El colectivo nació hace cinco años en la sala docente del liceo 6 Francisco Bauzá, en el Prado montevideano, cuando varias profesoras de distintas asignaturas como literatura, biología, comunicación visual, inglés y economía se dieron cuenta de que trabajaban temas parecidos y lo hacían desde un enfoque similar. De esa forma, Roxana Rügnitz, Sandra Amorena, Carolina Raimondo, Antonella Lira, Elba Hernández, Rossana Molinari y Paola Piacenza formaron el colectivo Diversidad Transversal, pero tiempo después se dieron cuenta de que les quedaba corto y cambiaron por Divergénte –con tilde en la e–, que constituye la sigla de Diversidad, Género, Transversalidad y Educación.

En concreto, a partir del trabajo y la reflexión conjunta, cada docente del colectivo realiza un trabajo individual en su respectiva clase, a lo largo de todo el año lectivo, en base al currículo que debe ser abordado. De esa forma, se tratan los mismos temas desde diferentes asignaturas y al mismo tiempo se cumple con las planificaciones y objetivos de cada curso. Justamente, entre los objetivos del curso las profesoras incluyen temas como género, diversidad, violencia, discriminación y el abordaje de la diferencia. Además, se trabaja con distintos niveles educativos, ya que tienen grupos de todo el segundo ciclo de la educación media.

Al mismo tiempo, más allá de lo planificado, las docentes prestan especial atención a los emergentes que puedan surgir a nivel de opinión pública o del propio espacio de clase. Según afirman, los jóvenes necesitan que se hable de esos temas para reflexionar acerca de sus causas y consecuencias. Los disparadores pueden ir desde que alguien le diga “puta” o “zorra” a una compañera, o que se utilicen apodos como “negro”, “gordo” o “enano”, hasta casos públicos como el abuso, secuestro y asesinato de un niño en Maldonado. De esa forma, se intenta evitar que esos temas y actitudes sean invisibilizados y naturalizados como “algo cultural”, para “no ser cómplices de posturas machistas, heteronormativas y patriarcales”.

Para el colectivo, se trata de “un cambio conceptual de lo que es dar clase”, y al mismo tiempo una modificación del paradigma desde el que se piensa el currículo. Según las profesoras, se trata de salir de la rigidez con la que los docentes suelen encarar la tarea, ya que muchas veces entienden que su trabajo es impartir los mismos contenidos de la misma forma todos los años y ver quién aprueba el curso y quién no. De esa forma, sostienen que se invalida el abordaje de la docencia desde el abordaje de derechos, que se vive todo el tiempo en clase y que no sólo debe ser incorporado a nivel de los contenidos que se abordan sino en el vínculo con los estudiantes.

Todo cambia

Si bien afirman que muchas veces no encuentran receptividad en el colectivo docente, están convencidas de que de a poco se van generando cambios. El trabajo del colectivo busca generar reflexión en torno a prácticas desde las que nunca se piensa en cortar una clase para abordar una situación emergente. Según sostienen, esto tiene que ver con que hay profesores que tienen incorporado que deben transmitir contenidos para preparar a los estudiantes en su ingreso a la universidad, y el abordaje de los conflictos o inquietudes de los jóvenes se visualiza como algo disociado de los contenidos curriculares. Desde el colectivo afirman que, por ejemplo, no quieren formar médicos que sepan describir el fémur de arriba a abajo pero le vayan a hablar a las mujeres como si fueran varones, van a tratar a todos sus pacientes como heterosexuales, o no van a poder detectar una situación de violencia.

Más allá de esa cultura que surge a partir de prácticas que vienen de muchos años atrás, están convencidas de que “alguna semillita han dejado”. Por ejemplo, recuerdan que han generado cambios en el lenguaje de algunos docentes, por más de que al principio ofrecían resistencia. Para las docentes, hablar en lenguaje inclusivo es una postura política y también lo hacen dentro del aula. Según cuentan, en un principio los estudiantes lo toman como un chiste, pero después se acostumbran y, un poco en serio y un poco en broma, las llaman “profas” en vez de “profes”.

