En los 70, Yamandú Canosa (1954) comenzó a estudiar Arquitectura y, en paralelo, a organizar exposiciones individuales. En esa época, recuerda que el dibujo como disciplina artística se transformó “en una herramienta de comunicación urgente” y disruptiva. Al poco tiempo (1975) se trasladó a Barcelona, y desde ahí se dedicó a trabajar ejes transversales, como la identidad cultural, la memoria y la experiencia, y participó en exposiciones colectivas de museos como el Reina Sofía (Madrid), el Sprengel (Hannover) y el Dalí (Estados Unidos), entre varios otros. En 2011, la Fundación Suñol de Barcelona organizó una importante retrospectiva de sus últimos 20 años de trabajo (El árbol de los frutos diferentes), y unos años antes (2007) recibió el premio Pedro Figari en reconocimiento a su trayectoria.

Si el equipo seleccionado para la Bienal 2018 se había propuesto tomar la palabra y comenzar a hablar de temas que creían urgentes, a la vez que se planteaba una posición con respecto a la dimensión cultural de la arquitectura, este nuevo proyecto llamado La casa empática apunta a la historia de los mestizajes y las migraciones, concebida desde la arquitectura y la ubicación geográfica del pabellón uruguayo.

“Para hacer un proyecto como este, que aspira a ser global, como primer gesto me interesó colocar el pabellón uruguayo en el predio de Venecia, y descubrí que se ingresaba por el sur, lo cual es muy significativo”, dice Canosa desde Barcelona. El artista plantea que, frente a la pequeña proporción del pabellón en relación al de otros países, pronto surgió esta propuesta de casa, un espacio que ya se advierte como empático, y luego pensó cómo se podría adjetivar la palabra con una serie de ideas en las que ha estado trabajando estos últimos años, vinculadas al territorio, el paisaje, la cartografía y la transversalidad.

El proyecto, dice, incluye una intervención en la fachada del pabellón, a partir de cuatro planos de color, con cuatro imágenes, “que es como un anuncio de lo que se encontrará adentro”: en el interior “se entienden las claves enigmáticas, y se dibuja un paisaje que se estructura alrededor de la línea del horizonte que atraviesa los cuatros muros, y propone un paisaje global. Así, en cada muro hay un color que lo diferencia y que cuenta con un plano que hace de territorio, que está acotado por una frontera pero se trata de una frontera fallida; esta es la hipótesis utópica que proponemos”.

Así es como Canosa, combinando múltiples técnicas, diseñó un proyecto sobre cuatro muros que se armonizan con el horizonte, ya que este “es la bisagra que organiza todas las imágenes”. Allí, el visitante encontrará fotos, dibujos, óleos y una gran diversidad de tipologías formales. “Hace unos años hice una exposición retrospectiva que se llamaba El árbol de los frutos diferentes, y el nombre se refería a que cada obra y disciplina era distinta. Me gusta contextualizar y contraponer fotografías con dibujos, con pintura, con dibujos murales, con frases, para que, todo junto, conforme un paisaje diverso”. Por eso, advierte que él no es un purista de la disciplina: “Utilizo aquella con la que me siento a gusto, y las voy mezclando, porque el cruce de disciplinas y estilos nombra la complejidad de la realidad a la que nos enfrentamos cada día. Ya que es compleja, y no unitaria, como a veces puede sugerir algún estilo artístico, que parece reducir la realidad a una sola versión, cuando los input que recibimos siempre son dispersos, diferentes y contradictorios. Esa tipología de mi experiencia con la realidad y con la vida intento que también aparezca en cómo yo enfrento la creación”.

Urgencias

Sobre los 70, dijiste que era necesario dibujar y construir sentido para sobrevivir instintivamente. ¿Esto se continúa en el presente?

En su momento, en Uruguay hubo una generación nueva que buscaba con urgencia. En ese sentido, en los últimos años el dibujo ha tenido un repunte muy importante como disciplina, y vuelve a ser un sitio en el que la inmediatez se convierte en una relación mucho más directa que todos los procesos que hay detrás de ciertas psicologías. Estamos en momentos de urgencias, y es necesario buscar atajos de comunicación. En cuanto a esta instalación, esperamos que interactúe de un modo fresco y que el espectador pueda ingresar a esa construcción de sentido –abierto– que proponemos, para que así comunique. Y es que el arte, de por sí, cuenta con una vocación empática; se construye con la mirada del otro.

