Juan Carlos es peruano y está preparando un tuco con ajo, pimienta, comino y condimentos afines que son comunes en el paisaje culinario de su país, pero trata de darle alguna pincelada uruguaya para que sea más agradable al paladar vernáculo. A la salsa –que ya está pronta para bañar el plato con moñas y gallina– le falta perejil, pero Juan Carlos no podrá pintar con ese verde condimento, porque no fue parte de las donaciones del día. En la calle Piedras 629, en plena Ciudad Vieja, la ONG Idas y Vueltas (Asociación de Familiares y Amigos de Migrantes) ofrece un espacio de intercambio, contención y ayuda a quienes vinieron en busca del sueño uruguayo.

A veces la comida no es suficiente para todos. “Hay que estar preparado”, dice Juan Carlos, mientras muestra un balde que desborda más moñas, por las dudas. Tiene todo bajo control, está tranquilo; no es extraño, ya que en su trabajo diario está acostumbrado a preparar comida mientras se le mueve el piso, porque es cocinero de un barco pesquero de bandera nacional. Prepara entre tres y cinco platos distintos por día para 50 personas.

Hendrina Rinche Roodenburg es la presidenta de Idas y Vueltas y también sabe lo que es migrar. Vino desde Holanda en 1985, porque se casó con un exiliado uruguayo. Cuenta que la ONG nació luego de la crisis de 2002, para ayudar a los tantos uruguayos que se estaban por ir del país. Luego se dio vuelta la moneda y empezaron a trabajar con los compatriotas que volvían de aquel exilio económico. Pero los tiempos cambiaron y hoy el panorama migrante es muy distinto. Roodenburg dice que hace un tiempo en la ONG recibían a muchos venezolanos, pero ahora ya no, porque tienen redes y están “muy organizados”. República Dominicana y –sobre todo– Cuba son los dos países que laten en las venas de la mayoría de los que hoy se acercan a Idas y Vueltas.

“Me siento como en mi casa”, dice Lisbel, una cubana que llegó a Uruguay hace un mes y que ayuda a organizar la ropa que la gente dona. “Es un lugar que acoge a todos los migrantes cubanos. Aquí nos dan información sobre el país, nos ayudan con el currículum, los trámites, con ropa, zapatos, etcétera. Este es un lugar excelente para toda persona que emigra a un país extraño como es Uruguay”, agrega. Lisbel se maneja por la vieja casona de la calle Piedras con total soltura y alegría.

Ana Melazzi, una de las integrantes de la ONG, explica que durante toda la semana trabajan articulando con las diferentes instituciones gubernamentales para buscar soluciones a los problemas inherentes a la migración, que parten desde lo más básico: el cumplimiento de sus derechos humanos. Pero dice que el espacio de los miércoles es el que más caracteriza a Idas y Vueltas: “Es un espacio en el que somos como la familia que la gente no tiene cuando viene al país. Un lugar de contención donde nadie los va a echar y la gente comparte historias y experiencias. Hacemos asesoría laboral y ayudamos a hacer un currículum, porque conseguir trabajo es todo un tema”, cuenta Melazzi.

Senobia Asenjo es una señora peruana que vive en Uruguay desde hace 20 años y también ayuda en todo lo que puede a la ONG. Señala que en la actualidad hay mucho apoyo para los migrantes en comparación con lo que sucedía cuando ella llegó al país. También informa que principalmente están ayudando a cubanos, que son muchos. Los martes se reúnen de 9.00 a 12.00 para que cuenten sus vivencias y para tratar de resolver sus problemas. “Me parece que vienen con la esperanza de que llegan acá, ya van a tener trabajo, y que es todo fácil y ganan muy bien, pero cuando vienen se dan cuenta de que no es nada de eso”, dice.