“Si lo hacés en la clase ya llamás la atención, pero es un cambio conceptual. Hay chiquilines que dicen que somos feministas locas o feminazis, pero hemos generado cambios”, señala una de las profesoras, que cuenta el caso de un estudiante que a partir de los talleres cambió la forma de vincularse con sus compañeros.

Más allá de que las profesoras trabajan el respeto de la diversidad desde todo punto de vista –sexual, étnico, religioso, económico, cultural– y de que sostienen que la discriminación es la peor forma de violencia, están convencidas de que “la madre de todas las violencias es la violencia contra la mujer”. “De ahí nace esa concepción subliminal de que puedo someter a otra persona porque es distinta a mí. La violencia se ejerce desde una situación de poder, y el poder es masculino, patriarcal, heteronormativo”, fundamentan.

De cal y de arena

Si bien al principio podían coordinar acciones con mayor facilidad porque todas trabajaban en el liceo Bauzá, sostienen que la dinámica de elección de horas en secundaria ha hecho que algunas profesoras “migraran” a otros centros educativos. Esa situación, sumada al multiempleo, las llevó a trabajar con poblaciones y realidades distintas, lo que hizo que se generaran prácticas de aula que las han enriquecido muchísimo.

Además de trabajar desde la práctica, también buscan realizar abordajes teóricos, y para ello están tratando de sistematizar experiencias. Al mismo tiempo, quieren tender puentes y redes con otros colectivos docentes. Una de las actividades del colectivo en esta línea será un taller que darán el viernes 8 de setiembre durante todo el día en La casa de Alicia, al que además de profesores de liceo y UTU también pueden anotarse maestros y estudiantes de formación docente. El colectivo Divergénte trabajó con la organización Mujer y Salud en Uruguay, y publicará en un libro editado por la Universidad de Palermo, en Argentina, que además les otorgó un reconocimiento a las ocho profesoras. Además, fueron premiadas por el certamen nacional Tus ideas valen.

Las profesoras señalan que si bien les pagan por horas de coordinación docente, con esas horas no podrían hacer ni siquiera un décima parte de todo su trabajo, por lo que la mayor parte de sus actividades se sostiene en horas no remuneradas, lo que implica pasar menos tiempo con su familia y amistades. Eso también genera que les sea muy difícil formarse y sistematizar la evaluación de estas prácticas, algo que lamentan: “Tenemos que medir los resultados, si no, tenés sensación pero no tenés datos”.

Como en los últimos tiempos no están todas en un único liceo, no han podido trabajar desde la transversalidad, por lo que abordan los conceptos en sus asignaturas y organizan actividades a partir de sus inquietudes y las de los estudiantes. Sí coordinan, y para hacerlo tienen un grupo de Whatsapp, un blog y trabajan en Google Drive. También se reúnen y hacen cosas en común en los ratos libres, entre que corren de una clase a la otra o los fines de semana.

Además de las dificultades por la forma en que está estructurada la labor docente en secundaria, también se topan a diario con falta de recursos. “Si querés trabajar con los chiquilines hacia afuera, en sus contextos, tenés un tema de costos, de horas dedicadas. Necesitamos un espacio, insumos. Tenemos apoyo de las direcciones de los liceos, pero sólo te dan para adelante porque no tienen otros recursos”, lamentan.

De todas formas, más allá de las dificultades, afirman que aun sin cambiar grandes estructuras institucionales, a partir de modificar sus prácticas más cotidianas los docentes pueden generar transformaciones. Para ello apelan a generar otros dispositivos de clase diferentes a los tradicionales, a tratar temas que no sólo tengan que ver con lo cognitivo, y a abordar los contenidos del currículo de una forma original. Por ejemplo, eligiendo autoras mujeres que por algún motivo no son o no fueron debidamente reconocidas, porque están convencidas de que la producción de conocimiento y los ámbitos académicos también son dominados por lógicas machistas, patriarcales y heteronormativas.