La verdad “Hace poco dieron una excelente película inglesa que mostraba las complejidades de los temas de identidad y malestares del alma que producen en una familia los Secretos y mentiras. Título que parecería haber sido elegido para nuestro país y este, nuestro drama. Se trata de una mujer negra, profesional inglesa destacada que a los 32 años comienza a buscar a su verdadera madre, que luego resulta ser una ama de casa blanca, depresiva, con una familia atravesada por ese tipo de ocultamiento, verdades a medias, falta de sinceridad, que mal sabemos producir las comunidades humanas. En una escena, la asistente social entrevista a la protagonista que busca a sus progenitores. Quiere conocer a su verdadera madre, quien la entregó en adopción ni bien nació. La ley inglesa dice que todo adoptado tiene derecho a saber la verdad y por eso se guardan todos los antecedentes de los padres reales. Antes de darle los papeles que le permiten emprender la búsqueda, la asistente le dispara una dura advertencia. Está obligada a repreguntarle si quiere los datos que tiene ahí para descubrirlos y que identifican a su madre y padre. Insiste: puede ocurrir que cuando ubique a su verdadera madre, esta sea una borracha, esté muerta o enferma, o peor aun: que no quiera saber nada de su verdadera hija. La protagonista, nerviosa pero con una fuerza espiritual enorme, le dice: ‘Quiero la verdad y todas sus consecuencias’. Nosotros también”.
Esto escribí en La República, en abril del 2000. El titulo: “Gracias, Juan”. Fue cuando Juan Gelman pudo al fin recobrar a su nieta y saber la verdad de sus hijos. Luego de la mentira ominosa, ancha de bayeta colorada, con el cerrojo infame de la impunidad promovida por Sanguinetti y compañía, se postulaba un “nuevo estado del alma” y, frente a inquisitorias ambiguas de algunos medios, Javier Miranda, portavoz de Familiares, afirmaba, sencilla y contundentemente: “Queremos la verdad”. Hoy la seguimos reclamando. Todavía. Con todas las consecuencias.
No voy a cometer el dislate de comparar situaciones. Pero hay un hilo conductor: la verdad. Valor que ha costado mucho sostener. Descubrimos la fuerza que tiene no sólo en el reclamo de los nuestros, sino como principio de acción y pensamiento. Genera inquietudes, marcas que conmueven. Para compartir memorias, broncas y dolores. Indignaciones fructíferas. La verdad partera de plataforma de derechos. No sólo instrumental y provisoria. Es, contundentemente... una verdad.
Verse cara a cara con la derrota no es nuevo para muchos. Duele, se banca. Como la indignación. Afecciones que unen y contagian, porque “llevamos un mundo nuevo en nuestros corazones”. Hoy nos escribió a varios un querido compañero Pancho Amorena, de los que están siempre:
“Remamos como ‘galeotes’, para intentar transformar nuestro contexto e iniciar con la gente el proceso de cambiar y mejorar nuestras condiciones materiales y un cambio cultural hacia un nuevo horizonte. Hace un año y medio “tomaron el látigo y palo y palo”, aguantamos silenciosamente. Así es la vida. Pero en el día después (de algo reservado) la realidad se impone (excepto para los miopes). [...] No perdemos solamente por los enemigos del pueblo. Esta ‘derrota’ surge de nuestra debilidad política e ideológica, y estando en este punto buscamos fórmulas (que se devuelva el dinero, que el Plenario no sea una carnicería), etcétera. No caemos en el hecho de que el daño ya está hecho. No con los militantes que opinamos, puteamos, analizamos y peleamos, sino con amplios sectores de masas que tuvieron una esperanza y que la veleidad de algunos hacen pelota. Pero... de corazón caliente y más convencido que nunca, digo: ‘Caer y levantarse hasta el triunfo final’, y a las lacras propias y ajenas, ¡fuego!”. Lo del título.