¿Por qué quería hablar de educación? Básicamente, por aquello de que la educación es el futuro del país. Y aunque a algunos les podrá sonar a cliché, existen numerosos estudios a nivel internacional que reportan evidencia empírica consistente acerca del impacto positivo que tienen los logros educativos sobre las tasas de crecimiento y desarrollo económico de los países. En efecto, la cantidad de años y la calidad de la educación que reciben las personas a lo largo de su vida son determinantes de su bienestar futuro, ya que individuos más y mejor formados disponen en promedio de mejor acceso y adaptación al mercado laboral y mayor remuneración. Por tanto, parece claro que la meta nacional sea disponer en un futuro de una población con mayor y mejor nivel de estudios.
Sin embargo, Uruguay parecería no ir por buen camino. En los últimos años se observa un deterioro sostenido en los resultados educativos (especialmente la educación secundaria pública), alejándonos no sólo de los países desarrollados, sino también del desempeño de la región. La situación es aun más alarmante si nos comparamos en términos de desigualdad educativa. Si bien según datos de la Comisión Económica para América Latina somos el país con menor desigualdad de ingresos en la región, nos llevamos el primer premio en materia de desigualdad educativa según el último Informe PISA, de 2015; esta parecería ser una mala noticia. ¿Qué hacer? Diversas líneas de acción que podrían contribuir a mejorar la situación actual han sido propuestas y discutidas en diversas instancias. En esta nota voy a centrarme en una línea de acción que considero necesaria (pero no suficiente) para transformar la educación: hacer más atractiva a la profesión docente.
Los maestros y profesores son el insumo principal del proceso educativo, tanto desde el punto de vista presupuestario como productivo, pues son ellos quienes influyen directamente en el desarrollo de las habilidades cognitivas y no cognitivas de los estudiantes. Por tanto, la calidad y motivación de los docentes son claves a la hora de analizar la calidad del sistema educativo. En este contexto, tiene sentido preguntarse cuál es la situación actual en Uruguay. Algunas cuestiones interesantes de abordar son: ¿es atractiva la profesión docente?, ¿cuáles son las condiciones laborales de los docentes?, ¿es una profesión socialmente valorada?, ¿están motivados los docentes?, ¿cuál es su nivel de desempeño?, ¿cómo identificar a los buenos docentes?, ¿cómo los recompensa el sistema?, entre otras.
En Uruguay la profesión docente no parece atractiva. En efecto, año tras año se observa, al inicio del curso académico, escasez de docentes en enseñanza primaria y media, así como una alta proporción de profesores no titulados en educación media. Mucho se ha discutido sobre esto, pero menos atención ha recibido un aspecto que ocupa un lugar cada vez mayor en el debate social y político educativo a nivel internacional: la capacidad de atraer a los mejores estudiantes (en secundaria) a la profesión docente. En efecto, esta ha sido la apuesta en muchos de los países que han obtenido mejoras sustantivas en las evaluaciones internacionales. En Uruguay, por el contrario, los mejores estudiantes optan por otras carreras profesionales, por supuesto más atractivas tanto en términos económicos como de prestigio social. Tal y como evidencian Boado, M y Fernández, T (2010) en su investigación “Trayectorias académicas y laborales de los jóvenes del Uruguay. El panel PISA 2003-2007”: “Los institutos de formación docente de la ANEP [Administración Nacional de Educación Pública] reclutan una población académicamente menos competente”. Y más adelante señalan: “La Udelar [Universidad de la República] capta a los estudiantes promedio y los institutos terciarios de formación docente a aquellos estudiantes con bajo promedio”. Creo que esta evidencia es preocupante. Si retomamos la idea de que “la educación es el futuro del país”, parece razonable pensar que el reto para el futuro debería ser no sólo atraer a más estudiantes a la profesión docente, sino también atraer a los mejores. Para ello, creo que es necesario trabajar al menos en dos direcciones: mejorar el estatus económico y “profesionalizar” la carrera docente.
Está claro que uno de los principales factores que afecta a la decisión de los individuos a la hora de escoger una profesión es el estatus económico y el prestigio social. En este sentido, la profesión docente no sería una buena opción. El salario ajustado (incluyendo las horas de trabajo en el hogar y descontando el período de vacaciones) de los docentes es, en promedio, 43% inferior al ingreso de otros profesionales. Es evidente que para atraer y retener a los mejores docentes es necesario reflejar el valor de su trabajo en su salario. Diversos caminos alternativos al “aumento generalizado” se han sugerido para mejorar los ingresos de los docentes (por ejemplo, el reconocimiento y la extensión de horas de trabajo fuera del centro), por lo cual no voy a profundizar en ello. Lo que sí quiero destacar es que, si bien mejorar el estatus económico para hacer más atractiva la profesión es una condición necesaria, no es suficiente. Es imprescindible acompañarla de otros instrumentos que permitan seleccionar, retener y compensar a los buenos docentes a lo largo de su carrera. A esto podríamos llamarlo “profesionalizar” la carrera docente por la vía de mejorar los actuales sistemas de selección, evaluación, incentivos y promoción.
