¿Qué reflexión se puede hacer de la Constitución mexicana a un siglo de su aprobación?

–La revolución mexicana estableció, por medio de la norma suprema, lo que era bueno para la sociedad, y después de la Constitución, lo que sucedió es que se institucionalizó. Los gobiernos eran revolucionarios, y en ese tramo hubo regímenes de todas las clases –de los buenos y de los abusivos–, pero todos tenían el cuidado de respetar lo más posible el marco constitucional. Esto fue así hasta 1982, cuando hubo un quiebre sin consenso popular y el gobierno implantó lo que hoy conocemos como neoliberalismo; ahí los trabajadores comenzaron a perder poder. Ellos, que habían sido reconocidos como un factor real de poder en la Constituyente de 1917 con el artículo 123, en 1982 se encuentran con que el presidente les dice: señores, hay que apretarse el cinturón porque, en un régimen de economía libre, los salarios suben por las escaleras y los precios por los elevadores. Así, el presidente [Miguel] de la Madrid estableció que vamos a entrar en el sistema de economía libre, a favorecer a la empresa y a los patrones y a ingresar al Fondo Monetario Internacional y al Banco Mundial. El resultado de esto es que se han incrementado las desigualdades sociales: tenemos una pobreza extrema, que fluctúa por arriba de los 50 millones de personas en una población de 120 millones, y esto lógicamente no es un buen caldo de cultivo para un país, porque genera violencia, asaltos, robos, inseguridad. El panorama no se vislumbra como muy bueno, aunado a que se ha depreciado la calidad de vida de las mayorías, que coexisten con grupos de elite que se han enriquecido –algunos de forma ilícita–. Sus mejores representantes, que son los presidentes del neoliberalismo, todos ellos y sus familias ostentan fortunas que no tenían antes de llegar al poder. Si vamos analizando los actos del gobierno, son en pos de ir privatizando las empresas, y todo eso les ha dado pingües ganancias. La Constitución de 1917 tenía 136 artículos, y el actual presidente [Enrique Peña Nieto] ha hecho 145 modificaciones y su antecesor [Felipe Calderón] hizo 110.

¿Una reforma constitucional implícita?

–Bueno, sí. Ellos justifican las reformas diciendo que solamente las han actualizado, yo creo que se ha organizado un marco constitucional que ha dejado a los trabajadores en una posición muy precaria. Esto se nota en que se pierden los empleos, en que hay contrataciones al margen de la ley, contratados como si fueran prestadores de servicios profesionales y no tienen esa cualidad. Ahí es donde estamos en una grave deuda con los trabajadores, cuya situación, insisto, cada vez se va precarizando más. Uno de los saldos del capitalismo es que reina el narcotráfico, cobrándole derecho de piso a los pequeños y medianos empresarios, no un impuesto formal, sino algo que se paga por tener un poder avalado por los gobiernos neoliberales. Hoy el discurso ya no habla de la alianza con los trabajadores, sino que hay un empoderamiento patronal.

Se perdió la naturaleza del marco original.

–Si bien se mantiene el artículo 123, es como un adorno porque a su ley reglamentaria –la Ley Integral del Trabajo– le acaban de hacer 400 reformas que contradicen al artículo. El Poder Judicial también está elitizado. Los ministros de la Corte son los mejor pagos –ganan más que el presidente de la República–, pero aparte tienen unas jubilaciones excesivas. En los últimos tiempos, hubo presiones por parte de las organizaciones no gubernamentales de la sociedad para impulsar una reforma para que la doctrina de los derechos humanos quedara incluida en la Constitución, y gracias a esta y a organismos internacionales, se pudo modificar el artículo 1º y diez más para que se tenga que tomar en consideración los principios de los derechos humanos. Esta modificación a la Constitución no tuvo la publicidad que se les da a los actos oficiales, porque no era una reforma del presidente, sino una en la que se forzó a los poderes para hacerla, y aceptaron, porque el discurso para los norteamericanos en materia de derechos humanos es muy importante, pero sabiendo que no están de acuerdo con la doctrina.