Este ejercicio de pensar los vínculos y las tensiones entre el arte y la vida han sido parte de sus búsquedas. Sobre esto, recuerda que hacia fines de los 80 comenzó a ensayar ejercicios que “borraran” su estilo, en una práctica con la que aspiraba a ganar más ámbitos de libertad: “Muchas veces los artistas nos creamos maneras y estilos que limitan y encierran, y por eso en un momento comencé a intentar escapar y a pintar y dibujar también de otra manera. En mis procesos creativos fui buscando las maneras de incorporar esas diferencias, esas estrategias formales a veces contradictorias. Pero no se trata de la libertad por la libertad o de hacer cualquier cosa que se te ocurra; todo esto debe estar dentro de un aparato conceptual que lo sustente y que vaya construyendo fragmentos de una realidad compleja. Este fue un proceso muy lento y al principio costó que se comprendiera, pero con el tiempo los que siguen mi trabajo se acostumbraron a ese plasticismo formal y al modo de abordar cada obra. Lo importante es que se juntan en un sitio preformal y su formalización es diferente en cada ocasión, aunque, claro, siempre es el otro el que acaba la obra”.

¿Cómo trabajar estos márgenes? El artista reconoce que otro de los aspectos que se mantienen a lo largo de sus obras es la construcción del lugar, la experiencia del migrante, el construir desde el lugar mestizo. “No sólo es una decisión estética y formal, sino que se cruza con la construcción del mundo más allá del arte. En ese sentido no te diría que es angustioso, sino que quizás es la manera más cómoda que tengo de explicar mi lugar en el mundo y la construcción de ese lugar. Por eso soy tan defensor de la complejidad, porque la experiencia del migrante está vinculada a ella”.

Y así, a partir de la búsqueda de nuevas disciplinas, se acercó a la fotografía. Pero aclara que no es fotógrafo, ya que sólo fotografía; transmite imágenes, iconografía. “Todos los artistas visuales tenemos un resorte óptico en la mirada que nos hace tomar microfotos mentales constantes, y vamos encontrando composiciones o resquicios de sentidos en cosas que son cotidianas. En ese sentido, la fotografía tiene la particularidad de capturar encuentros iconográficos. Y nunca produzco las fotos, son testimonios de miradas. Cuando se cruza una fotografía y un dibujo se da un diálogo muy bonito porque se crea una narrativa, y ese contrapunto que hay entre una y otra disciplina me interesa muchísimo. Y no soy capaz de hacer video y proyección, si no también lo sumaría”.

Para él, una cosa es fotografiar, pintar o dibujar en el estudio –“muchas veces voy haciendo varias cosas al mismo tiempo”– y otra es la obra instalada, ya que en ese momento es cuando se construye la narrativa. Por eso, le interesa que una obra dialogue con la que está al lado y con las demás, pero que en ese recorrido el espectador siempre deba hacer un reset continuo de eso que está viendo: “Una obra le habla desde una disciplina y la otra desde una disciplina distinta, o de la misma pero desde una tipología formal muy diferente. El fin es que la mirada nunca se acostumbre y que esté siempre atenta, que no se adormezca la percepción. Me interesa que la interactividad que establezcan mis instalaciones sea de continua alerta, porque cada obra te vuelve a despertar la atención, y nunca te podés relajar porque no has visto esa tipología en las obras anteriores. O sea que se renueva continuamente. Ese lío también nos habla de lo que se da en la realidad. Y el contrapunto también es muy importante para valorar, porque dos cosas distintas se pueden valorar mutuamente, pero si son iguales, están de acuerdo. Se valora en la diferencia. El acostumbramiento adormece, pero el otro siempre es diferente, y por eso es necesario acostumbrarse a esto y empatizar con él”.

Cuando reflexiona sobre su producción, en muchas ocasiones se refiere a una “geografía del imaginario”, jugando con la idea del paisaje y con la contradicción implícita de estos términos; plantea que por un lado está la geometría, que pertenece al mundo de lo concreto y de la lógica, y por otro el imaginario, “que pertenece a un territorio mucho más ambiguo y que tiene que ver con cuestiones más vinculadas a la subjetividad. Y se parece al inconsciente óptico, que es un concepto del arte que me interesa muchísimo, porque habla sobre cómo nuestra manera física de mirar construye nuestra subjetividad. Un viaje desde lo físico a todas las subjetividades; es nombrar al cuerpo como objeto subjetivo. Y la geometría del imaginario también va por ahí”.