Las políticas y las posiciones de izquierda siempre han sido –y seguirán siendo– extremadamente diversas, dentro y fuera de los límites de los estados. Dadas la profusión y la variación de la multiplicidad de enfoques, se podría argumentar en forma justificada que los intentos de poner en la misma bolsa todos los tipos de pensamiento progresistas en lugares muy distintos del mundo simplifica demasiado e incluso podría ser engañoso.

Esta percepción es también un reflejo de la fragmentación acentuada de las posiciones “de izquierda”. Durante la mayor parte del siglo XX, era más fácil hablar de un marco socialista general, una visión macro dentro de la cual se producían debates específicos. Por supuesto que había muchas vertientes de socialismo y que había en ocasiones violentas disputas entre ellas. Sin embargo, todas ellas compartían un linaje histórico común, y también una visión básica. A riesgo de simplificar demasiado, esta visión puede resumirse en la percepción de que la clase trabajadora es el agente fundamental del cambio, capaz –una vez organizada– de transformar no sólo las relaciones materiales y de propiedad existentes, sino también a la sociedad y a la cultura. Pero, recientemente, la idea misma de una visión macro está en retirada, golpeada no sólo por las complejidades y limitaciones del socialismo real en sus múltiples encarnaciones, sino también por el feroz triunfalismo de su opuesto.

La visión macro que dominaba la vida pública casi en todas partes del mundo sobre el final del siglo XX era la del mercado como un mecanismo autorregulado e inherentemente eficiente para organizar la vida económica. En realidad, esta postura nunca significó reducir el rol del Estado en la economía, sino cambiar la naturaleza de la intervención estatal por una protección más abierta de los intereses del capital en sus variadas formas. La asociación entre la ideología de los mercados supuestamente libres con fuertes tendencias hacia la concentración del capital y el uso del Estado para acentuar estas tendencias y favorecer al capital no ha sido muy visible.

Se ha construido una resistencia al capitalismo global tanto en el sur como en el norte, pero acompañada por la percepción melancólica de que las grandes visiones socialistas del futuro ya no son posibles. De hecho, mucho de la protesta popular que surge en distintos lugares es todavía “resistencia” más que “transformación”, e incluye acciones de retaguardia para detener las brutales medidas de austeridad fiscal que niegan los derechos económicos y sociales de los ciudadanos, más que acciones que plantean sistemas alternativos. Una falta de confianza básica en cualquier cosa que no sea el capitalismo como forma de organización de la vida económica todavía permea las protestas populares en Europa y Estados Unidos, de tal forma que se concibe que el propósito de la izquierda es hasta cierto punto establecer restricciones a los peores excesos del capitalismo actual –la izquierda como una fuerza civilizadora y moderada, no como una fuerza transformadora, y mucho menos revolucionaria–.

Pero en otros lugares, como Asia, América Latina y África, el discurso se ha vuelto un poco diferente. Muchas características de los movimientos emergentes de izquierda en estas regiones sugieren un distanciamiento de las ideas tradicionales asociadas con la práctica y la teoría socialista. En general no se formulan en términos teóricos claros ni son parte de una estructura analítica consistente y holística, y muchas de estas ideas incluso están en permanente cambio en función de la práctica política cotidiana. Sin embargo, la praxis y también el análisis de varios movimientos de izquierda en diferentes partes del mundo trasciende cada vez más lo que puede llamarse el paradigma socialista tradicional, con su énfasis en el control gubernamental centralizado sobre una masa indiferenciada de trabajadores, para incorporar un énfasis más explícito en los derechos y las inquietudes de las mujeres, las minorías étnicas, las comunidades tribales y otros grupos marginados, así como el reconocimiento de los constreñimientos ecológicos.

Me gustaría señalar algunos rasgos comunes que aparecen en lo que llamo “izquierda emergente”. El primero es la actitud hacia la democracia. En contraste con algunos enfoques socialistas anteriores, en los que el concepto de dictadura del proletariado fue malinterpretado (y, en algunos casos, lo sigue siendo) como una supresión de la democracia formal, hay mucha mayor disposición de la izquierda emergente por comprometerse e incluso apoyarse en los procesos democráticos formales y en los procedimientos y las instituciones asociados con la “democracia burguesa”. El foco está puesto esencialmente en la democracia procedimiental, y aquí también hay intentos por ir más allá de la democracia liberal, con nuevos experimentos sobre deliberación y construcción de consensos.

Otro aspecto que da cuenta de este cambio de enfoque en relación con la democracia puede observarse al interior de los partidos y las organizaciones de izquierda. Aunque esta tendencia no es universal, hay evidencia de que en los grupos de izquierda emergente hay una tendencia creciente a rechazar los modelos verticales de organización partidaria (ejemplificados en la idea del centralismo democrático en los partidos comunistas, por ejemplo) y a moverse hacia formas partidarias y hacia la construcción de coaliciones más abiertas y democráticas, en las que la pluralidad de opiniones al interior de la izquierda no sólo es tolerada, sino incluso respetada.

