Luego del derrumbe de la Unión Soviética y la conversión de la socialdemocracia hacia la derecha, el neoliberalismo ganó una gran batalla ideológica, sintetizada en la TINA (There Is No Alternative), de Margaret Thatcher. Es así que un número muy grande de personas cree que el capitalismo y aun sus vertientes neoliberales son inevitables. Los cuestionamientos al capitalismo son débiles en los movimientos contestatarios en este período. El neoliberalismo quiso convencer al mundo de que el capitalismo era el fin de la historia. Pero la realidad es más porfiada y las consecuencias de esas políticas en los 90 generaron una resistencia popular tan grande que las izquierdas lograron derrotarlas y alcanzar los gobiernos nacionales en varios países de América Latina. No olvidemos, sin embargo, que gran parte del continente siguió bajo gobiernos de derecha y neoliberales. En países como México, Colombia y Guatemala, los asesinatos, las desapariciones, la corrupción, el narcotráfico, la pobreza y la exclusión siguieron siendo la vida cotidiana de millones, y, peor aun, se profundizaron.

La experiencia de los gobiernos progresistas latinoamericanos no puede ser desestimada ni etiquetada superficialmente. Por el contrario, es una etapa nueva en la historia latinoamericana, que debemos analizar en profundidad para encontrar los avances y las derrotas, las originalidades y la reproducción de viejos mecanismos de poder. Es muy clara la necesidad de un análisis crítico y autocrítico de gobiernos, partidos y fuerzas sociales populares y su accionar durante el siglo XXI. El triunfo de la derecha en Argentina, Brasil y las elecciones parlamentarias de Venezuela es demasiado fuerte para que se pretenda ocultar los errores cometidos por la izquierda. Sin subestimar sus logros, teniendo presente que durante este período 58 millones de latinoamericanos salieron de la pobreza y 28 millones de la indigencia.

Cuando hablamos de las perspectivas de la izquierda, no nos referimos sólo a gobiernos y partidos. Tenemos que integrar en la reflexión a la diversidad de fuerzas sociales que han protagonizado las múltiples luchas que caracterizan esta etapa. Luchas de los trabajadores, movimientos feministas y de la diversidad sexual, luchas por el ambiente, por la salud y la educación, por el derecho a la ciudad, por los derechos de los pueblos indígenas, contra el racismo y la xenofobia, por los derechos humanos de antes y de ahora, por la descentralización participativa, el cooperativismo y la autogestión. Y la siempre vigente lucha de clases, que algunos piensan obsoleta, mientras ejemplos como la reforma laboral de Michel Temer rompen los ojos.

Existieron diferentes formas de hacer política durante este período si analizamos su aporte a procesos de mayor democratización de la sociedad y el Estado. La calidad de las democracias y la evolución de la sociedad estuvieron marcadas por modificaciones mayores o menores en las estructuras políticas y sociales, así como en el desarrollo de prácticas removedoras en esos planos.

La reducción de la política a la acción de gobierno tiene efectos limitantes sobre el conjunto de la estructura social y sus actores. El papel de las fuerzas sociales en relación con los problemas generales de la sociedad, es decir, sus prácticas políticas, son deslegitimadas en esta concepción por salirse de las reivindicaciones corporativas. El pragmatismo, el gerencialismo en la gestión del Estado y la renuncia anticipada a cambios mayores es una ideología que postula la neutralidad y la apoliticidad de estos procesos, y da pie a múltiples lógicas de gobierno en las que predomina el piloto automático y la tendencia a “hacer la plancha”.

Por otro lado, en estos procesos se ha creado un conjunto de formas de participación social, ámbitos de consulta, negociación, proposición y representación que habilitaron la intervención de diversos actores sociales. Estas experiencias permitieron, en algunos casos, recuperar la política como práctica colectiva sobre los problemas de la sociedad. De diversas maneras este tipo de prácticas contribuye a construir la noción de pueblo, pensado como proyecto histórico y lucha por la hegemonía (son fermentales los aportes de Ernesto Laclau y Chantal Mouffe en este tema).

