Me niego a matar a la una para salvar a la otra.

¿Soberanía? La desmemoria prima: la “doctrina de la seguridad nacional” y el concepto de las “fronteras ideológicas”, en el marco de la Guerra Fría, fundaron el golpismo en los 60 y 70 en América Latina, crearon el “enemigo interno”, la coordinación represiva (Plan Cóndor) y otros males terribles, y dinamitaron la soberanía y la autodeterminación, es decir, el “escudo de los débiles”, si se me permite transferir la metáfora. Luego la torpeza estratégica en la redacción del Protocolo de Ushuaia (o en su interpretación) condicionó en 1998 el proceso de integración a la pertenencia al territorio democrático, es decir, trazó las fronteras democráticas. ¡Bien dicen que el infierno está empedrado de buenas intenciones!

¿Democracia? Nicolás Maduro es indefendible. Pocos dudan de los desbordes autoritarios del régimen y de otras desgracias. Tampoco deberían dudar del violentismo que practica una parte de la oposición. Pero resolver ese drama es cuestión de los venezolanos. Desde afuera hay que defender la democracia y los derechos humanos en el país, en América Latina (Venezuela) y en el resto del mundo, pero no condicionar los procesos de integración a la equiparación democrática interpretada y realizada por los estados, cuando es tarea de la sociedad civil y de los partidos. Porque ello los convierte en procesos absolutamente frágiles, casi aleatorios, y condena a América Latina a la fragmentación, a la balcanización y a la intervención extranjera –con o sin guerras civiles– en modalidad brutal o en modalidad light. Esa es la historia desgraciada de “las venas abiertas”. La que nos enreda en tener que compartir la mesa con un golpista corrupto como Michel Temer para excluir a un autoritario como Maduro que, por cierto, poco tiene que ver con Hugo Chávez. Porque gobierno y oposición se retroalimentan para mantener a Venezuela dividida por un tajo sangrante.

Hay que repensar todo. No entrar en un corral de ramas. Es triste ser condenados a optar entre valores mayores.

Enrique Rubio