El segundo aspecto relativamente “nuevo” es el rechazo a la centralización estatal. El Estado centralista y homogeneizador fue un elemento central del socialismo real durante el siglo XX, e incluso hoy está presente de alguna manera en la conciencia de muchos de quienes se definen como socialistas. Las estrategias de acumulación, el estímulo a la producción socialmente deseable y la distribución de la riqueza y el ingreso necesariamente requieren niveles sustanciales de centralismo. Esto significa que, incluso en la izquierda emergente, no puede haber una celebración simplista de cualquier cosa “micro”. De todos modos, la mayoría de estas tendencias de la nueva praxis de la izquierda sustenta la necesidad de generar o promover la viabilidad de producción de pequeña escala. Hay una reacción clara contra los intentos pasados de control centralizado de todos los aspectos de la vida material, que se conciben como rígidos, inflexibles, jerárquicos y faltos de control social. Hay una exploración renovada en la izquierda sobre formas como cooperativas y otras combinaciones.

Es evidente que este enfoque requiere una mirada más compleja sobre los derechos de propiedad. Esto constituye la tercera diferencia entre la izquierda emergente y los modelos antiguos de socialismo que buscaban deshacerse de cualquier tipo de propiedad privada, salvo la personal. El pensamiento de la nueva izquierda es en general vago o ambivalente sobre la propiedad privada: la rechaza cuando es monopólica o está altamente concentrada (por ejemplo, el caso de las empresas transnacionales), pero no sólo la acepta, sino que hasta la promueve cuando se trata de pequeños productores, por ejemplo.

La cuarta tendencia es la inclinación de la nueva izquierda a hablar más y más en el lenguaje de los derechos. Estos derechos no se conciben con el enfoque individualista de la filosofía liberal. En cambio, se definen como un reconocimiento de la necesidad de ciudadanos, comunidades y grupos a tener una voz social y política. Esto significa que deberá haber necesariamente un mayor reconocimiento del carácter más amplio y diverso de las clases y de los grupos explotados, y que esto requiere cambiar las formas de organización y movilización de masas.

En quinto lugar, la izquierda emergente va más allá de los paradigmas tradicionales de izquierda al reconocer identidades sociales y culturales distintas, y en algunos casos superpuestas, que moldean las realidades políticas y sociales.

Finalmente, la relación de las sociedades humanas con la naturaleza está en cuestión como nunca antes. Los marxistas tradicionales tendían a ser fanáticos de la tecnología: glorificaban el desarrollo de las fuerzas productivas como una expresión del progreso de la sociedad. Por supuesto que esto no implica una actitud de explotación agresiva de la naturaleza, pero en la práctica a menudo así lo fue. Esto cambió dramáticamente en el pasado reciente. Entre las contradicciones del capitalismo contemporáneo están los límites ecológicos, que son cada vez más evidentes, no sólo el cambio climático, sino la contaminación, la degradación, el extractivismo extremo y otras destrucciones de la naturaleza. Los llamados a sociedades más humanas y justas deben incorporar estas preocupaciones. Hoy muchos de quienes se llaman socialistas ven como asuntos de estrategia e interés públicos la protección del medioambiente y los ecosistemas, la biodiversidad y la recuperación de espacios naturales.

Además, es bastante obvio que las fuerzas materiales han trascendido los límites del Estado-nación. El carácter “cosmopolita” de la producción y la acumulación capitalistas nunca ha sido tan evidente. Esto tiene implicancias que deben atenderse para la colaboración popular efectiva y para la movilización para el cambio. Cómo esto se traduce en la praxis de la izquierda emergente todavía es una pregunta abierta.

Hay una continuidad de la izquierda emergente en el mundo emergente respecto de la izquierda tradicional: la preocupación por el imperialismo y por la batalla contra el gran capital por el control de territorios económicos de diversos tipos (la tierra y otros recursos, el trabajo, los mercados, el conocimiento y la tecnología, etcétera). Esto marca una diferencia, en cierta medida, con algunas tendencias de izquierda en el mundo desarrollado, que tienden cada vez más a ver el imperialismo como un concepto pasado de moda que la globalización ha vuelto irrelevante, e incluso parecen olvidar o ignorar el contenido material de muchas de las relaciones internacionales actuales. Pero la lucha por territorios económicos de diversos tipos es cuando menos tan significativa como antes, y de hecho el declive relativo de la única superpotencia actual sólo lo ha acentuado. Por lo tanto, la izquierda en el mundo emergente no sólo está preocupada por estas tendencias, sino que debe confrontarlas en su práctica cotidiana, lo que incluye confrontar no sólo el uso de las armas habituales, como la guerra y la agresión militar, sino nuevos instrumentos, como el control sobre los derechos de propiedad intelectual y los acuerdos de asociación económica que protegen el gran capital de ciertos países.

Las premisas fundamentales del proyecto socialista siguen siendo válidas: la naturaleza desigual y opresiva del capitalismo; la capacidad de los seres humanos para cambiar la sociedad y por lo tanto alterar su propio futuro en una dirección progresista, y la necesidad de la organización colectiva para hacerlo. La fecundidad de las alternativas socialistas que están surgiendo en diferentes partes del mundo sugiere que el proyecto es todavía muy dinámico y estimulante.

Jayati Ghosh | Profesora de Economía en la Universidad Jawaharlal Nehru, de Nueva Delhi. Este artículo fue publicado originalmente en Monthly Review. Traducción y adaptación: Natalia Uval.