactantes de la temporada.
Con algunos aspectos poco efectivos, como el estereotipo sin matices de los personajes mexicanos o algunas situaciones inverosímiles, Ozark es un drama modesto que supera su anécdota primaria para profundizar en aspectos que suelen quedar relegados en las series de su rubro, entre ellos, el conflicto humano entre ser, parecer e intentarlo.