Cacho Castaña, famosísimo autor tanguero y figura rioplatense, dijo una barbaridad. Todos se escandalizaron y compartieron una y otra vez imágenes que anunciaban la atrocidad dicha por el viejo que no entiende que su discurso, aunque sea en tono de chiste, ya no es políticamente correcto. Que sus privilegios irrefutables, que sostienen el sistema de valores en el que se ha criado, y en los que se han sentado en parte las bases de la explotación mundial capitalista, están en cuestión.

Retuitear, compartir, reenviar, comentar. Hasta que se apague la noticia, deje de ser trending topic y todos retornemos a la cotidianidad de nuestros días, saltemos al próximo horror que nos llegue a los celulares en HD y en vivo y en directo. Todo sin cuestionarnos ni mencionar los problemas estructurales que paren seres tan nefastos como Cacho Castaña o Edmundo Rivero (autor de tangos como “Amablemente”, en el que se cuenta cómo un varón “amablemente le fajó treinta y cuatro puñaladas” a su mujer por haberla encontrado con otro, o “Toallita mojada”, que cuenta la historia de Saravia, un hombre que les pegaba a las putas que regentaba con una toalla mojada con sal, que guardaba celosamente en una valija que llevaba consigo a todas partes.

Es necesario denunciar cada acción que denote la transmisión de un valor que no compartimos, a partir de nuestra toma de conciencia del daño histórico producido por la dominación del varón sobre la mujer y que le da impunidad para violentarla. Pero quizá sea más efectivo plantearse nuevas formas de educar en valores, que trasciendan el linchamiento público, el señalamiento, el vigilar y castigar. No es una tarea sencilla para nadie deconstruirse, asimilar que algo que era “políticamente aceptable” de repente es un delito, un discurso despreciable. Hagamos comprender, pero no desde el odio.

Y si vamos a ponernos como ejemplo de moralidad, aceptemos, al proponer como forma de disciplinamiento social el mandar al frente, insultar y escrachar (como si las redes sociales fueran la plaza pública de la Edad Media), que cualquiera puede exponerse de alguna forma, alguna vez; decir algo incorrecto, que descubran algo de su pasado que le avergüenza. ¿Estaremos dispuestos nosotros a recibir miles de comentarios de odio de desconocidos si un día nos equivocamos? Hay un capítulo muy ilustrativo de esta cuestión en la serie Black Mirror: “Enemigo Nacional”. El episodio plantea una situación de juego virtual por la que cualquiera cuyo nombre aparezca a continuación del hashtag #muertea morirá ese día. Lo que no saben los que participan del juego es que también ellos están siendo juzgados.


“El tango es considerado hoy en día como uno de los principales signos identitarios del Río de la Plata”, aseguró la Unesco al catalogarlo como parte de la cultura intangible de la humanidad. Es expresión máxima, si se quiere, del sincretismo cultural que sentó las bases de la cultura rioplatense; una mezcla potente entre lo afro, europeo y criollo, entre los hijos de esclavos e indígenas y los inmigrantes pobres, en su mayoría varones. Muestra tenaz, como suelen ser la música y la producción cultural de los pueblos, de lo que sentían todos esos personajes que desfilan en las letras tangueras, en los bares del puerto, los prostíbulos, los conventillos, los arrabales. En él convive y se expresa mejor nuestra identidad rioplatense, la herencia de las grandes oleadas migratorias en el mundo, la mezcla de sonidos, razas, lenguas y cuerpos con pieles de todos los colores. Sólo allí, en la carne y las lenguas, se producía la auténtica cultura nacional a partir de la fusión de lo pobre y lo diferente.

Pero ¿sólo de lo pobre y multicultural surge el tango como emblema rioplatense e identitario de nuestras naciones? O también del sentimiento del varón y de su visión del mundo, de la misoginia, la soledad, los valores más rancios de la masculinidad, la concepción de la mujer como una criatura impulsiva, lujuriosa, malvada y angelical, traicionera, a la que es mejor mantener a raya, controlada y disciplinada, porque de otra forma su oscura moral y su lengua larga sólo causarían amargura y pena al hombre, llevándolo a guiarse por las pasiones y a cometer locuras. Claro, usted me podrá argumentar justamente que toda expresión cultural hegemónica es machista, porque no es sino expresión de la sociedad. Sin embargo, no en todos los casos una expresión cultural es considerada la identidad de una nación o región. El tango es expresión pura y transparente de los sentimientos y valores del macho rioplatense. Más que ninguna otra.

Por eso es justo, en el ámbito de la acumulación histórica de lucha feminista que se ve expresada hoy en múltiples escenarios, rechazar enfáticamente que un varón cite un dicho sobre la violación como divertimento masculino al que la mujer debe adaptarse y, dada su inevitabilidad, gozar ese arrebato del hombre. Cómo no rechazarlo. El problema es no ir más allá, y empezar a desandar la cultura histórica convertida en herencia; es no atacar las cuestiones estructurales que asoman en el discurso. Atacar la herencia cultural misógina del tango es ir más allá de los dichos, por ejemplo. Es usarla como arma para desestructurar el discurso masculino dominante, para entender su forma de ver el mundo. ¿Qué mejor escáner psicoemocional del pensamiento del macho rioplatense que el tango? Pero para comprender hay que estudiar, analizar y, sobre todo, convencer a otros tanto como a otras. Y, más aun, cuestionar severamente el escrache público como mecanismo transformador de la realidad.

Invirtamos tiempo, entonces, en la tarea de comprender la realidad y a las personas con las que convivimos; aprendamos a tener “sentido del momento histórico” para convencernos y salir a convencer a la mayoría, para accionar en función de nuestro nuevo sistema de valores sin caer en el odio fácil. Invirtamos menos tiempo en el linchamiento público, que en vez de atacar el problema, ataca a los sujetos y fomenta la idea de que el conflicto no es un asunto que competa e interpele a cada miembro de la sociedad. Poco se resuelve con mediatismo, viralidad, velocidad y cantidad de veces que se comparten las informaciones. Como dice la letra de una canción de La Tabaré, “Vamo’ a tener que encontrarnos, vamo’ a tener que aprender a cambiar y aprender a tolerarnos pa’ aprender lo que no hay que tolerar”.