Existen múltiples formas de lucha por lo público y los bienes comunes. Lo público no es sólo lo estatal, sino también lo común, lo que forma parte de la comunidad. Hay experiencias muy ricas de recuperación de lo público frente a las privatizaciones neoliberales, las apropiaciones oligopólicas y el saqueo liso y llano de la naturaleza, así como formas de construcción de espacios “públicos no estatales”. La idea del “buen vivir” es un tema en debate que problematiza, entre muchas cosas, la lógica consumista como propósito de la vida.

Utopías reales

Las luchas hacia la democratización profunda de la sociedad y el Estado no son meras etapas, sino respuestas a problemas de fondo del mundo actual y también parte esencial del proyecto futuro. Más que en el modelo autoritario, verticalista, patriarcal de pensar una sociedad poscapitalista, vale la pena inspirarse en la imagen de rizoma, que Gilles Deleuze toma de la botánica, en lugar del árbol tradicional, con copa, tronco y raíces. Se trata de construir reformas estructurales con contenidos revolucionarios en cada campo, “utopías reales” (Olin Wright) que fortalezcan con sentido emancipador el entramado social, cultural y productivo. Sin dejar de lado la centralidad del poder político, pero sin aislarlo del conjunto de los campos en disputa.

El futuro de los partidos de izquierda está lleno de dilemas: a) mantener su accionar político hacia y con la gente en lugar de quedar reducido a las instancias parlamentarias o de gobierno; b) organizar la rebeldía, la acción colectiva sobre los problemas existentes, o defender el statu quo del que llegaron a formar parte; minimizar los problemas defendiendo la gestión propia o ser los primeros en señalar las desigualdades y las fracturas que subsisten y convocar a participar en su solución; c) sostener la iniciativa política e impulsar temas a la agenda pública, en lugar de dejar ese espacio a la derecha o hacer seguidismo del gobierno; d) ampliar la lucha ideológica por los valores con que se construye la sociedad y se hace política, en vez de ceder a la tentación desideologizante en la gestión estatal; e) prevenir y combatir las formas de corrupción, en lugar de ocultar, dejar pasar o tolerar; reafirmar una y otra vez la ética en la política; f) impulsar fuertemente la reflexión y el debate teórico y programático sobre los procesos en curso a nivel internacional y nacional, y desarrollar un pensamiento crítico y autocrítico que rescate y valore los avances que se van logrando; g) ampliar su vínculo con las organizaciones populares y contribuir a la afirmación de un bloque social de los cambios, asumiendo también sus contradicciones; h) defender la unidad de la izquierda, con mecanismos democráticos de funcionamiento y construcción común, debates francos y unidad de acción.

Insisto con las preguntas. ¿Cuáles han sido las formas de democratización de la política y la sociedad promovidas durante esta década “progresista” en América Latina? ¿En qué medida han logrado incidir en las políticas públicas, en la agenda de derechos, en el fortalecimiento de las organizaciones sociales, en una democracia que se amplíe y renueve con estos componentes? ¿Qué factores de estos procesos pueden abrir nuevas posibilidades de transformación social y política y cuáles pueden generar debilidades y retrocesos en el próximo período?

Hay algunos campos donde se condensan los nudos problemáticos de los procesos políticos y societarios de la última década latinoamericana. La reducción de la pobreza y la indigencia es un aspecto central de las transformaciones. ¿Por qué no podemos plantearnos la erradicación total de la pobreza en Uruguay? ¿Dónde están los impedimentos, cuando logramos hacerla descender de 39% a 9,3% de la población?

Nunca puede minimizarse lo que sucede en las relaciones de trabajo; en los procesos de sindicalización; en la mejora en la cantidad y calidad del empleo; en la evolución del salario real, del salario mínimo, de la seguridad y salud laboral. Como bien saben los trabajadores, cada avance debe valorarse, sin por ello conformarse con lo logrado.