En cuanto al proceso de selección docente, la principal carencia está en enseñanza secundaria, donde la selección sólo se basa en méritos (también se incluyen las evaluaciones de años previos si el docente tiene experiencia), pero no se incorporan pruebas de oposición de acceso (como por ejemplo impartir una clase sobre un tema específico seleccionado aleatoriamente el día de la prueba). Incorporar pruebas al proceso de selección insume más tiempo que sólo evaluar méritos, por lo cual el controvertido sistema actual de selección de horas “sueltas” que se produce año tras año debería modificarse. Avanzar hacia la propuesta de implementar cargos docentes asociados a un único centro educativo (como en primaria), sería un camino deseable.
En cuanto a la evaluación docente, los sistemas actuales están basados únicamente en la evaluación de directores e inspectores externos y, salvo excepciones, en la práctica existe muy poca variabilidad en las evaluaciones de los docentes (por lo que tiene poco valor real). La experiencia internacional ha demostrado que también es importante incorporar otras medidas basadas en el rendimiento de los alumnos, así como evaluaciones basadas en la observación de pares (es decir, de otros docentes dentro del mismo centro). Este último aspecto, además de contribuir a la evaluación de los docentes, permitiría a los docentes “evaluadores” aprender de otras experiencias y buenas prácticas docentes.
Igual o más importante que el diseño del sistema de evaluación es cómo y para qué utilizar esa información, es decir, el sistema de incentivos y de reconocimiento de los docentes. Actualmente, las decisiones a la hora de contratar, retener, compensar, ascender o despedir docentes no consideran su nivel de desempeño, sino que dependen básicamente de los años de experiencia. De este modo, a la larga, “hacer las cosas bien o mal”, básicamente, “da lo mismo”. Este es, sin dudas, un muy mal sistema de incentivos, en cualquier profesión (y, si me apuran, en cualquier ámbito de la vida). Por lo tanto, es sustancial implementar un sistema de incentivos adecuado que, tomando como base la información sobre los méritos de desempeño, permita identificar y recompensar a los buenos docentes, así como identificar a aquellos docentes que sistemáticamente (un mal año pueden tener todos, pero no de forma continua) presentan un desempeño pobre e instrumentar mecanismos de mejora o de salida del sistema.
Por último, quisiera comentar tres aspectos importantes. En primer lugar, para tomar decisiones adecuadas es necesario disponer de mayor información sobre la gestión en los centros educativos y sobre la medición del desempeño de los estudiantes y docentes. Este es un aspecto en el que Uruguay presenta un rezago muy importante. Si bien en la última década las autoridades educativas han expresado el interés y la preocupación por este aspecto, poco se ha avanzado al respecto. En segundo lugar, incrementar el estatus económico de la carrera docente requiere invertir más recursos económicos. Eso es un problema, ya que vivimos en un contexto de recursos limitados y demandas múltiples. Por lo tanto, la pregunta lógica es: ¿de dónde podríamos sacar más recursos? Tal y como sucede en nuestra economía doméstica, tenemos básicamente tres alternativas: ser más eficientes en nuestros gastos, redistribuir los recursos o pedir dinero prestado. Para esta última opción, lo adecuado sería evaluar si la tasa de rentabilidad del proyecto en el mediano plazo supera el tipo de interés de la deuda. Parecería que sí, ¿no? Por último, quería hacer referencia a la dificultad de implementar cambios y al fracaso sistemático al implementar reformas estructurales en el sistema educativo por falta de participación (o la resistencia) de algunos agentes involucrados en el proceso educativo. En este sentido, el papel de los docentes es fundamental, y este es el mayor desafío en el actual contexto. La mayoría de los docentes desearía una mejora en el estatus económico y social de su profesión y, sobre todo, que se los recompense por su esfuerzo y su buen desempeño. Eso requiere cambiar y moverse de la “zona de confort” actual.
En suma, para mejorar la calidad de la educación se necesita a los mejores, y en las condiciones actuales, los mejores no se dedicarán a la docencia. Si bien la decisión de ser profesor depende de diversos factores individuales (el placer de trabajar con niños y jóvenes, de compartir conocimiento, entre otros), parece claro que el estatus económico y social son determinantes. El objetivo a largo plazo debería ser que más y mejores estudiantes quisieran ser docentes y que, mediante el desarrollo de políticas públicas adecuadas que promuevan un sistema educativo competitivo, sea posible formar, seleccionar y retener en la profesión a los más capaces y motivados. En definitiva, que sea un orgullo decir “mi hijo el docente”.
Gabriela Sicilia