Y en la práctica, ¿equilibró un poco la balanza?

–Algo. Lo importante de esto es que nos da cabida para poder acudir a la Corte Interamericana de Derechos Humanos. El problema es que si en México la Justicia es lenta, en el ámbito internacional lo es más aun.

¿No hay un amparo en el terreno nacional?

–La norma existe, pero la controla la Suprema Corte, que da respuestas forzadas a favor de los intereses patronales, y se va modificando constantemente la jurisprudencia. Criterios que ya se tenían, a favor de los trabajadores, se están modificando hoy en día sin ton ni son; simplemente [los jueces] fallan a favor de lo más ilógico. Entonces tenemos tres poderes que no están respondiendo a los intereses nacionales: un Poder Ejecutivo que tiene mucha proclividad hacia Estados Unidos, un Poder Judicial que juzga parcialmente, y, por otro lado, el actual gobierno sedujo al partido de la izquierda [se refiere al Partido de la Revolución Democrática] para lograr acuerdos. Así privatizó la energía eléctrica, el petróleo y el gas, y modificó el sistema educativo.

Recientemente se aprobó una reforma laboral, pero previo a esto se hablaba de que las restricciones presupuestales dificultarían su implementación.

–Para la Conferencia 104 de la OIT [Organización Internacional del Trabajo] se citó al gobierno de México por los contratos colectivos de protección patronal, que se vienen implementando a partir de los gobiernos neoliberales, firmados a espaldas de los trabajadores, que consisten en ofrecer a las empresas norteamericanas o extranjeras un portafolio de oportunidades que contiene, entre otros, un sindicato de membrete. En la OIT se llegó a la conclusión de que estos existían y de que por este motivo era necesario modificar la justicia laboral de México. Así, el gobierno se llevó las observaciones y preparó una reforma, que partía de la base de que toda la corrupción en materia laboral la tenía el personal de las Juntas [de Conciliación y Arbitraje], cuando la corrupción venía en realidad desde arriba. Entonces se decidió acabar con el sistema vigente y se sustituyó a las Juntas por tribunales laborales en el Poder Judicial. Para mí esta reforma es dudosa, porque si bien el gobierno la presentó como la solución, en el presupuesto de egresos no hay un solo peso para esta, que además se estableció que debe estar terminada el 24 de febrero próximo. Hay mucho discurso pero pocas instancias, y se podría pensar que se le va a dar presupuesto el año próximo, pero es de elecciones presidenciales, entonces los recursos van a ir para ahí. El presidente va a dar su informe el 1º de setiembre y ahí comenzará su declive y dirá: “Yo hasta aquí llego, y le dejo lo demás a ver qué puede hacer el que viene”.

¿Entonces es probable que finalmente no haya una reforma?

–Yo creo que no es la reforma que se necesitaba en la justicia laboral. A la justicia laboral desde 1982 le han venido reduciendo los presupuestos: si en ese entonces tenía el 10%, para 1994 tenía 8%, para el 2000 tenía 6% y ahora está sobreviviendo con 4%. El sector del trabajo está muy castigado.

¿Cuáles son las consecuencias de la eliminación de las Juntas de Conciliación y Arbitraje para los trabajadores?

–Es un cambio para seguir igual. Ese tema lo van a encapsular en un organismo público descentralizado de carácter federal, y todos los sindicatos que tenían competencia local en cada uno de los estados de la República pasan a ser federales, pero el problema de la libertad sindical –que es el de fondo– y de los contratos colectivos de protección patronal no lo tocan. Se presume mucho de que, debido a la reforma, el órgano público descentralizado va a ser independiente y, por lo tanto, va a poder ser imparcial, pero eso es falso porque, si bien es un órgano público descentralizado, va a quedar encuadrado en la Secretaría del Trabajo y el funcionario que esté en ese órgano tendrá que ir a acordar con el secretario, que tiene un nivel jerárquico por encima del funcionario. El tema que llevó este asunto a la OIT, que es lo que desató la reforma laboral, no se combate, está callado. Los contratos colectivos de protección patronal quedan así; de aquí en adelante no va a haber, pero los que ya hay, los cuidan.

