Sin compartir el optimismo de quienes esperan la rápida conclusión de la “novela Sendic”, quiero tomar el anuncio de su renuncia a la Vicepresidencia de la República como una fisura por donde escapar a la letanía morbosa que lo acompaña como una sombra tóxica. Me invito a pensar el informe del Tribunal de Conducta Política (TCP) del Frente Amplio (FA) desde tres perspectivas optimistas.

Una evidente, y no por ello menos relevante, es que operó el milagro de hacer verbo lo que hasta entonces era deseo generalizado: esto no da para más. Mérito de contenido y oportunidad que revela una energía política allí donde parecía extenderse la impotencia.

En segundo lugar, destaco que repone la noción de lo inaceptable en la cultura de izquierda. La construcción histórica de izquierda como alternativa de cambios tuvo como punto de partida declararse enemiga de un conjunto de situaciones inaceptables. Nada menos que por esa razón convocó la adhesión mayoritaria de las sociedades aun en condiciones de profunda disparidad de fuerzas siempre. Durante la década larga de ejercicio de gobiernos progresistas del siglo XXI se extendió un amplio campo de tolerancias, a partir de las condiciones del gobernar. Cuando aquí y ahora el TCP traza esa frontera de lo inaceptable está ofreciendo al FA un marco ético político desde el cual volver a desplegar la lucha contra la decadencia democrática que se extiende en la región. Ya no sólo tomando como referencia a los malos blancos y peores colorados (que en esta materia supieron serlo), sino con base en las propias dificultades para superar y trascender la tradición partidaria uruguaya de apropiarse del Estado. Una lucha urgente que no se fortalece mediante generalizaciones absurdas, sino con más energía y claridad.

Un tercer asunto palpita dentro de la formalidad jurídica del informe del TCP. A través de las grietas que abren las transcripciones de dichos y silencios del que comparece y las perplejidades de quienes lo escuchan, es posible percibir el retrato hablado de una personalidad política. La personalidad de quien el FA promovió a la tarea de conducir el Poder Legislativo en el marco de una no oculta estrategia de renovación (desde arriba) de sus liderazgos. En este plano crucial para todo partido, también el informe del TCP ofrece materia suculenta. Cualquiera puede leerlo y sacar sus conclusiones. Destaco que es la primera oportunidad documental de apreciar esa personalidad política en una circunstancia especialísima: el uso y la tensión de perder el poder. Conocimiento relevante porque el vicepresidente no hizo un gran trayecto por los ámbitos donde el debate democrático permite conocer –y al mismo tiempo, moldea– al líder. Su carrera evoca al exquisito personaje de Jerzy Kosinski que llegó a presidente de una República ignorando toda materia fuera de su especialidad como jardinero, porque tenía la virtud de ser percibido como la gente necesitaba verlo. Creo que, en nuestro caso, la expectativa de renovación que sigue y seguirá acompañando al FA pareció satisfacerse mediante una combinación de tradiciones revolucionarias y dotes de gerencia. En este plano, sin decirlo, aunque no es seguro que sin proponérselo, el informe aporta indicaciones claras acerca de que no hay atajos ni renovación verdadera cuando es digitada desde el poder. Quizá la auténtica medida de las potencialidades renovadoras de un liderazgo puedan leerse en su capacidad de fricción con el poder actual.

El contenido del informe del TCP del FA es un retrato hablado que flota en una botella; no define a una persona sino la actual coyuntura de la izquierda. Puede interpretarse como lo hice hoy o de manera exactamente opuesta. Dice de debilidad y vitalidad, de relativización y vigencia de principios, de fracasos y experiencia acumulada para construir nuevos liderazgos. Habla de la vida y la política, aun dentro de la formalidad jurídica. La cuestión es en qué parte del mensaje leerse.