Como se recordará, durante 2017 nos propusimos plantear algunas reflexiones que privilegiaran una mirada pedagógica, intentando acercarlas en un lenguaje que evitara tecnicismos innecesarios y, a su vez, tendiera puentes con acontecimientos emergentes en nuestra realidad histórica actual.

Al grano. El lunes 8 de enero, Canal 10, en su programa matutino Arriba gente, emitió un breve informe sobre el uso de un medicamento, conocido comercialmente como ritalina, en niños y niñas con déficit atencional con hiperactividad. El informe incluyó abordajes desde la psicología y la psiquiatría. También incluyó comentarios y valoraciones sobre los desempeños académicos de estos niños y niñas, sus procesos educativos, sus relaciones con pares en las instituciones educativas, entre otros aspectos. Pero, una vez más, lo educativo se caracterizaba desde otras disciplinas, postergando a la pedagogía. Envié un mensaje de Whatsapp al programa, haciendo notar que valía la pena incluir reflexiones pedagógicas, y me respondieron que lo tendrían en cuenta.

En primer lugar, no tengo nada en contra de ningún campo disciplinar y considero que todos hacen valiosos aportes. De hecho, vivimos en tiempos en que el conocimiento juega un papel clave en el desarrollo de las sociedades. Pero como alguna vez señaló Jürgen Habermas, el conocimiento se une indisolublemente al interés de su búsqueda (y algunos temas rinden más que otros) y a posibles intereses espurios. Entonces, hay cada vez más casos de determinado fenómeno porque se sabe o se explica más sobre el tema desde esos intereses. Ni hablar del planteo de Michel Foucault sobre cómo el saber, sustentado –como toda práctica humana– en relaciones de poder, tiene pretensiones de constituirse en verdad y de que tal o cual aspecto se explique desde esa “verdad”. Menciono estas cuestiones al pasar porque el propio informe incluía comentarios de psicólogos y psiquiatras que cuestionaban las prácticas de algunos de sus colegas, en particular la excesiva recomendación de aplicar la medicación. Y esto, a los efectos de la pertinencia de que el informe surgiera en este momento y no en otro, se une a otro informe, elaborado por la Organización de las Naciones Unidas en noviembre de 2017, que alude a dicho exceso.

Aportes pedagógicos

Quisiera detenerme en otras dos cuestiones. La primera: al consultar con profesionales que puedan brindar alguna mirada sobre la temática, el informe privilegia a la psicología y la psiquiatría, aun cuando se incluyan innumerables aspectos de los procesos de los niños y niñas involucrados en su recorrido por el sistema educativo formal. Es decir, estas disciplinas han elaborado un discurso propio, con categorías, variables, formulación de hipótesis, etcétera, que se ha vuelto válido para explicar un sinfín de fenómenos de la vida humana. Y, en efecto, dicen y pueden decir algo sobre lo educativo.

La pedagogía también cuenta con cierta sistematización de saberes que podrían ofrecer alguna reflexión sobre esta y otras cuestiones, pero por diversos motivos ha perdido terreno y no se la considera un campo legítimo de planteos que pueda aportar algo relevante al “común de la gente”. Entre ellos, podríamos señalar algunos: a) el avance de un modelo de ciencia, constituido como campo de saber que ofrece explicaciones precisas sobre relaciones de causa-efecto, y, por supuesto, la pedagogía no se corresponde con esta pretensión de estatuto científico, porque las prácticas educativas son abiertas y escapan a esa linealidad; b) esa misma ciencia debe remitirse a comprender cosas que suceden y sobre las que no tenemos mayores explicaciones (el déficit atencional aparece como posible explicación a problemas de aprendizaje), mientras que la pedagogía alude a algo que más o menos sabemos “cómo sucede” porque todos tuvimos alguna experiencia educativa y se nos transmitió algo, lo que se hace “más o menos igual” siempre; c) lo nuevo que se halla en ciencia debe aplicarse y visualizarse, en cambio, como una transformación de algo, mientras que la reflexión pedagógica acumula “viru viru” y las cosas siguen igual. Es comprensible, con este panorama, que nadie busque a algún pedagogo para ver qué opina.

La segunda: la pedagogía podría haber sido pertinente para incluir en el informe preguntas como las que siguen: a) ¿por qué “prestar atención” se asimila a estar quieto, o por qué no puede haber aprendizajes con otros movimientos?; b) ¿por qué, si hay docentes que innovan en este sentido, los padres, de todos modos, quieren ver cuadernos con muchas tareas; reitero: cuadernos, palabras, escritura, cuentas aritméticas?; c) ¿cómo se reconfigura una institución educativa pautada por una agrupación por grados (para que llegue a todos, preocupación clave de los estados nacionales del siglo XIX para afirmar su identidad cultural) con ritmos de aprendizaje que son personales?; d) ¿no será que los adultos queremos niños y niñas menos hiperactivos, que escuchen y que no hagan preguntas complicadas, en la institución educativa y en cualquier ámbito?; e) en la institución educativa, ¿se viven, se hablan, se comparten, suceden cosas relevantes a las que valga la pena que se les preste atención, o sólo se privilegia como instrumento que acredita, y lo único que cuenta para un niño, niña y/o joven es estar allí para obtener el título correspondiente para ser “alguien” en la sociedad?

Es decir, a los efectos de dar un aporte pedagógico al informe, se podría decir que algún “déficit atencional con hiperactividad” puede constituirse en síntoma de anomias de nuestras prácticas educativas y sus contextos institucionales. O de una sociedad que prefiere cargar sus tintas en el declive de las nuevas generaciones y evita preguntarse sobre sus contradicciones, sus sinsentidos y sus incertidumbres. Y todos pedimos más ritalina que nos brinde tranquilidad. Otros, en efecto, pueden ser efectivamente “déficit atencional con hiperactividad” que se vincule con aspectos del desarrollo cognitivo y sus estructuras mentales, en casos en los que la ritalina, en sus adecuadas dosis, podría ser necesaria. Pero no es tan sencillo distinguir unos casos de otros. No obstante, me consta que diversos profesionales de la educación, en variados ámbitos, cuestionan sus prácticas, reflexionan sobre ellas, realizan transformaciones, las vuelven significativas, e intentan ser los primeros en buscar que los niños, niñas y jóvenes se constituyan en sujetos que basan su condición de tales, como diría Paulo Freire, en ser curiosos por aprender y conocer más, y para ello se necesita hiperactividad.