¿Pensás que se está dando una consolidación del derecho privado del trabajo?

–En México somos proclives a copiar los modelos del derecho estadounidense. Los moldes nos los van transfiriendo en cosas muy sencillas: antes llamábamos Ministerio Público al que acusaba, pero Estados Unidos le llaman Fiscal y entonces cambiamos; antes teníamos Agencias del Ministerio Público y ahora son Fiscalías, y así. Hacen lo mismo, pero se va haciendo un trasplante de modelos estadounidenses a la vida mexicana. Lo que pasa es que compartimos 3.000 kilómetros de frontera con ellos, una barbaridad.

A pesar de la frontera, ¿ves algo en común con lo que está pasando más al sur, por ejemplo, con la reforma laboral en Brasil?

–Hay varios ejes de poder en el mundo: Estados Unidos es uno, Rusia es otro. Pero si bien hay varios, hay un solo polo, y esto. Junto con la mundialización, genera esquemas generalizados para los países. Entonces lo que no esté hoy en algún país va a tener que llegar mañana o pasado. Como llega la televisión, igualmente van a llegar este tipo de modelos. Hoy vivimos una situación de desigualdad social bastante fuerte y bastante cruel, y el sistema de la mundialización es enajenante para el individuo. Hay un egoísmo en la sociedad que se presenta: no le importa lo que le esté pasando al prójimo con tal de salvarse uno mismo. En los empleos esto se ve en que cada vez somos menos solidarios entre los trabajadores. En otros tiempos, si los empresarios querían despedir a alguien y este no se lo había ganado, los trabajadores se oponían porque era injusto; hoy eso no lo tenemos. Sí existe, pero se va perdiendo.

Me llama la atención cómo, después de una década o más de avances en derechos de los trabajadores, se corta muy rápidamente con todo.

–Yo no estoy redactando el acta de defunción del colectivismo, sólo hago un diagnóstico de lo que estamos viviendo en este momento. Así como la sociedad está respondiendo hoy al individualismo, es posible que la sociedad encuentre una nueva forma de sociabilizar y vivir el trabajo, pero no es una condición fácil en el contexto de un aumento de la tecnología, que tiene virtudes, pero también grandes defectos. Ese individualismo y falta de empatía es lo están propiciando las propias instituciones. En México, por ejemplo, se cambió el sistema de seguridad social mexicano, que era solidario, por una copia del de [Augusto] Pinochet, de cuentas individuales. Encargan las obras sociales a empresas privadas para que ellas los administren, pero las empresas privadas no administran, lucran; cobran un interés mayor a lo que el trabajador puede obtener en su jubilación. Entonces la consecuencia es que las clases sociales se están polarizando. El industrialismo nos dio tres clases sociales, la alta, la media y la baja: la alta eran los propietarios de los medios de producción y tenían límites para enriquecerse; las medias eran las clases laburantes, pensantes y las que llegaban a tener estudios universitarios; y las bajas eran las de pocos ingresos y situaciones de pobreza, pero no de precariedad. Había una medida entre la riqueza y la pobreza, pero hoy eso está dejando de existir: la clase alta se enriquece sin límites y sin moral, sacando su fortuna de la clase baja, que está en aumento y se va empobreciendo en los circuitos de la informalidad, del narcotráfico y de la prostitución. Esta pobreza de las clases más desvalidas ya alcanzó a Estados Unidos, donde sí se prendió la alarma, porque allí lo que pasó es que bajaron las clases medias –ahora son pobres– y las pobres están en la pobreza extrema. La precariedad es una enfermedad que va contaminando.