Se destaca la llamada “nueva agenda de derechos”, con las luchas de las mujeres, los movimientos por la diversidad sexual, las políticas de drogas y la regulación del cannabis, las luchas ecologistas, las que plantean el derecho a la ciudad. Y las luchas por los derechos de los pueblos indígenas y en defensa de la Madre Tierra, que asumen en este período una dimensión diferente.

Los cambios estructurales en campos como la salud y la educación son fundamentales para convertirlos en derechos universales, bienes públicos, obligaciones del Estado y al mismo tiempo construcciones sociales complejas con múltiples actores.

Otros cambios significativos son los hechos en la matriz productiva al diversificar la economía, evitar el mero extractivismo, impedir la concentración del capital y la riqueza, e incorporar un sector cooperativo y autogestionario fuerte. El modelo de desarrollo basado en un crecimiento económico sin límites debe ser replanteado en sus fundamentos y en sus consecuencias.

Los problemas socioambientales son una de las amenazas más trascendentes de esta globalización capitalista a la vida en el planeta. Los principales desafíos de nuestra época son el auge de las desigualdades y el calentamiento global; urge reorientar los fundamentos de la globalización desde esta base.

La democratización de los medios de comunicación, así como de la financiación de los partidos y las campañas electorales, la transparencia y el control social sobre el Estado, y la reforma del Poder Judicial son capítulos fundamentales. Las políticas de la derecha sobre seguridad son un factor de fractura social e incremento de la violencia, pero ¿cuáles son las políticas de la izquierda en relación con la convivencia y la seguridad? Ambos aspectos entrelazados son derechos humanos y no pueden subestimarse.

Uno de los ámbitos generalmente desestimados por muchas concepciones de la política es el que refiere a la descentralización participativa, la gestación de un entramado territorial integrado, denso, solidario, que significa la democratización del poder en espacios comunitarios. Es también el derecho a la ciudad, del que habla David Harvey, según el cual el espacio público es un ámbito de deliberación, democratización e integración social.

¿Cómo se construyen políticas públicas con y desde los movimientos populares? Es un aprendizaje que implica interactuar con el Estado (entendiendo que no es algo monolítico, sino que tiene contradicciones) sin plegarse y subordinarse a él, sin convertirse en un mero apéndice. No sólo se trata de resistir, sino también de proponer, elaborar, difundir, movilizar en el sentido más amplio y diverso. Cuando el gobierno es de izquierda, con más razón hay una alianza fuerte y compleja a construir.

La derecha neoliberal, rampante en el mundo y en América Latina, está imponiendo sufrimientos y fracturas mayores en la sociedad. Enfrentarla con un abanico amplio de alianzas es un tema prioritario.

Desde la izquierda, Erik Olin Wright afirma bien que la democracia es el problema esencial y el mecanismo central para superar el capitalismo. Si el socialismo como alternativa al capitalismo implica democracia económica, es fundamental que la democracia se democratice, al decir de Boaventura de Sousa Santos, reinventándola. Con la reflexión crítica de las experiencias del siglo XX, el socialismo debe ser pensado en términos de poder social, protección de los derechos humanos y democracia radical. Las luchas contra las concepciones patriarcales, contra la violencia hacia niños y mujeres, contra la discriminación hacia orientaciones sexuales diferentes, contra las políticas autoritarias sobre drogas, contra el racismo, contra la destrucción del medioambiente son parte fundamental de las contradicciones, las rebeldías y las movilizaciones actuales. Como también lo es la lucha de clases. De múltiples formas, estas luchas se entrelazan en el plano político.

Aceptemos que hay una crisis teórica del pensamiento de izquierda, del pensamiento crítico. Al mismo tiempo, la riqueza de las luchas actuales genera condiciones para su profundización y la experiencia latinoamericana es uno de los cauces fermentales. El concepto de hegemonía aparece como una herramienta necesaria para pensar esa diversidad de luchas y refundar el proyecto poscapitalista sobre la idea fuerza de una democratización profunda de la sociedad.