En la casa de pensión

“Yo tengo la cédula para el 24 de mayo. Están entrando tantos cubanos que se ve que Montevideo no estaba preparada y ahora los trámites se demoran más”, cuenta Liván, otro que vino desde la isla, “buscando ser alguien en la vida”, ya que en su país “no tenía la posibilidad de tener un futuro aunque estudiase mucho”. “La economía en Cuba está muy baja y no puedes pagar estudios para el extranjero. Esto [Uruguay] es otro mundo, está bien avanzado en las tecnologías. Todavía no he encontrado trabajo porque no tengo cédula, pero ya con la cédula tendría mucho trabajo en mi rama: soy albañil, chofer profesional, veterinario, electricista y plomero”, detalla. Luego cuenta que vino a Uruguay el 2 de enero, y el 3 de febrero se le vence el plazo de la pensión en la que vive y no sabe qué hará si no encuentra trabajo.

Los problemas con las pensiones son un tema que se toca mucho en Idas y Vueltas. Roodenburg subraya que muchos migrantes le cuentan situaciones que son “terribles”, por ejemplo, que les suben el precio todos los días, que duermen cuatro o cinco en una pieza o tres en un colchón sucio en el piso y que pagan 3.000 o 4.000 pesos por persona. “Hoy una señora me contó que estaba en una pensión en Ciudad Vieja donde 50 personas tienen un solo baño. Es muy triste cómo se abusa de una situación de la manera más fea”, sentencia.

La discriminación que sufren algunos migrantes también es un problema, y de los grandes. Melazzi dice que se dan casos todos los días. Por ejemplo, con los empleadores que se aprovechan de su necesidad y les dan trabajo con la condición de estar en negro, o en cosas más simples, como la ropa de trabajo: “A los que trabajan de limpieza en la calle les dan uniforme de lluvia, pero a los migrantes no, porque no pueden renunciar, y al uruguayo sí porque si no se les cae con el sindicato encima; ese es un clásico”. Por eso, para Melazzi es importante “apuntalar” a los migrantes en los momentos de “flaqueza”, cuando se dan cuenta de que el país al que llegaron no es la “panacea”, para que no caigan “en mercados negros o en situaciones con gente malintencionada que puede empeorar su condición de vida”.

Uno de los sellos de Idas y Vueltas es la “enfermería intercultural”, de la que se encarga Katia Marina, quien ayuda a los recién llegados a afiliarse al sistema de la Administración de los Servicios de Salud del Estado, así pueden obtener el carné de salud y cobertura médica básica. “Recién llegados” no es una mera forma de decir: muchos, apenas pisan suelo uruguayo, van derecho a la ONG, porque el boca a boca la hizo famosa entre los migrantes. “Incluso los acompañamos a las consultas. Yo manejo idiomas, entonces es una ventaja, por ejemplo, para personas africanas, que hablan inglés o francés, que los profesionales de la salud muy pocas veces manejan. [Los migrantes] tienen el derecho, pero no la accesibilidad. Llegan al centro de salud y no saben a dónde ir o no entienden lo que el médico les dice; entonces, hacemos un trabajo de mediación, que es muy importante”, señala.

En un rincón, sentado, tranquilo, está un muchacho camerunés, que habla francés y una pizca de español, por lo que no puede decir mucho. Sin embargo, con pocas palabras expresa demasiado. Llegó hace ocho meses a Uruguay sin saber dónde estaba, ya que viajó en un barco como polizón. De vez en cuando trabaja en un lavadero. “Libertad” es la palabra que elige para describir qué le parece este país. “La guerra”, contesta cuando se le pregunta por qué se fue de Camerún.

Los ciudadanos de la mayoría de los países de África tienen que tramitar la visa para venir a este bendito país. En cambio, en América el visado se les exige sólo a los migrantes de cuatro países: Surinam, Haití, República Dominicana y Cuba. “Nosotros estamos en contra de toda visa, porque significa que hay países de primera y de segunda. Eso no puede existir, no tiene pies ni cabeza, es muy feo”, dice Roodenburg, mientras se dispone a degustar el plato de moñas y gallina. La comida alcanzó para todos.

Los que quieran donar ropas y alimentos para la ONG Idas y Vueltas pueden hacerlo en Zelmar Michelini 993, de 9.00 a 19.00, todos los días de la semana.