Eso ocurre porque se va legitimando...

–Sí, es que la sociedad va legitimando esas posiciones. El sistema capitalista nunca le ha enseñado a la gente que la importancia es acumular capitales, eso solamente lo hacen algunos. Los seres humanos como cualquiera de nosotros no acumulamos capitales. Es vivir en el error capitalista, y a las clases medias les están enseñando que si estás en el error, o subes o bajas, porque las clases medias tienden a desaparecer. Eso es el fenómeno de hoy: tendemos a ser o inmensamente rico o totalmente pobre.

¿Se puede generalizar de esa manera?

–Antes podíamos hablar de lo que sucedió en un estado, pero ahora la globalización nos dice que no debemos hablar solamente de lo que pasó en un estado, sino de lo que pasó en una región, o de lo que pasa en el mundo. Los regímenes que se denominan “de izquierda” deben ser muy cautelosos, porque después son satanizados.

¿Te referís a algún caso en particular?

–Es lo que pasó con Lula [da Silva] en Brasil: se piensa que es lo peor que le ha pasado al país. Hay una pugna entre los factores del poder, y en Brasil la están utilizando para hacer desaparecer los derechos de los trabajadores. Es brutal la reforma laboral que se está haciendo allí, dejan a los trabajadores en una posición de vulnerabilidad. ¿Y qué es lo que va a suceder? Que hay algunos que se van a enriquecer y otros que se van a empobrecer más porque, insisto, al sistema capitalista no le interesa de dónde sacas el dinero, si es legal o no, lo que le interesa es el capital. Entonces el capital fluye para determinadas cosas, pero va con cargo a los trabajadores. En Argentina, el gobierno de [Eduardo] Duhalde [2002-2003] empezó a llevar migraciones de peruanos muy pobres para que trabajaran en la industria de la construcción, para que desplazaran a los argentinos, que eran muy estilizados y finos, lo que permitía hacer obras más baratas. En Estados Unidos ocurre lo mismo: llevan mexicanos a prestar servicios en condiciones verdaderamente paupérrimas para el modelo americano, pero que son ricas para el modelo mexicano. En México, el salario mínimo es el más barato de América –después de Haití–, de 80 pesos mexicanos [menos de cinco dólares] la hora, mientras que en Estados Unidos es de 10. Y los embates de [Donald] Trump contra la migración mexicana se proponen bajarlos todavía más. Hay un economista del siglo XIX, William Petty, que decía que a los trabajadores había que pagarles la cantidad de sal necesaria para que se mantuvieran trabajando. Hoy se está diciendo lo mismo: dale al trabajador exactamente lo que necesita para sobrevivir. Entonces el mundo de trabajo está sufriendo un gran problema, y es que no hay proporción entre la pobreza y la riqueza. Las sociedades permiten que seas el hombre más rico, sin cuestionar el origen de la riqueza. Un ejemplo de esto es el del Chapo Guzmán, el narcotraficante más perseguido, que salía en la revista Forbes por su fortuna; eso comprueba que la riqueza no tiene moral. Y mientras, la pobreza se condena: “¿Por qué está ese indigente ahí?”. Porque no quiere trabajar, no quiere hacer. Creo que al ser humano, sólo por ser miembro de nuestra especie, deberíamos darle un trato mínimo de derechos, porque dormir en la calle y estar en la indigencia no es un trato humano.

¿Una renta básica?

–No. Puede haber otros medios para incorporar estos individuos y que todos realicemos nuestro destino por medio del trabajo. El que no lo hace tampoco beneficia. El hecho de que lleguemos a tener una serie de personas mantenidas sin ningún fin no anda. Creo que el Estado le debe prestar atención a este fenómeno social de indigencia, debe habilitar a las personas a que vuelvan a trabajar. Lo que sucede es que el sistema es tan extremo, que el trabajo te reditúa muchas veces menos que la indigencia. En México hay muchos limpiaparabrisas de los carros, y si les preguntas a ellos, te dicen que en la empresa les pagan 80 pesos la hora, mientras que con lo que hacen ganan 200-300. El sistema del trabajo está dislocado en este momento.

¿Cómo se lo direcciona?

–Mientras el enriquecimiento no tenga límites, el empobrecimiento tampoco lo va a tener. Hay personas que viven al nivel de los animales, o incluso hay animales que viven mejor que las personas.

¿El camino legal puede ser una vía?

–Es un condimento que no puede faltar, pero las normas en este momento no le ponen límite a la pobreza ni a la riqueza.

¿Y el efecto contagio del que hablabas?

–La pobreza es una pandemia. Llegó la precarización a Estados Unidos, por eso tuvo éxito [Donald] Trump, porque comenzó a hablar de darles trabajo a los estadounidenses, pero el problema es que estos quieren trabajo de calidad: cuando les dicen que hagan el trabajo de la limpieza en una empresa, no les va. Esto es porque el fordismo y el posfordismo generaron una clase media muy importante en Estados Unidos, que se acostumbró a vivir en determinada comodidad y no quiere hacer el trabajo “duro”. Hicieron la prueba de llevar 80 presos a los campos para recolectar frutas y verduras y los estadounidenses dijeron que no. Solamente un negro dijo: “Bueno, voy y me dan la libertad antes”; los demás prefirieron la condena completa. Esos son problemas de la sociedad estadounidense, que está bastante marcada en este momento.

No es exclusivo de los estadounidenses.

–No, los ingleses también. Llegan las migraciones a toda Europa y la única salida que tienen es la de ofrecer su trabajo barato. Vas a una empresa y te exigen la máxima productividad, pero al menor precio para la empresa. El neoliberalismo ya tiene los mercados hechos y no le interesa si los trabajadores tienen posibilidad de un empleo, porque saben que los productos se van a vender igual. Es posible que un trabajador tenga dinero para comprarse un automóvil, pero prefieren tener un millonario que se compre uno cada mes. La obsolescencia también hace que si tenés la posibilidad te compres un nuevo modelo, y si no, te endeudas. Eso es lo que nos hace felices e individualizados.

¿No estamos viendo las consecuencias de nuestras acciones?

–Estamos frente a una evolución rapidísima. El mundo que tenemos no va a tener nada que ver con el de 2050. No sé en qué momento los individuos van a tomar razón lógica de lo que sucede, de lo que está pasando, y decidirán cambiar. En estos momentos estamos aletargados. La reforma en Brasil era como para que hubieran linchado a Temer, para que el pueblo hubiera tomado las instituciones, y sin embargo, la gente lo que busca por medio de su trabajo es el día a día. El problema que estamos viviendo es bastante difícil, porque ya no te conformas con ser de la clase media: te vas para arriba, porque si no, te vas para abajo.

¿Argentina está siguiendo el mismo camino?

–Hay un empoderamiento patronal en todo el continente. [Mauricio] Macri es un empresario, y sus empresas son las más fortalecidas en estos momentos. Así lo permite la sociedad. Temer en Brasil, igual: sus empresas son las más cotizadas. En Estados Unidos, Trump es otro. ¿Qué más prueba de que la balanza está inclinada hacia el mundo empresarial? El Poder Ejecutivo está impregnado por los patrones. Si están en el poder, van a sacar todo lo que puedan de ahí.

¿Y cómo ves a Uruguay en este contexto?

–Tuvo una gran fortuna con [José] Mujica. Creo que tuvo un rasgo de dignidad muy importante. A mí me encanta venir acá porque hay menos clasismo, la diferencia de clases es mucho menor. No conozco a un empresario uruguayo que tenga una riqueza tremenda, aunque debe de haberlos. Por lo menos, no están en los espacios de los diarios, compartiendo la exquisitez de los grandes millonarios. En estos momentos, el que está siendo el gran millonario del sur es Macri.